El Castigo: Madres y matices
Cuando visionamos “El Castigo” de Matías Bize, no podemos dejar de pensar y cuestionar el rol de la madre en la crianza de sus hijos, muchas cosas se dan por sentado, y muchas otras se dejan como tabúes. Lo interesante es que aquí no hay reparo con aquellos, lo que atrapa al espectador por lo chocante, pero a la vez, sensatos pensamientos de una madre acorralada.
Bajo un impecable guion de la española Coral Cruz, quien escribió Verónica (2017), Matías Bize logra dar con un drama con aires de un thriller más que potente. El uso de un plano secuencia de una hora veinte es envidiable y los personajes a quienes da seguimiento son tallados a la perfección. Los principales, una pareja encabezada por Néstor Cantillana (Mateo en el filme) y una Antonia Zegers (Ana) que evoca un poco a su personaje de El Club (Pablo Larraín, 2015). Ambos iban de paseo a la casa de su madre cuando deciden dejar a su hijo en la acera como medida de castigo. Dos minutos luego de eso, al regresar arrepentidos, Lucas (Interpretado por Santiago Urbina) ya no se encuentra en ningún lado.
Aquel hecho desenreda una serie de conversaciones, culpas y la acción dramática del relato, que se ve cada vez mas atraída por los modos en que la madre pretende que su hijo regrese. Primero, hace parecer que todo está bien, y que en verdad el niño está jugando con ellos, manipulándolos escondido en los espesos bosques del sur de Chile. Lo llama, dice que ya es suficiente, que le devolverá la tablet, que puede jugar todo el camino restante. Por otro lado, su marido, lo busca y lo llama incesantemente, creyendo fielmente en el escenario en que este se perdió.
Esa forma de pensar hace que comiencen los cuestionamientos frente al personaje materno, que, en verdad, poco a poco comienza a develar sus motivaciones. En ese momento es cuando emerge la pregunta de si realmente es una “mala madre”, con respecto al constructo social de lo que se entiende por una “buena madre”. Aquí, la cámara juega un rol importante, con los encuadres y primeros planos de ellos como pareja, y cada uno hablando por separado. Lo anterior repercute en el espectador, quien toma un bando y enjuicia un poco a estos personajes.
Ciertamente es interesante la discusión y posición que se plantea, puesto que Ana verbaliza aquello que muchas madres no se atreven. Ana ama a su hijo, pero muchas veces le gustaría no ser su mamá. Ella nos cuenta como suele ser la “villana” para su hijo, ya que es ella quien le pone límites y reglas, mientras su esposo lo mima dentro del poco tiempo que comparten juntos. Sería fácil para ella no ser la persona que tenga que asumir este rol, pero Mateo no lo hace, lo que envuelve a Ana en este conflicto con su hijo.
Sumado a eso, la pareja llega a un punto de no retorno, cuando la policía indaga más en el asunto del extravío, y ellos mismos se cuestionan su relación, que por lo que indica Mateo, no hubiese seguido si hace 8 años, Ana no se hubiese quedado embarazada. En ese contexto, la prosperidad de la relación está supeditada a la maternidad, lo que agudiza el sentir de Ana y su rol como pareja y esposa.
Finalmente, podemos decir que el guion presenta estas paradojas y contraposiciones entre el “deber ser” de una madre y el sentir de esta, no solo porque la protagonista se encuentra en ese estado, sino porque lo que busca es levantar y generar esa discusión sobre ese rol y, porque no, desmitificar la idealización que se tiene sobre el deber ser y sentir de el peso que significa ser responsable de otro ser humano.