El Guru: Máquina de goteo

Este esquema de una vida común atravesada por el sacrificio y la preparación no requiere muchas palabras. El blanco y negro, que desde el inicio nos hace ingresar a un mundo de máquinas desnaturalizadas, permite que los detalles y las texturas de los objetos, la piel, o los gestos adquieran pregnancia en este visionado que se va a nutrir de minucias y acciones. Barrientos hace algo más que hablar de boxeo gracias a la instalación de ciertas distracciones. Cuando un niño que controla los boletos en una de las peleas, le dice a una asistente que si hubiera pagado la entrada más cara podría ver hasta la sangre, se entiende que la dirección de estas imágenes no es hacer de la pelea el espectáculo principal, sino llegar a ella como el resultado de un esfuerzo maquinal y rítmico. Un esfuerzo de montaje, de fotografía, que busca acompañar el esfuerzo deportivo

El sonido seco y retumbante de un puñetazo bien puesto puede resumir todo esto: cierto aguante de un material, en este caso un cuerpo, que se ha construido delicadamente, inteligentemente, como piezas de una torre móvil que debe sostenerse tres minutos. En la vida sonora del combo también se guarda esta relación relampagueante entre puño y mirada, el relámpago de un pestañeo voluntario que quiere olvidar el golpe que viene o la oscuridad de una visión obligatoriamente cancelada por el impacto. Quizás de ahí que el cine pueda encontrar en el boxeo un deporte fascinante para jugar con la multiplicidad de la mirada, el corte, pasar del paisaje al detalle, moverse del tiempo ralentizado, a la normalidad, a la aceleración, o a la anestesia sonora del momento definitivo.

Es en esta línea que la vida del boxeador chilote Carlos “Guru Guru” Ruiz se presta al retrato en blanco y negro que  Rory Barrientos construye en el documental El Guru. Pero no se trata de una biografía, ni de una épica deportiva, aunque tiene algo de ambas. Carlos se entrena como boxeador en un gimnasio de Chiloé, se prepara para una pelea corriendo por la isla, sosteniendo la respiración, esquivando cuerdas, ajustando la cabeza, los golpes, los pies. Escuchamos, apenas, las palabras de su entrenador comentando sus movimientos, o del mismo Carlos, en su casa, jugando con sus hijos. De repente, acompañamos a Carlos a una pelea en un gimnasio municipal, frente a un rival que hemos visto antes en el clásico ritual de pesaje y fotografía en pose de enfrentamiento. Ahora Carlos está rodeado de un público devoto y cariñoso, que no duda en atraparlo al final del evento para abrazarlo y sacarle fotos. En paralelo, pero en otro día, las máquinas vuelven a moverse en la empresa de pellets para salmón en la que Carlos trabaja mientras no está entrenando.

Este esquema de una vida común atravesada por el sacrificio y la preparación no requiere muchas palabras. El blanco y negro, que desde el inicio nos hace ingresar a un mundo de máquinas desnaturalizadas, permite que los detalles y las texturas de los objetos, la piel, o los gestos adquieran pregnancia en este visionado que se va a nutrir de minucias y acciones. Barrientos hace algo más que hablar de boxeo gracias a la instalación de ciertas distracciones. Cuando un niño que controla los boletos en una de las peleas, le dice a una asistente que si hubiera pagado la entrada más cara podría ver hasta la sangre, se entiende que la dirección de estas imágenes no es hacer de la pelea el espectáculo principal, sino llegar a ella como el resultado de un esfuerzo maquinal y rítmico. Un esfuerzo de montaje, de fotografía, que busca acompañar el esfuerzo deportivo.

De ahí que el retrato de los autómatas que producen el alimento de los salmones no solo sea la imagen de una industria que escarba la vida de todos los días en la isla que Carlos representa, sino también un paralelo que relaciona las máquinas y el cuerpo, a través del detalle, de los movimientos, los ritmos, los saltos. En un momento incluso las máquinas interrumpen la tensión que nos prepara para ver el inicio de un combate, frustrando el espectáculo esperado con el simple trabajo de siempre, en un juego que revela el doble desafío de Carlos: trabajar para mantenerse y rendir deportivamente. Pero, además, el sudor y el goteo se introducen como una equivalencia que aprovecha el contraste monocromo para juntar boxeador y máquina, donde el agua señala la situación de un cuerpo en el límite, en cuya estética quizás podemos recordar ciertas escenas del documental Arcana (Cristóbal Vicente, 2006).

Por otra parte, el uso del blanco y negro permite escapar al cliché turístico que pesa sobre Chiloé, tanto en la representación de su paisaje como en el fetiche del habla local. Carlos, en cambio, atraviesa espacios que se vuelven indistintos, homogéneos, ruidosos, a no ser por la oposición entre exterior e interior y por los detalles, las texturas, el sonido, que va configurando cada situación. Así se enfatiza la acción que está en juego en cada lugar: entrenamiento, vida familiar, trabajo, competencia.

Sin embargo, el documental no se dedica solo a observar a Carlos y su mundo para situarlo en una incompleta metáfora de una máquina de rendimiento, sino que explora los detalles y las miradas en los que el borde de la experiencia del boxeo se inscribe. Por un lado, la cámara de Barrientos se obsesiona con detalles y gestos de los cuerpos mientras la música contribuye a potenciar la separación de estas partes que se entregan a la observación pormenorizada. Entre luces y sombras, el movimiento humano, la coreografía, el control muscular del golpe, adquieren un valor propio, fuera de la progresión que les daría una función en la preparación del combate. Sin embargo, también los cuerpos humanos están acompañados de una preocupación por las miradas: basta que se preste atención a la escena del niño boxeador que abre el film, para encontrar el desafío, la determinación, pero también el fondo de juego que habita toda competición. Los ojos de Carlos, los de sus hijos, el abrazo o la aglomeración de sus cercanos seguidores, sitúan un aceite humano en esta maquinaria, un cariño que rodea al deportista, la preocupación, como una suerte de energía imprecisa a reutilizar.

Atravesando ciertos tópicos esperables en el género pugilístico cinematográfico, ya sea el conflicto entre desigualdad y oportunidad a partir del esfuerzo, el desgaste del cuerpo frente a la resistencia del espíritu, o la relación entre el valor de lo familiar y lo deportivo, El Guru posee la virtud de desestabilizar estas oposiciones a partir de una mecánica exploratoria que logra mezclarlas y profundizarlas.

 

Título original: El Guru. Dirección: Rory Barrientos. Guion: Rory Barrientos. Producción ejecutiva: Carlos Núñez, Gabriela Sandoval, Rory Barrientos. Fotografía: Rory Barrientos. Montaje: Rory Barrientos. Casa productora: Hay que Hacerlo Producciones, Storyboard Media. País: Chile. Año: 2019. Duración: 70 min.