Bacurau: La venganza es libertad
Y es cuando todo se vuelve más enrarecido y los diversos tonos y géneros cinematográficos se acoplan, que Bacurau -guardando las distancias- alcanza un mayor estatus de pueblo americano, en la tradición del realismo mágico; allá donde literatos nos han regalado Comala y Macondo, los cineastas Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles nos legan esta comarca de muertos que reaparecen y viejos matrimonios que desnudos riegan sus huertas y disparan armas letales, de líderes sociales y guerrilleros mezclas de Che Guevara con drag queen.
Bacurau es el nombre de un pueblo imaginario situado en el nordeste brasileño, una zona siempre al borde de ser al fin irremediablemente olvidada por ese inabarcable agente y espía llamado estado brasileño, y abandonada, por ende, a la acción de políticos locales corruptos y trasnacionales de hambre voraz e insaciable. Bacurau también es un paisaje natural de cielos maravillosamente fotografiados que enmarcan o se fugan de un mundo violento donde los habitantes no pueden huir de su destino de alegrías y miserias en el que la muerte le deja un sello permanente a la vida, y esta logra emanciparse, porque los locales, los protagonistas de este relato, parecen transitar por todos los ánimos, pero no por el miedo, y menos uno que sea inmovilizador. Los cielos de Bacurau sin duda son testigos, siempre al borde de una intervención en asuntos humanos que nunca se produce.
La película se inicia con algo que parece un regreso, el de Teresa, enigmática mujer cuyo misterio nunca termina de materializarse, quien en un destartalado camión avanza por una carretera rural regada de ataúdes, mientras ella y el chofer observan algo atónitos el accidente que ha dejado a otro camión a la vera del camino. Algo conversan sobre un tal Lunga, quien al parecer se esconde en una represa y que, según dicen, por ningún motivo entregarían a la policía. Lo que sucede después, al arribar al pueblo, es la celebración de un funeral, el rito de despedida comunitaria a una de sus matriarcas más queridas, Carmelita. El discurso que Plinio, profesor y hombre negro, dirige a la comunidad da cuenta del tono moral que estructurará al filme: "en Bacurau muchos se han ido, otros regresado, y hemos sido y somos todo, menos ladrones". Ese ser todo va a ir ejemplificando un muestrario de actitudes y excentricidades, sin caer tampoco en un desmadre total. Los habitantes de Bacurau son carismáticos, algo cerrados al mundo, algo excéntricos y muy humanos y brasileños del norte, la zona más pobre y africana del inmenso país continente.
Hay un asesino sicario que también regresa y será allí una mezcla de hijo pródigo, delincuente y estrella de la televisión, porque en el pueblo perdido la gente se suele reunir en las tardes noches para ver lo más parecido a un cine: la pantalla de una camioneta donde una especie de animador permanente declama micrófono en mano las noticias que llegan y van. Entre ellas aparecen registros de cámaras de seguridad donde este joven, Papote, aparece cometiendo sus asesinatos a sueldo en diversas ciudades. Él no es un monstruo en Bacurau, sino lo contrario, un agente al que recurrirán en momentos para buscar protección, sexo, incluso amor. Plinio, el profesor, quien pareciera ser uno de los reservorios morales e intelectuales del pueblo, lo ve con cierto rechazo natural, aunque lo acepta con reticencia por ser de la familia. Esa en que unos y otros viven y mueren, a la que dejan y regresan, lloran o insultan, sus miembros se emborrachan en los funerales, bajo los esplendidos cielos de una naturaleza situada tan a la mano como las armas de fuego que, escondidas casi arqueológicamente yacen por ahí, tesoros de la venganza. Es un devenir que en parte es completamente representativo de una idea de Latinoamérica y que en otra línea conlleva una dosis de cinismo caro a una reacción excéntrica ejecutada, no frente la naturaleza y sus designios (casi siempre prodigiosos), sino bajo la historia de sufrimientos, abusos y abandono de lo que podría y debería ser la familia mayor de todos: Brasil.
