A Ghost Story: Dilemas sobre el tiempo desde la eternidad

A Ghost Story (2017) se trata de una historia de fantasmas despejada del miedo y más cercana al dilema existencial o al ensayo filosófico. Este filme independiente, disponible en Netflix, cuenta las historias y las vidas de esta extraña entidad, se centra en sus angustias, sus miedos, pero sobre todo en su abismal soledad. Bajo su atenta mirada transcurren los ciclos y rutinas de los seres vivos atrapados en el tiempo y en un presente eterno. Un lugar atemporal, cercano a la eternidad que logra ser recreado en el espectador que se verá forzado también a sentir el peso y el paso del tiempo, obligándolo a ocupar un lugar mudo que es pura imagen de una nada ocurriendo en el tiempo.

No siempre se filma una película desde el punto de vista de un fantasma, ocupar el lugar de  esa extraña entidad supone necesariamente un artificio que conjugue lo espectral con lo material, que condense los miedos más atávicos, como también ideas tan abstractas como la eternidad y la inmortalidad. A menudo se invoca su existencia con el fin de comprender ciertas alteraciones inexplicables en nuestra cotidianeidad o ante la imposibilidad de aceptar la radical desaparición de un ser querido. En síntesis, la realidad de un fantasma es siempre problemática, su estatuto es controversial,  carece de una representación única y un sentido unívoco.

Cuando recordamos películas como El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) o Los otros (Alejandro Amenábar, 2001), los fantasmas se revelan por una notable inversión de la perspectiva (plot twist) y de repente nos miran, nos sorprenden o nos asustan, adquieren formas humanas sin vida, pero en otras, como Personal Shopper (Olivier Assayas, 2016), mantienen su carácter espectral y funcionan como un canal de comunicación con los muertos. Sin embargo, ambas modalidades de representación del fantasma -aunque con  formas diversas-  sostienen  una mirada o una intención pero sin autoconsciencia y que habitualmente funciona en clave de terror o suspenso.  

En A Ghost Story (2017) se trata de otra cosa, una historia de fantasmas despejada del miedo y más cercana al dilema existencial o al ensayo filosófico. Este filme independiente de David Lowery, no estrenado en Chile, pero hoy disponible en Netflix, cuenta las historias y las vidas de esta extraña entidad, se centra en sus angustias, sus miedos, pero sobre todo en su abismal soledad. Bajo su atenta mirada transcurren los ciclos y rutinas de los seres vivos atrapados en el tiempo y en un presente eterno. Pero la autoconciencia del fantasma no basta para superar la impotencia de su voluntad al no poder intervenir completamente sobre la existencia y las decisiones de los vivos. El fantasma habita en una dimensión radicalmente distinta a la configuración simbólica de los vivos.  

La apuesta narrativa de A Ghost Story decide ubicarlo en el lugar del tiempo concebido éste más como una categoría kantiana que como una realidad histórica, a su vez le extrae su potencial amenzante y generador de miedo junto con hacerlo invisible para los vivos. Sin embargo, estas peculiaridades son compensadas por la capacidad que tiene el cine para volverlo real ante la cámara. En la realidad de la ficción cinemática el fantasma existe como tal, adquiriendo la representación quizás más infantil que se tenga, acaso la mas inofensiva, ya no se trata de una proyección difusa del miedo, ni de una ilusión que conjura la muerte, su presencia es material pero habita un lugar irreal. Un lugar atemporal, cercano a la eternidad que logra ser recreado en el espectador que se verá forzado también a sentir el peso y el paso del tiempo mediante la utilización de varios largos planos fijos inusuales para el cine mainstream, obligándolo a ocupar un lugar mudo que es pura imagen de una nada ocurriendo en el tiempo.

