“Nadie ha visto mi película” o la pregunta por la autoría en el cine de superhéroes
En el caso de Snyder, su carrera se vincula con las historietas y novelas gráficas de forma elocuente, pasando por la adaptación de los clásicos 300 (2006), Watchmen (2009) y su entrada a DC con Man of Steel (2013) y luego Batman v Superman (2016). En todas estas obras hay un uso reiterado de la cámara lenta y una manipulación fuerte de la imagen, sumándole considerables cantidades de grano, filtros de color y alto contraste, tendiendo a acercar el resultado a la fuente. Estos rasgos, si bien reconocibles como principios de conjunción entre estilo y obra, parecen algo mezquinos para cimentar una autoría en términos tradicionales. ¿Dónde estaría la visión de Snyder, y por extensión, en las y los autores de cine de superhéroes?
La historia de Hollywood está cargada de visiones truncadas, de cooptaciones artísticas en pos de supuestos rendimientos económicos, de productores déspotas y directores renunciados o despedidos. La Industria del cine, la escrita con mayúscula, es reino de mercaderes e inversionistas, una fábrica de sueños rentables. Pese a que existan excepciones notables, son territorios donde la preocupación personal de un director o directora, algo así como una responsabilidad artística, no puede entorpecer el correcto flujo de capital, la necesidad de azulear los números. Al mismo tiempo, y no sin ciertos grados de contradicción, pareciera que el solo hecho de ganar dinero no es suficiente para muchas casas productoras; se necesita trascender, y para ello, son cruciales el prestigio y el reconocimiento, méritos que se obtienen a partir de criterios artísticos. En este escenario, uno de los mecanismos con los que más coquetea el cine industrial, a la zaga de los huidizos halagos y galardones, es el de la autoría.
No son pocos los participantes activos en Hollywood que se amoldan a tal categoría, nacida a mediados del siglo XX en Francia y motivadora de amplios debates críticos tanto en Europa, América Latina y en Estados Unidos. Al calor de esas discusiones, sería difícil consensuar aquí qué compone un autor o autora y qué no, pero suele argumentarse que la autoría nace de una cierta noción de estilo -una forma determinada de utilizar las herramientas propias del lenguaje cinematográfico-, el que debe plasmarse a lo largo de una obra -una trayectoria tal que permita tomar el peso recurrente y consolidado de ese estilo en diversas piezas individuales. En este esquema, insertaremos la pregunta por el autor, ensayando una respuesta para un cine tan masivo y mediático, tan reiterativo y espectacular como el de superhéroes, aquel que domina sin contrapeso las taquillas globales, aquel que los festivales y las academias mira de lejos, celebrándole sus proezas técnicas pero rara vez sus guiones, su fotografía, su dirección. Solo esporádicamente, y volveremos sobre esto, sus actuaciones. Porque ¿qué hizo Marvel sino un estrafalario intento por cazar reconocimiento artístico al ofrecerle a Lucrecia Martel dirigir Black Widow pero, y en sus palabras, “sin que se preocupara por las escenas de acción”?
A solo días del estreno online del esperado corte de Zack Snyder de La Liga de la Justicia, la relevancia que obtiene el nombre propio destaca con luces propias en esta nueva entrega del Universo Cinematográfico Cohesionado de DC Comics. Tan central se observa su lugar que en parte de la promoción de la película tuvo más relevancia que el título. Esta operática versión, que supera las 4 horas de duración, vio la luz, entre otros factores, tras la insistencia del fandom híper masivo en redes sociales, que exigía una nueva oportunidad luego del fiasco que resultó el estreno original de La Liga de la Justicia en 2017, cuando Snyder abandonó la dirección tanto por problemas personales como por desavenencias con Warner, el estudio a cargo de la franquicia. Aquella era una película insípida, en exceso acelerada, virada a la comedia, que bien quiso alcanzar a su contendora, la mencionada Marvel, pero no hizo sino estancar o incluso retroceder su desarrollo.
