Maite Alberdi: Radiografía de lo chileno
Con La once ya son cuatro los títulos que componen la particular filmografía de Maite Alberdi, a los que se suman el mediometraje El Salvavidas (2011) (que también fue estrenado comercialmente en nuestro país, a comienzos de 2012) y los cortometrajes Las Peluqueras (2007) y Los Trapecistas (2005) que circularon con buena acogida por diversos festivales. Vistos en panorámica, sus documentales han abierto una ventana novedosa y original desde la cual podemos mirar y reflexionar sobre lo chileno, sobre nuestra identidad, sobre nosotros.
Es original, a mi parecer, porque lo chileno en la obra de Alberdi se aleja de los estereotipos y facilismos del imaginario social más mediático, político o histórico, adentrándose, en cambio en un lugar más inconsciente de nuestra identidad, aquello que diariamente nos acompaña pero pasamos de largo, que por ser parte de nuestro entramado cotidiano, de las rutinas y de las costumbres, ha terminado invisibilizado.
La hora del té, el veraneo en la playa, los oficios tradicionales de lugares antiguos del gran Santiago, dos niños circenses que sueñan con recorrer el mundo de trapecio en trapecio, mundos microscópicos que existen, palpitan en un entramado común y corriente, lejos de los espectacularismos. De estos ambientes, lugares, rituales, relaciones cotidianas se nutre la obra de Alberdi, logrando retratar modos de decir, de comportarnos, de pensar, de relacionarnos y de actuar muy chilenos. Retratando cuestiones muy nuestras sin terminar siendo algo icónico o forzado.
En varias entrevistas Maite Alberdi ha relatado como cada uno de sus trabajos, sobre todo El salvavidas y La once, implican años de investigación y de rodaje, pero cuyo resultado es un relato liviano, entretenido, que te atrapa, entretiene y encanta. Interesante efecto para un documental nacional, sobre todo porque el resultado final, lo que nos cuentan sus documentales, aparece tan consistente. Como si solo bastara fijar la mirada en algo, sostener la cámara en ciertos personajes, para que la historia se nos devele.
Es quizás porque la propuesta de Alberdi tiene que ver con la apuesta por el potencial de la realidad de hablarnos, de contarnos. Pero esta apuesta está enraizada en la mirada cariñosa y desprejuiciada con la que se acerca a sus personajes, logrando un nivel de honestidad y desenvoltura tremendos, permitido porque en cada obra el retrato de los personajes se apoya en su mundo circundante, en sus objetos, gestos, movimientos y colores, la rigurosidad y preciosidad estética con la que la directora enmarca sus mundos, protege y resguarda a sus protagonistas.
Por lo mismo resulta difícil separar a estas amigas, que hace sesenta años se juntan sagradamente a tomar el té, del decorado de sus casas, de sus tasas, sus peinados, su maquillaje, en La once. Como también en El salvavidas resulta difícil imaginar a Mauricio, con sus rastas y su jockey, sin su chaqueta roja y su silbato colgando, no lo imaginamos en otro lugar que no sea la playa o a la señora Anita de Las peluqueras sin sus chalecos y sus delantales, lejos de sus tubos y sus peines. El personaje y su mundo se complementan, se construyen mutuamente.
Es doble mérito que la obra de Alberdi posicione al cine documental en competencia con las comedias de ficción, que recurren a estereotipos, exagerando las situaciones, forzando las tramas, terminando con resultados algo burdos que nos dejan un sabor semiamargo respecto a cómo mirarnos o pensarnos. Por el contrario, en los trabajos aquí revisados la aproximación cariñosa y atenta a sus personajes y sus mundos, registrando momentos del cotidiano, del día a día, que luego de ser documentados se nos muestran con una naturalidad donde hablan por sí mismos y nos apelan personalmente, ya que estos mundos forman parte de las rutinas y relaciones que hemos vivido, son personajes que podemos encontrar a la vuelta de la esquina, lo que termina poniéndonos en diálogo con lo que somos, en las maneras en cómo nos relacionamos, cómo decimos y contamos las cosas. Así, si bien el trabajo de montaje de cada trabajo logra un relato fluido y agradable, el hecho de no estar actuado ni ficcionalizado hace que ese dialogo sea más cercano, más ameno que el del cine de ficción, logrando que al reírnos, nos riamos desde el cariño. Nos reímos con sus protagonistas y no de ellos, nos reímos como quien se ríe de alguien que conoce de toda la vida, con una complicidad extraña.
Observarnos con cariño y reírnos de manera sana de nosotros mismos, de nuestros encantos, ridiculeces, desordenes, de nuestros miedos y temores personales, de nuestra picardía. Esta es la invitación del trabajo documental de Alberdi que nos convoca a todos por igual.