El último duelo: La verdad y las historias

Marguerite es, a la larga, la moneda de cambio en donde podemos medir la valía de ambos caballeros. Desde aquí podemos asumir que hay una exhibición bastante clara de la condición de activo económico de Marguerite, fuente de dotes matrimoniales y belleza. Tanto ella como la yegua comprada por su marido pertenecen al mismo espectro de cosas y propiedades que se observan en la película.

Ridley Scott ha logrado generar amor y anticuerpos en medidas iguales. Así como hay seguidores que le permiten cada uno de sus saltos de fe, otros no han terminado de convencerse con su obra. Con todo, Scott es uno de los realizadores que mayor vigencia ha tenido en los últimos 40 años, con distintas miradas sobre géneros narrativos y cinematográficos, en donde ha intentado tocar todas las fibras posibles, con diferentes resultados cada vez. 

Pese a lo que podríamos llamar una cinematografía dispar, Scott mantiene ciertos temas sobre la mesa. Su afición por las protagonistas femeninas no es algo inusual, ya que, desde el principio, los personajes de Ellen Ripley en Alien (1979), Rachael en Blade Runner (1982), Thelma y Louise en 1992 y Elizabeth Shaw en Prometheus (2012) fueron piedras angulares en la construcción de sus películas. Sus personajes femeninos plantean problemas desde su propio género. “Si hubieses sido hombre, que gran emperador hubieses sido” señala el emperador Marco Aurelio a su hija Lucila en Gladiador (2000), como un reconocimiento del conflicto, pero a su vez, la certeza de no poder mejorarlo. 

Es probable que El último duelo, recientemente estrenada en cines, sea una manera de hacerse cargo de esta dificultad. La relación que podemos establecer con Rashomon (1950) de Akira Kurosawa es evidente. Ridley Scott plantea tres miradas sobre una misma cronología, en donde Jean de Carrouges (Matt Damon) y Jaques Le Gris (Adam Driver) exponen egos y luchas de poder que culminan en la violación de la esposa de Carrouges, Marguerite (Jodie Comer) y un duelo que permitirá restaurar la honra del marido mancillado. Porque aquí, la experiencia de Marguerite, asumida por el mismo director como “la verdad” en los créditos, no representa un hecho crítico dentro de las acciones de los personajes. 

Scott ya ha hecho eso otras veces, y parece ser un tema que le interesa de manera permanente. Los espectadores conocemos cómo se desarrollaron los hechos, pero ¿qué pasa al interior de sus historias? Marguerite, al igual que muchas mujeres en el mundo que han –hemos– sufrido algún tipo de abuso sexual, opta por denunciar al agresor, aunque de inmediato la respuesta de la sociedad cuestiona su relato. ¿Qué hiciste para provocarlo? ¿Le diste señales que él pudiera malinterpretar? Tanto Carrouges como Le Gris dan a entender que así fue, pero ¿en qué lugar queda, entonces, la mujer frente a la incredulidad del resto? Marguerite es, a la larga, la moneda de cambio en donde podemos medir la valía de ambos caballeros. 

Desde aquí podemos asumir que hay una exhibición bastante clara de la condición de activo económico de Marguerite, fuente de dotes matrimoniales y belleza. Tanto ella como la yegua comprada por su marido pertenecen al mismo espectro de cosas y propiedades que se observan en la película. La declaración de la suegra es aún más potente “Yo también fui violada”, dice ella, “pero al día siguiente la vida continuó”, casi como una condición sine qua non en la experiencia de ser mujer. Una condición que no todos son capaces de ver. 

Si hay una debilidad discursiva en El último duelo es, precisamente, la decisión de no otorgar ni un ápice de cuestionamiento a los personajes masculinos. Para Scott –quienes lo seguimos, lo sabemos– no existen las medias tintas ni los subtextos, y sus narrativas nos llevan inequívocamente a la idea de que las cosas “son como son”. Carrouges y Le Gris no están dispuestos a dar su brazo a torcer en ningún momento, ya sea frente a ellos mismos o frente a Marguerite, aunque ella se encuentre en peligro de muerte, porque en su mundo la vida de ellos vale mucho más que la de cualquiera. Lo que logra Scott en esta obra es dar a conocer una realidad y una verdad que podemos percibir, pero que, en estricto rigor, no cambia de ninguna forma el devenir de la historia. 

Con esto, ¿cuál es el llamado de Scott? A simple vista podemos pensar en las reivindicaciones necesarias tras el Me Too, pero también surge una especie de mirada descreída respecto a sus efectos. Mientras su marido es aclamado por el público, ella aparece entre luces y sombras, casi invisible. Nuevamente Marguerite es un accesorio, un elemento más en la vida de Carrouges, frente a una situación que, tras 600 años, sigue operando más o menos de la misma forma. Ridley Scott no busca con esto hacerse pasar por aliado ni mucho menos, si no más bien mostrar y poner énfasis en esta realidad, sin necesariamente exponer sus efectos. 

Si hay algo que Ridley Scott ha sabido hacer carne en su cinematografía es su certeza de que todo lo político conduce al conflicto. Por lo mismo, su labor de cineasta se reduce –si es que se puede reducir– a mostrar el mundo, poner los puntos donde corresponden y volver a su labor. Los matices deberán ser buscados por sus espectadores. El último duelo nos obliga a conversar sobre temas que ya llevan un tiempo sobre la mesa, pero tal vez algunos de nosotros tengamos que hacer algo más al respecto. No queremos que, en 600 años más, alguien nos recuerde que lo que vivimos no provocó ningún cambio.

 

Título original: The Last Duel. Dirección: Ridley Scott. Guion: Ben Affleck, Matt Damon, Nicole Holofcener. Libro: Eric Jager. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Claire Simpson. Música Harry Gregson-Williams. Reparto: Matt Damon, Adam Driver, Jodie Comer, Harriet Walter, Ben Affleck, Nathaniel Parker, Marton Csokas, Sam Hazeldine, Michael McElhatton, Zeljko Ivanek, Alex Lawther, Clive Russell, William Houston. País: Estados Unidos. Año: 2021. Duración: 152 min.