Dicho en palabras simples, esta película sigue siendo la misma: Superman (Herny Cavill) ha muerto, dejando a La Tierra a merced de fuerzas intergalácticas que inician un plan para rescatar unas poderosas máquinas ancestrales capaces de poner a la galaxia de rodillas. Batman (Ben Affleck), intentando honrar la memoria del último hijo de Krypton, comienza a configurar un equipo de humanos con habilidades especiales, para hacerle frente a este peligro. Junto a la Mujer Maravilla (Gal Gadot), intentarán de convencer a Aquaman (Jason Momoa), díscolo heredero al reino submarino de Atlantis; a Flash (Ezra Miller), joven temeroso de lo que su súper velocidad puede alcanzar a hacer; y a Cyborg (Ray Fisher), un androide cuyo cuerpo está hecho de la misma tecnología que busca el enemigo y puede ser la clave para la victoria. Las 4 horas se dividen en 6 episodios, los que dan cuenta del duelo por Superman, el poder de la amenaza, los traumas de los héroes, sus dudas y vacilaciones, la posibilidad de retroceder el tiempo, la épica de sus batallas cuando la Liga se ha conformado.
¿Dónde vemos la diferencia con el regreso de Snyder? En efecto, la nueva versión es más violenta y oscura -literalmente-, gana en ritmo, profundidad y desarrollo narrativo. Esto, que podría parecer una obviedad con la sumatoria de metraje, responde de igual forma a una premisa necesaria para la historia e imposible en la versión original de dos horas: permitirse el tiempo de tasar al verdadero némesis, el ser todo poderoso Darkseid, y comprender los procesos de cada uno de los personajes, lo que los dibuja como tales en definitiva, no solo apariciones esporádicas y solamente útiles en sus escenas de acción. A esto se le suma una gran cantidad de golosinas, guiños para los más avezados conocedores del material original. Es cierto, el corte se siente como un banquete para fanáticas y fanáticos, el que reconoce detalles imperceptibles para el ojo no entrenado, el que proyecta desde un diálogo o un gesto, todo un universo de posibilidades. Lo curioso de este caso es que no se trata solo de una “versión extendida”, sino que viene a modificar el sentido final de la entrega.
Este rasgo, positivo para todos quienes se sintieron defraudados en 2017, da cuenta del laberinto confuso en el que se desarrollan estas superproducciones. Y aunque el montaje tenga siempre la capacidad de alterar de gran manera el discurso de una obra, es llamativo cómo en la primera versión se hizo el esfuerzo por atenuar cualquier densidad emocional, entregándole en cambio una cuota mayor de ironía e irreverencia a los personajes. Trágicamente, esa jugada no brindó frutos y de no ser -propongo- por el éxito transversal de Joker (Todd Phillips, 2019), que regresó el tono gris y sórdido al cine basado en cómics, esta versión de la Liga de la Justicia no habría tenido el empuje ni la recepción que ha visto.
Queda pendiente una mayor discusión respecto a esa obsesión por la oscuridad, visual y narrativa, como índice de calidad. Pero a partir de todo lo señalado, pareciera evidente que la llegada de Snyder es similar a la del Hombre de Acero, a salvar el día cuando la oscuridad se cierne sobre los buenos. ¿Qué tipo de autoría es la que ejerce? ¿Va más allá de la jugada promocional que ejecuta la casa productora? En un tipo de cine que avanza al galope, que no ofrece una particular preocupación por la puesta en escena, por dónde poner la cámara o explotar las posibilidades del montaje; en donde grandes porciones del material cinematográfico son más bien funcionales, se encargan de entregar información o deslumbrar en cuanto espectáculo visual, ¿Dónde reside la manoseada “autonomía creativa”?
