Beau is afraid (2): Parnaso horrorífico
Su configuración estilística y complejidad narrativa se asemejan a películas como Mother de Darren Aronofsky y Synecdoche, New York de Charlie Kaufman, donde en contados escenarios se aprisiona la vastedad del mundo; la eternidad del tiempo se sintetiza en unos días o meses, y en el periplo de algun personaje prototípico y anodino que busca su propio yo fuera de sí mismo y cuya tarea es escapar de un futuro “inexistente” en una sociedad vertiginosa y caótica, se condensa la historia de una sociedad. No obstante, Ari Aster reafirma su maestría en el género del terror desbordando su propio estilo a partir del miedo. Dado que en el film, cada evento dramático, desde el más insignificante hasta el más primordial, es la representación de un temor común y universal. Relatando la historia de Beau únicamente a partir de fobias, traumas y sucesos aterradores o desconcertantes, que no solo reafirman el carácter pasivo e inhibido del personaje, sino que además unifica nuestra percepción, ideologización, fetichismo y totalitarismo del horror.
El significado de la vida es conseguir un significado para la vida, sabiendo que sólo hay dos emociones básicas: una es el miedo, la otra es el amor.
Wayne Dyer
La tercera película de Ari Aster reaviva una obsesión antigua del director, enfatizando así su trayectoria. Desde el nombre hasta la primera parte del film, las semejanzas con su cortometraje Beau del 2011 son explícitas. Sin embargo, su crecimiento en el largometraje a través de tramas tan descarnadas como inusuales ha permitido que Beau tiene miedo encuentre una voz propia y se convierta en una obra compleja, extensa y sobresaliente, pletórica de referencias en la que los personajes son figuras alegóricas de la humanidad y la era de la vigilancia.
Su configuración estilística y complejidad narrativa se asemejan a películas como Mother de Darren Aronofsky y Synecdoche, New York de Charlie Kaufman, donde en contados escenarios se aprisiona la vastedad del mundo; la eternidad del tiempo se sintetiza en unos días o meses, y en el periplo de algun personaje prototípico y anodino que busca su propio yo fuera de sí mismo y cuya tarea es escapar de un futuro “inexistente” en una sociedad vertiginosa y caótica, se condensa la historia de una sociedad. No obstante, Ari Aster reafirma su maestría en el género del terror desbordando su propio estilo a partir del miedo. Dado que en el film, cada evento dramático, desde el más insignificante hasta el más primordial, es la representación de un temor común y universal. Relatando la historia de Beau únicamente a partir de fobias, traumas y sucesos aterradores o desconcertantes, que no solo reafirman el carácter pasivo e inhibido del personaje, sino que además unifica nuestra percepción, ideologización, fetichismo y totalitarismo del horror.
Desde está mirada que lleva al límite y a la exageración el género, los 9 círculos del infierno de Dante se reinterpretan y modernizan en cinco actos. Comenzando el viaje en una realidad infernal que nos acerca a los terrores más externos y físicos. Continuando con un ambiente aparentemente afable que desencadena una serie de miedos psicológicos. Dando paso al encuentro con una sociedad alterna dónde nos enfrentamos a la “angustia existencial” y la paradoja del “presente” para profundizar en los miedos del yo. Llegando al tan esperado encuentro con la madre en el que los temores se vuelven filosóficos. Para terminar con el juicio en el que los terrores trascendentales se manifiestan. Construyendo así una narrativa que plantea la metamorfosis del miedo humano a lo largo de la vida, permitiendo que a medida que avanza la trama, los horrores se profundicen y evolucionen desde lo somático hasta lo metafísico.
Este inquietante viaje termina por evidenciar que todo miedo es en realidad miedo a la muerte. A pesar de ello, los cadáveres que rondan cada universo e incluso su forma de morir es retratada de una manera insustancial y caricaturesca. Un rasgo enfatizado por el maquillaje que los asemeja a la clásica apariencia de un zombie. Al mismo tiempo, la mayoría de las muertes se sitúan dentro de la puesta en escena como un objeto más del decorado por el que pasan encima como si fuera una simple hoja de papel. Este detalle revela el carácter egoista que terminará por condenar a Beau al final del film y expone su esencia alégorica, esto dado que Beau personifica a un “no héroe”, es decir, un hombre que encarna las penas y culpas de la humanidad entera, cuyo destino final es enfrentarse a una versión televisiva del panóptico de Foucault, en el que se devela a una sociedad que es al mismo tiempo público y espectáculo.
En medio de la marcada diferencia entre cada acto y ambiente siniestro, se vislumbran algunos temas recurrentes que atraviesan todo el film. La violencia como catalizador del miedo es quizas la más recurrente y directa, exponiendo una cierta respuesta a tanta agresividad que no sólo condena a la humanidad moderna sino que pervive como un aborrecible legado. Clarificando que detrás de la brutalidad está el pavor. Asimismo, la tecnología como medio de tortura y humillación se entrelaza con el relato de manera sútil y silenciosa para enfatizar la tragedia de la vida y agregarle a la degradación de divertir a los otros con nuestro infortunio, la carga de vigilarnos y juzgarnos entre sí.
La madre como otro tema reiterado -no sólo de Beau tiene miedo sino en general de la filmografía del director- reafirma un sello estilístico en el que la familia es el ambiente primigenio del conflicto y el trauma y, la arquitectura se manifiesta como un mapa mental y emocional de los personajes, en tanto, la cabeza y la madre son el origen de la maldad. Asimismo, una mirada tan teológica como distorsionada persiste en su narrativa. Esta vez para acercarnos a una versión de Dios convertido en madre, plasmado como un ser superior que domina la vida de Beau aún sin estar presente a través del capitalismo con todas las marcas y empleados que resumen el único círculo social y económico del personaje. Esto añade realismo y corporalidad a una imagen éterea semejante a la figura también mitica e ideal de una madre, tan piadosa como punitiva, que sin duda es el principio de todos los mitos cultivados desde la infancia.
Estos elementos nos conducen por una narración profundamente freudiana, en la que la construcción de personaje se aborda desde el psicoanálisis, reafirmardo esta mirada no sólo a partir de la incidencia de los sueños que finalmente son recuerdos y deseos reprimidos de Beau, el protagonismo del falo, el rol de la infancia como el marco de las lesiones emocionales o la relación con su madre y en general con las mujeres. También, a partir de elementos más sencillos, como el agua en las secuencias oníricas que, como un guiño a la teoría del iceberg de Freud, nos dejan naufragran por el inconsciente de Beau a través del hielo derretido.
En suma, en medio de su belleza terrorífica, se presenta una genialidad formal y trascendente que nos recuerda cómo aparte de la espectacularidad, el cine cobra vida cuando atraviesa la pantalla y nos habla con honestidad. Más allá de la fantasía, los escenarios majestuosos y las intrincadas puestas en escena, nos queda la sensación de ser aquel Beau tan preocupado por sus miedos y sufrimientos que se ha acostumbrado a vivir en la apatía del mundo afligido para ser parte de la sociedad de la indiferencia.