Los sueños del castillo: Al final de la noche
Sería un error pensar que "Los sueños del castillo" es una película que da voz a jóvenes que no la tendrían. Más bien, se trata de darle voz a lo que efectivamente no lo tiene: el castillo. El documental delinea la experiencia onírica que sería el producto de este espacio para mostrar cómo esa misma experiencia subvierte, muchas veces a través del terror, la demarcación institucional, la “línea de fuego” que sostiene el encierro. La película es un sueño sobre sueños que se transforman en otra cosa, algo así como sueños de otros que sueñan junto a quienes se encuentran encerrados. El sueño, la pesadilla o lo paranormal conectan la experiencia de la cárcel con otros mundos, anulándola de cierta manera en su función de encierro.
Es hora de acostarse y las puertas de las habitaciones se empiezan a cerrar. Ya se cepillaron los dientes, ya se tomaron las pastillas. Ahora, como saliendo del hueco por el que intrusivamente nos asomamos (quizás por las cortinas de una ventana o la orilla de una puerta), comienza a elevarse un coro de voces en desarmonía, cada una entonando su propia canción. Son niños, jóvenes o adolescentes, que con sus audífonos puestos en los oídos escuchan y repiten en voz alta la música que no oímos, en una suerte de arrullo interno que, luego lo sabremos, intenta apartar los muertos que llegan con la noche. Fantasmas de los que no es fácil escapar cuando se está en un lugar pensado para no escaparse. Uno de ellos, sentado en el suelo con los brazos cruzados encima de sus rodillas, le preguntará a otro: "¿Tú hay tenío sueños brígidos, que estay atrapado así brígido brigido en el sueño? (...) ¿Te atrapai de repente?"
En ese movimiento entre atraparse y estar atrapado, Los sueños del castillo de René Ballesteros se esfuerza por darle lugar a la pesadilla y su relación anclada al espacio en el que se duerme. Para estos jóvenes ese espacio es un centro de detención juvenil en Cholchol, donde algunos se encuentran imputados y otros ya detenidos. El edificio tiene la apariencia de una fortaleza que contrasta con el campo y el bosque en su exterior, así como con los colores en tonos pasteles de su fachada o la escasa decoración de sus interiores, que quisieran suavizar las rejas y las torres de vigilancia que le rodean o, quizás más aún, las sospechas y culpas que le habitan. Se trata, por supuesto, de una cárcel y estos jóvenes están atrapados contra su voluntad en ella, llenando allí sus rutinas de nuevas violencias, encuentros y ansiedades.
Pero a diferencia de otros documentales que han tomado como objeto esas “instituciones totales” al decir de Erving Goffman (Arcana de Cristóbal Vicente o Quiero morirme dentro de un tiburón de Sofía Gómez, serían algunos ejemplos), aquí el espacio cotidiano de la institución cumple una función efímera en el filme y rápidamente pasará al trasfondo. Todo el empuje que habita Los sueños del castillo será en cambio la posibilidad de atravesar la noche, remitida aquí a los exteriores del centro de detención. Articulado por el sueño, un camino desde el interior de la celda hacia un exterior que permite volver a la vida, se dibuja. La película entonces se organiza como días que tienen su núcleo en el momento de dormir y la pregunta por la experiencia onírica de los jóvenes provoca desde su omisión un acoplamiento de voces e imágenes. A medida que vamos escuchándolas, entenderemos cierta ambivalencia frente al descanso que ofrece el dormir. En una suerte de inversión, la llegada del día sería en este lugar el momento en que finalmente se puede descansar del soñar. Un joven, comentando sueños repetitivos que le afectan, dice “lo que sueño trato de olvidarlo, para no estar en la noche, lo mismo, soñando algo peor".
