La invención & la herencia (3) : Apuntes dispersos en torno a la violencia y el fuego

Cada cierto tiempo el control es resistido y superado, poniendo en crisis al orden ejercido por el poder de algunos. No hay que olvidar que el privilegio de unos sobre otros es violencia provocada por explotación. La violencia explícita duele, la violencia implícita pesa. En esos momentos de ruptura, la ira fluye libre y vuelven los lugares comunes y vuelven ideas de otros tiempos al lenguaje y a las acciones

El poema Uróboros de J. Opazo dice: “Desde el vientre /de mi madre hacia /abajo, como sangre de una herida /llego al mundo (…)”. Para nadie es secreto que una de las primeras acciones que hace un bebé al nacer es dar un grito. Un llanto desconsolado que desgarra. Ese primer escenario del bebé en el mundo es –generalmente– un espacio de cegadoras luces, blancas paredes, sangre y fluidos.

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Nacemos y muchas veces morimos de forma violenta. No necesariamente mediante acciones directas de un tercero, sino que, a veces, mediante omisión. Como por ejemplo, cuando la persona es dejada a su suerte por las instituciones, la familia o la sociedad. Somos todos parte de un ciclo de violencia del cual somos agentes activos y pasivos con roles intercambiables (aunque algunos puedan ejercer poder de forma continua).

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El ser humano busca crear herramientas, a través de su intelecto o de su conciencia, como individuo o como sociedad, para salir del ciclo de violencia. Para ello crea lenguaje, ciudades, sistemas, instituciones, comunidad. Domestica el espacio, minimizando el riesgo externo y controlando el riesgo interno (sin embargo, siempre será mala idea establecer una sociedad en un territorio volcánico y sísmico, la población podría –eventualmente– mimetizarse con el carácter geográfico del lugar).

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Cada cierto tiempo el control es resistido y superado, poniendo en crisis al orden ejercido por el poder de algunos. No hay que olvidar que el privilegio de unos sobre otros es violencia provocada por explotación. La violencia explícita duele, la violencia implícita pesa. En esos momentos de ruptura, la ira fluye libre y vuelven los lugares comunes y vuelven ideas de otros tiempos al lenguaje y a las acciones.

De cualquier forma, la violencia ejercida por la población nunca –mil veces nunca– será igual a la ejercida desde las instituciones, desde el Estado. No podemos olvidar las certeras palabras que escribía J. Edwards Bello: “Sí, pasa en Chile lo que en otras partes del mundo, pero aquí con un veinte por ciento de exageración”.

A lo lejos, pasa una tanqueta de militares en una calle vacía. Los manifestantes ya están en sus casas para el toque de queda. De noche, entre los cerros de Valparaíso, se escuchan cacerolazos que retumban de uno a otro lado. Desde algún punto se escucha El derecho de vivir en paz de V. Jara. Un helicóptero militar (¿o policial?) sobrevuela los techos.

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El día 20 de octubre del 2019, tras solicitar a las fuerzas armadas que controlaran las calles luego de desmanes y manifestaciones que rápida y espontáneamente surgieron desde Santiago de Chile y a lo largo de todo el país, en cadena nacional el Presidente Piñera señaló: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”.

¡Qué pobre elección de palabras! O, usando la expresión popular, busca “apagar el incendio con bencina” o también podríamos ocupar: “por la boca muere el pez”, etc. La lengua del presidente es su peor enemigo.

Sus palabras, inmediatamente nos retrotraen –y que no quepa duda al respecto– a ciertas palabras ocupadas por el nefasto General Pinochet en una conferencia de prensa el día 12 de septiembre de 1973, a sólo un día de aplastar al gobierno de la Unidad Popular: “Yo debo manifestar que Chile está en este momento en estado de guerra interna”.

No. No estamos poniendo al mismo nivel a Pinochet y a Piñera. El uno no es el otro (por suerte).

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En el ensayo El Fantasma de la Sinrazón de A. Uribe Arce, él señala que Pinochet vendría a ser una suerte de arquetipo nacional de: “la violencia que quiere ser legítima. La violencia que busca o trata de legitimarse. La violencia que se considera a sí misma legítima”. Para ello, existió/existe una constitución firmada con sangre. La cual luego fue firmada encima por el Presidente Lagos.

La presencia de Pinochet y lo que representa nunca se ha ido, está ahí, muchas veces de forma velada. Es como tratar de sacarle a una casa vieja el hedor a humedad.

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Evidentemente, la población del país ha ido cambiando desde la época de Pinochet. Se ha luchado contra la mentalidad de isleño. Chile como isla. Aislado de sus vecinos por la cordillera de Los Andes y por el océano Pacífico. Ensimismado. Se han ido borrando del lenguaje ciertos discursos machistas, xenofóbicos, misóginos, homofóbicos, entre otros (al menos en las generaciones nuevas).

Ha sido un trabajo arduo. Es posible que eliminar ese tipo de violencias tomen muchísimos más años, si es que no décadas, ya que siempre quedarán reminiscencias en forma de chistes o comentarios de pasillo. Ese tipo de violencias cotidianas, amortiguadas por la costumbre, tal como la opresión financiera sobre gran parte de la población o el deseo obsesivo a la mercancía, se han puesto en jaque durante estos días.

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Todas las lecturas, todos los documentales que nos hablaban de otros tiempos, nunca nos prepararon para esto. Pensar en el toque de queda o que parte del lenguaje de esos tiempos volverían estaban más allá de la imaginación. Aunque la llama, el incendio, han permanecido, como bien señala este poema de J. Pinos: “El país se quema /¿Quién quemó quién quema este país? /¿Cuándo se inició el incendio? /El fuego se inició hace mucho tiempo aquí /Tal vez con la bandera chilena hecha una flama /durante el bombardeo a La Moneda /Tal vez con la quema de libros en las calles /durante el estado de sitio /Tal vez con Sebastián Acevedo como una antorcha /en la plaza de Concepción /Tal vez con Rojas Denegri como una antorcha /frente a la patrulla militar que lo detuvo /Tal vez con Eduardo Miño como una antorcha /frente al Palacio de Gobierno //Los árboles y las personas se queman /hace mucho tiempo en este país //Vivir en un país en llamas /en un país que se quema /Vivir a orillas de un largo y angosto río de fuego /Vivir en el corazón del bosque /aguantar el desplome La tormenta”.

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No nos engañemos, nunca saldremos del ciclo de violencia. Podremos aminorar el impulso a través de leyes, pactos, etc., pero no podemos olvidar que la naturaleza siempre es violenta ante nuestros ojos (así la interpretamos cotidianamente, muchas veces a distancia a través de pantallas), después de todo, nunca hay que olvidar que nosotros sólo somos una especie entre muchos animales y que somos parte de la naturaleza, a pesar de todas las estructuras que creamos para protegernos de nosotros y de los otros.

 

Fotos de:  RAV230779