Contribuyen a estos efectos los aspectos formales de la imagen. Una razón de aspecto 4:3 (1.33:1) hace que el plano se asemeje a una diapositiva antigua. La imagen adquiere una estética tipo vintage, evocando los antiguos televisores o esas reuniones familiares donde solíamos revisar escenas de nuestra infancia y donde súbitamente aparecía alguien que ya no está. La imagen cuadrada con los bordes levemente redondeados nos introduce dentro de un marco vital, un tanto opresivo pero a la vez funcional, para apreciar el desplazamiento de pocos personajes junto con la captura de diversos rincones y espacios de una casa donde siempre se siente la presencia de una atenta mirada que todo lo observa.

En cuando a la historia, es más bien simple, una joven pareja que forman C (Casey Affleck) y M (Rooney Mara), viven juntos, algunos ruidos extraños aunque no demasiado molestos alteran su plácida covivencia y amorosa íntimidad. Como muchas parejas se aman pero tienen sus diferencias. El conflicto que se advierte en una latencia sutil, tiene relación a la casa donde viven, ella quiere cambiarse, él por el contrario se siente extrañamente vinculado a ese lugar. Ella acepta con mayor comodidad los cambios, él se resiste. En una conversación doméstica, ella le ha confesado su costumbre de dejar pequeñas notas en lugares ocultos de las casas en donde ha vivido, viejas rimas o ideas sobre lo que dejó o sobre algo que le importó del lugar que abandonó. Todos estos elementos poco a poco van organizando diversas composiciones sobre la dinánica afectiva que sostiene su relación amorsa.

Una noche los ruidos son más intensos que lo habitual, sin embargo, no se encuentra nada. La pareja vuelve a la cama, se miran con intesidad, se abrazan. Al poco tiempo, vemos un accidente de auto frente a la casa, C ha muerto. Otro plano fijo nos muestra a M frente al cadáver de su pareja cubierto por una sábana blanca, ella lo reconoce, le cubre el rostro y se aleja. La cámara permance en ese lugar por un tiempo que se alarga, abruptamente vemos que la sábana se erige sobre la cama de la morgue: C se ha convertido en un fantasma. El momento, aunque sobrenatural, no genera miedo sino curiosidad y extrañeza. Lo que viene luego es seguir al fantasma, su complejo vínculo con el tiempo, con los espacios, con los lugares y con las personas signficativas de su vida no fantasmática.

A partir de ese momento, la pelicula adquiere un tono cada vez mas contemplativo y se vuelve más abstracta, nuevos temas son introducidos por otros personajes que circulan por la casa, se escuchan reflexiones sobre Dios, la memoria, la trascendencia, la muerte, como una especie de contrapunto verbal frente a la mudez del fantasma. Se trata de discursos que giran en torno a lo transitorio y a lo permanente, sobre el sentido final de nuestras obras o su más absoluto sin sentido, sobre el legado, el recuerdo y el olvido. Son palabras e ideas que funcionan como los pensamientos, como la vida y actividad mental que prodríamos atribuir al fantasma.

Sus decisiones y recorridos dan cuenta de una suerte de meditación continua del fantasma sobre su propia realidad, una especie de cogito del fantasma que nos lleva a plantearnos preguntas como ¿es su existencia autónoma y trascendente a los recuerdos o está condenado a ser solo una extensión de la memoria de los vivos? ¿Tiene el fantasma la capacidad de autoeliminarse o depende de otra voluntad? ¿Puede haber una muerte de lo que ya murió?

La película se adentra en todas estas preguntas y va generando sus propias respuestas, por ello uno de los logros de este filme atípico y de narración pausada es su vocación metafísica. Es un cine que se sirve de los fantasmas en su realidad material dentro de un filme para no soltar el no siempre fácil tema de la soledad, tanto en la vida como en la muerte, el abandono, la pérdida, lo perdido o lo que queda, esta vez desde el lugar mismo de la eternidad.

 

Título original: A Ghost Story. Dirección: David Lowery. Guión: David Lowery. Fotografía: Andrew Droz Palermo. Montaje: David Lowery. Música: Daniel Hart. Reparto: Rooney Mara, Casey Affleck, Rob Zabrecky, Will Oldham, Liz Franke, Sonia Acevedo. País: Estados Unidos. Año: 2017. Duración: 87 min.