En el caso de Snyder, su carrera se vincula con las historietas y novelas gráficas de forma elocuente, pasando por la adaptación de los clásicos 300 (2006), Watchmen (2009) y su entrada a DC con Man of Steel (2013) y luego Batman v Superman (2016). En todas estas obras hay un uso reiterado de la cámara lenta y una manipulación fuerte de la imagen, sumándole considerables cantidades de grano, filtros de color y alto contraste, tendiendo a acercar el resultado a la fuente. Estos rasgos, si bien reconocibles como principios de conjunción entre estilo y obra, parecen algo mezquinos para cimentar una autoría en términos tradicionales. ¿Dónde estaría la visión de Snyder, y por extensión, en las y los autores de cine de superhéroes?
El lugar donde en años recientes se ha puesto el foco con mayor insistencia es en la construcción de personajes. Utilizando un recurso tan propio de Hollywood como el star system, y amparado en una resonancia social contemporánea, que apela al valor de la representación, a que las audiencias, masivas y diversas, se vean a sí mismas en la pantalla, el cine de superhéroes ha encontrado una mina de explotación en el desarrollo de sus personajes, encarnados por los héroes de la vida real, las y los actores que logran ingresar a este universo. De ahí que son las actuaciones el elemento más celebrado de este tipo de cine, y donde también el trabajo de las y los directores adquiere protagonismo. Lo vimos desde Iron Man (Jon Favreau, 2008) hasta Black Panther (Ryan Coogler, 2018), pasando por La Mujer Maravilla (Patty Jenkins, 2017) o la mencionada Joker. En su wagneriana apuesta, Snyder construye la vía dolorosa por la que camina Superman, saca a Batman de su zona de confort, presenta los conflictos internos de Aquaman que lo llevan al aislamiento, retrata la encrucijada en la que se encuentra Cyborg, una suerte de muerto en vida con poderes alucinantes. Es desde lo narrativo que muchas de las autorías masivas se configuran hoy en día, apoyándose en las y los guionistas, en las y los actores, y es lo que termina de justificar la existencia de esta nueva Liga de la Justicia.
Me parece que efectivamente la ecuación que intenta equilibrar Industria y autoría sigue teniendo mucho de marketing empresarial y pretensión de prestigio. A esto se le suma las voces anónimas en las redes, el impacto del trending topic y un tipo de consumo demasiado basado en instante revelador, en la pisca de información, en rumores de pasillo, fotos filtradas, el hype que vemos en el tráiler, que no es más que un anzuelo para engancharnos hacia la siguiente película. El corte de Snyder padece de muchos de estos vicios, incluyendo lo que entiendo como una falla de origen: todavía es un intento acelerado por dar alcance al rival que lo saluda burlonamente, ya habiendo cruzado la meta. Sigue queriendo contar demasiado, algo que el minutaje no termina por solucionar; es al menos dos, sino tres películas en una. Al mismo tiempo, el corte es también una resistencia trágica a este modelo, porque si bien se da a sí mismo el tiempo para ir más allá de la norma, su improbable continuidad acaba tiñendo las pesadillas del Hombre Murciélago de una nostalgia por un futuro que no será. Sea como fuere, las autorías seguirán siendo un bien preciado para la gran Industria del entretenimiento en el futuro cercano. Esta no es la única fórmula, de seguro. Sin ir más lejos, Marvel ha optado por idealizar la figura del productor como piedra angular, a la usanza de la época dorada de Hollywood, con Kevin Feige como el responsable creativo de lo que produce el estudio.
“Nadie ha visto mi película”, declaró David Ayer, director de la también fallida Suicide Squad (2016), cuando se anunció el estreno del nuevo corte de La Liga de la Justicia, aludiendo a que su versión de la cinta fue guardada en un cajón oscuro, amagando la solicitud por que sea liberado. Quizás cuántos podrían pedir lo mismo, denunciado los tijeretazos de los ejecutivos por tal o cual razón, y cuán pocos han tenido la posibilidad de doblarle la mano al estudio y sacar a la luz una edición que les llene personalmente. Snyder es uno de ellos, puede que aquello termine de confirmar su condición de autor. De todas formas, son las grandes productoras las que manejan los dados y controlan las cartas, incluso torpedeando cortes y restaurándolos más adelante, cuando el contexto es propicio. Como se dice a menudo en Las Vegas, “la casa siempre gana”.