Niñas araña: La mirada del morbo
Que una de las cintas chilenas más promovidas y esperadas por varios medios de comunicación durante este año haya estado completamente ausente en festivales nacionales o internacionales previo a su estreno en salas es quizás el mejor indicativo de que habría tenido un mejor futuro en las pantallas de televisión que en las de cine. Niñas araña resulta ser un producto que más que hacer una búsqueda cinematográfica se transforma en un noticiario, una especie de crónica falsa de lo ocurrido en un caso criminal que obtuvo cierta notoriedad justamente en ese tipo de programas televisivos. Es un capítulo más de un programa de recreaciones criminales que uno puede ver en el cable, quizás con un poco más de trabajo de actuación y de producción, pero finalmente indistinguible de lo demás. ¿Cómo es que una historia que pudo haber tenido mucho mejor puerto resulta tan del montón?
Históricamente ha habido una suerte de fascinación cultural y mediática con el crimen, pero en Chile, los casos más memorables para el público y los que causan mayor conmoción son siempre los que están relacionados con un criminal perteneciente a la denominada “clase baja” de la sociedad, el cual “sube” y ataca a familias de “clase alta”. Ocurrió con El Tila, que ya tuvo una adaptación cinematográfica, y ocurre nuevamente con el caso de las "niñas araña", tres jóvenes que durante el 2005 traspasaron en edificios de Vitacura y Las Condes, treparon por las paredes y escaleras, e ingresaron a los departamentos para robar. En cuanto a esta transposición de la historia real a lo cinematográfico, hay un paso intermedio, que es la obra de teatro escrita por Luis Barrales, lo cual implica un elemento de distanciación que discutiré más adelante.
Niñas araña se inserta rápidamente en el mundo de sus protagonistas: Avi, Cindy y Estefany, de 13 años las tres, que viven en la “Toma Modelo” de Peñalolén. Cada una tiene sus problemas familiares o sentimentales particulares: una de ellas está embarazada, la otra tiene ilusiones de fama inspiradas por la televisión, mientras que la tercera vive el riesgo de ser expulsada de la toma porque su madre no paga la cuota que se les pide a todas las familias que viven ahí. Rápidamente empiezan a experimentar la abulia y tratan de escapar de su contexto, viajando a los barrios altos de Santiago, donde, luego de algunos robos hormiga en multitiendas, deciden probar suerte haciéndose pasar por familiares de alguien que vive en el departamento de un lujoso edificio, al cual luego se cuelan a través del balcón. Así es como, con el tiempo y la repetición de los robos, es que se hacen conocidas en la prensa y la televisión como la banda de las niñas araña.
El problema de la cinta proviene por la superficialidad temática que viene a apoyar la trama. ¿Cuál es el sentido de llevar a la pantalla la historia de estas tres menores de edad que se vieron envueltas en uno de los robos más mediáticos por lo curioso de sus acciones? La película busca una respuesta durante todo su metraje, pero todo queda en medias tintas, a veces apropiándose de un discurso verboso que proviene, sin dudas, de la obra de teatro. Aquello funciona en el universo declamatorio propio de las tablas, pero resulta irrisorio en un filme donde se trata de hacer un retrato social (“Yo no tengo miedo, tengo pena” dice una de las protagonistas). De ahí que el paso hecho desde la crónica policíaca, a la obra de teatro y luego al guión de cine acaba en un distanciamiento absoluto de la fuente original que, lamentablemente, resulta en una total miopía respecto a la realidad vivida por las niñas, con sus deseos y sus reales razones, y que las llevó a robar. Entonces, si no es la realidad social lo que se quiere representar en una película que requiere esa clase de tratamiento, ¿cuál es el interés por parte de los realizadores de hacerla en primer lugar?
Es así como tanto el diálogo como el lenguaje cinematográfico de la cinta se ven empapados de una tesis social un tanto obvia que resulta a veces ofensiva. A las niñas se les ve, en una de sus primeras escenas, robar un kiosko para poder obtener la última edición de una revista juvenil, mediante la cual se maravillaran con las casas de los famosos, sus piscinas y los adornos que poseen. Es así como la película hace el salto simplista de una admiración, alimentada por estereotipos de éxito perpetuados por la televisión, a que ellas deseen entrar en esas casas y poder vivir en ellas, aunque sea por unos minutos. Aunque la cinta quiere achacarle el delito cometido reiteradamente a una visión social que “envenena” la mente de las jóvenes, no se hace cargo de las raíces del poder que tienen esos medios, o de la pobreza misma, o del crimen, es decir, busca una solución reduccionista y simplista, y la encuentra. Lo mismo sucede cuando la película proponga que las acciones de las jóvenes son al mismo una suerte de recompensa o revancha que se merecen por la vida que les ha tocado vivir. Un alegato a su favor que se aprecia sobre todo en las secuencias ensoñadas y montadas al ritmo de la banda sonora (lo único realmente destacable de la cinta), donde las tres jóvenes juegan, prueban comida, se colocan ropa, sintiéndose rodeadas del lujo de los departamentos que han invadido.
No hay, entonces, un punto de vista fuerte por parte de los realizadores, y eso se traduce en un tratamiento audiovisual débil, que se vincula con lo dicho anteriormente respecto al origen de esta historia y de sus posibilidades más exitosas como trabajo para la televisión. Su estética es más similar a la de una mini serie que ganó un fondo del CNTV, donde todo está impecable, “bien hecho” como se dice: encuadres utilitarios y sin profundidad temática (picados cuando las vemos trepando hacia arriba, contrapicados cuando las vemos saltar al suelo desde la altura, planos y contraplanos para dar cuenta de conversaciones), una dirección de arte que da cuenta de un gran presupuesto pero de una pobreza de investigación (los espacios interiores de la toma de Peñalolén llaman demasiado la atención a sí mismos dentro de su barroquismo) y una dirección de fotografía equilibrada y correcta, que es lo mismo que decir que es plana y donde todo se ve como lo mismo, sin resaltar colores, situaciones, ni ángulos. En definitiva, la película adolece de un tratamiento uniforme, como estar viendo televisión, que no puede ni debe ofender a nadie.
Finalmente, se trata de una película que justifica su existencia incluyéndose dentro del mismo morbo inicial que provocaban los hechos cuando fue un hit noticioso de varias semanas, cuando el nombre llamativo, el origen social de la niñas y su modus operandi delictual acabaron siendo fetichizados por la prensa y el público. Las niñas araña terminan siendo las únicas perjudicadas, y la película no busca profundizar más allá de lo que hicieron las crónicas periodísticas de su tiempo, presentando los hechos en orden lineal, que con un par de buenas líneas de diálogo tratan de otorgarle una cuota de “diversión” o “acción” a una trama que necesitaba algo más jugado, más político, más profundo, con una intención más allá que la de hacer una película con un título lo suficientemente cautivante como para captar a las audiencias que, tal como siguieron la noticia en su momento, buscan perpetuar su morbo.
Nota comentarista: 4.5/10
Titulo original: Niñas Araña. Dirección: Guillermo Helo. Guión: Daniela Aguayo, Ticoy Rodríguez, Guillermo Helo (basado en el texto teatral de Luis Barrales). Fotografía: Mauro Veloso. Montaje: Javier Estévez, Juan Carlos Macías. Música: Angelo Pierattini. Reparto: Michelle Mella, Javiera Orellana, Dominique Silva, Francisca Gavilán, Pablo Schwartz, Pablo Macaya, Patricio Contreras. País: Chile. Año: 2017. Duración: 93 mins.