Y es cuando todo se vuelve más enrarecido y los diversos tonos y géneros cinematográficos se acoplan, que Bacurau -guardando las distancias- alcanza un mayor estatus de pueblo americano, en la tradición del realismo mágico; allá donde literatos nos han regalado Comala y Macondo, los cineastas Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles nos legan esta comarca de muertos que reaparecen y viejos matrimonios que desnudos riegan sus huertas y disparan armas letales, de líderes sociales y guerrilleros mezclas de Che Guevara con drag queen. Ambos directores suman -siempre con cuidado de no atorarse ni solazarse en lo camp a lo Robert Rodríguez- elementos que pueden recordar hasta la ciencia ficción sin entrar nunca realmente en ese campo, junto con evidentes temáticas relacionadas con el colonialismo, fábulas del racismo de un ‘otro’ blanco o tristemente brasileño aspirante a ‘blanco’, para componer un verdadero barroquismo pop al servicio de una tradicional identidad latinoamericana, filtrada por una inusual libertad sin complejos en la elección de elementos del cuadro, muy brasileña y muy posmoderna. Una textura hibrida que en el relato se abre y rechaza a lo extraño, a veces en un solo movimiento con la naturalidad de lo que es de una forma y no de otra, aun cuando no logremos descifrar bien qué es, porque el secreto es un eje que estructura la tensión y la atracción, tanto hacia la historia como hacia a un fondo misterioso que ancla el coktail pop con el pasado que vuelve fuertes a los locales de Bacurau. Presente de posmodernidad, tanto en la consistencia del relato como en la representación de un mundo arrojado a las suertes de la naturaleza y el caos político, y pasado revolucionario desde donde costaría negar la existencia de un concepto más explicativo aún: Latinoamérica.
El protagonista del filme es el pueblo de Bacurau, ente de muchos rostros que se reconocen tras una moral común que revolotea entre la desinhibición, muy brasileña también, la desconfianza absoluta hacia el poder y la política, la desnudez del cuerpo y la sangre como frontera viva y símbolo entre lo muerto y lo vital, allí donde la naturaleza no es tanto un contexto sino la actualización permanente de un horizonte, tal vez también moral. De ahí la coexistencia desde el principio del paisaje con la muerte y la violencia, donde estas dos últimas obviamente no pueden anularse, pero sí -en instantes cruciales del relato o del actuar de los personajes- enfrentarse, disociarse, embrujarse. La narración no se dispersa y va ganando en suspenso cuando la violencia explota, y es en la forma en que el ritmo y los encuadres van constituyendo la idea de personajes, donde estos ganan en carisma, porque esta es una película carismática por sobre todo lo demás, más intensa que profunda. Carisma lo tienen los pobres de Bacurau, los virulentos, carenciados visitantes del mundo anglo, e incluso la odiosa figura del político blanco, gordo y joven, quien visita la comarca para ofrecer libros, comida descompuesta, buscar votos y secuestrar prostitutas, tan hijas del pueblo como Dominga, la doctora, tal vez alcohólica y muy valiente, interpretada con carácter y decisión singular -al igual que en la anterior Aquarius (2016)- por Sonia Braga.
En Bacurau hay algo de costumbres comunitarias, felicidad en la precariedad, desconfianza, acción temeraria ante los abusos de los extranjeros, de pronto mucha acción y una antigua historia oculta de resistencia armada y alucinación “en el medio de la plaza”. También está esa cierta amoralidad desvergonzante que encuentra su clímax y sentido en una revolución que no llegará para cambiar los espíritus sino para hacerlos aparecer desde la muerte, sea esta física o sometida a un pasado que desde los subterráneos y gestos ocultos saldrá endemoniadamente para ejercer el sagrado derecho a la venganza, contra un mundo exterior que se les antoja tan o más excéntrico en su desvergonzada inmoralidad. Una revolución que mira hacia el pasado y a los muertos tanto como es empujada por ambos y que identifica a los seres de ese pueblo en una estampa que desde temprano intuimos pero no creímos llegar a ver concretada hasta esas últimas consecuencias. Hay que conocer las reglas de Bacurau, porque las de afuera ya las sabemos de sobra.
Título original: Bacurau. Dirección: Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles. Guion: Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles. Fotografía: Pedro Sotero. Música: Mateus Alves, Tomaz Alves de Souza. Reparto: Udo Kier, Sônia Braga, Jonny Mars, Chris Doubek, Karine Teles, Alli Willow, Brian Townes, Antonio Saboia, Barbara Colen, Julia Marie Peterson, Silvero Pereira, Edilson Silva, Thomas Aquino. País: Brasil. Año: 2019. Duración: 132 min.