La noche, de esta manera, permite situar el retrato vacío, lúgubre, y lleno de sombras del edificio y su paisaje exterior, como imágenes sobre las cuales podremos oír las voces de los jóvenes que relatan estos inquietantes sueños. Ese carácter incómodo y oscuro es reforzado por una música hipnotizadora y tétrica, que incluso a veces recarga innecesariamente un discurso ya cargado de su propia potencia. En otras ocasiones, veremos a los jóvenes echados en sus dormitorios, relatando cosas que les han pasado al dormir. Construyendo este vínculo entre las sombras de la noche y el relato onírico, los sueños serán transmutados por los espacios y sus sombras, ya no pudiendo tratarse en ellos solo de una experiencia interna sino también de anuncios de cosas por suceder, de alegrías, de deudas, o de peligros. Los sueños comenzarán a ejercer o expresar poderes del exterior: así un joven, por ejemplo, soñará que su hermano mata a alguien en la cárcel para luego enterarse de que aquello efectivamente ocurrió.
Sería un error pensar que Los sueños del castillo es una película que da voz a jóvenes que no la tendrían. Más bien, se trata de darle voz a lo que efectivamente no lo tiene: el castillo. El documental delinea la experiencia onírica que sería el producto de este espacio para mostrar cómo esa misma experiencia subvierte, muchas veces a través del terror, la demarcación institucional, la “línea de fuego” que sostiene el encierro. La película es un sueño sobre sueños que se transforman en otra cosa, algo así como sueños de otros que sueñan junto a quienes se encuentran encerrados. El sueño, la pesadilla o lo paranormal conectan la experiencia de la cárcel con otros mundos, anulándola de cierta manera en su función de encierro.
La figura de una joven machi, pareja de uno de los jóvenes recluidos en el centro, interrumpe el tono de la película y genera un contrapunto interesante. La cuestión mapuche se hace presente en diversos momentos, así como la posibilidad de conjurar las pesadillas La machi será puesta en un espacio abierto, cercano al bosque, donde relata la vinculación de sus sueños con los estados de su pareja y ciertos sueños buenos, sueños de reencuentro que él, al mismo tiempo, ya ha relatado. Esta comunicación onírica se vincula con su lugar como autoridad espiritual en la comunidad, que ha heredado de una abuela machi, conocida como bruja por los winkas dada su fama de poder revivir a los muertos.
En el fondo, los sueños que venimos escuchando no plantean otra cosa que la cuestión de esos muertos y su retorno. Revisando las tradiciones antiguas de la onirocrítica, el etno-psiquiatra Tobi Nathan recuerda que a las personas afectadas por pesadillas se les daba la recomendación de dormir de lado, para evitar que ciertos seres que les habían elegido como presas vinieran a sentárseles encima. La pesadilla se relaciona en esas tradiciones con el peso, la constricción y el ahogo que la presencia durante el dormir de seres no-humanos ejerce sobre el soñante. Y en Los sueños del castillo esos otros seres no dejan de estar presentes, rondando el espacio onírico y los pasillos del edificio o el pastizal exterior en el que comen las vacas. El filme se va llenando de anónimas figuras muertas que rondan: ya sea aquellos que tienen pagando sus culpas a los jóvenes, profecías de nuevas muertes, muertos que ya se fueron y que vuelven a visitarles con el riesgo de llevárselos en sueños, o esos muertos en vigilia que se aparecen como fantasmas o tumbas anteriores a la institución.
La niebla gruesa en la madrugada, que cierra el ciclo propuesto por el filme es un signo que comprime todos estos borroneos entre institución y voz, encierro y exterior, promesas y culpas, juventud y muerte. Así como en el sueño, en el que soñaba que estaba despierto y en el que despertaba para descubrirse soñando de nuevo, que nos relata uno de estos jóvenes, en Los sueños del castillo los muertos no dejan de molestar a aquellos que han quedado atrapados en él y juegan a borrar los muros de la cárcel, de la realidad y el tiempo.
Dirección: René Ballesteros. Producción: René Ballesteros, Johanne Schatz. Guion: Johanne Schatz, René Ballesteros. Fotografía: David Belmar. Montaje: Johanne Schatz. País: Chile. Año: 2018. Duración : 72 min.