Mujeres reescribiendo historias desde otros lugares
La consigna "Arroz y mimos" escrita en una céntrica pared, como aquello que nos queda a las y los trabajadores para hacer frente a las dificultades económicas (comer cualquier cosa y hacernos cariño), también aplica a las válvulas de escape que encontramos en la cultura o la lectura para evitar la alienación de la explotación del trabajo.
Si como cree la actriz chilena Aline Kuppenheim el cine es el mejor ejercicio de memoria, porque trae de vuelta la historia, la ficción 1976 de la directora y también actriz Manuela Martelli es una forma de reescribir un período histórico desde la cotidianidad y lo doméstico de una mujer de clase acomodada, figurada inspirada en la abuela materna de Martelli que murió ese año cuando Chile vivía en plena dictadura.
La premiada como mejor película chilena en la 29° edición del Festival Internacional de Cine de Valdivia y representante nacional en los premios Goya, permite traer de vuelta el año 1976. Pero no desde una lectura ya revisada sobre los grandes acontecimientos, sino desde un espacio anónimo y subjetivo, y el lugar de enunciación de una mujer que se enfrenta a una situación excepcional en su resuelta vida, escogiendo involucrarse en vez de ser cómplice pasiva de los abusos cometidos por el régimen.
Aline Kuppenheim estuvo muchos años delineando y haciendo madurar el personaje de Carmen (la película demoró siete años en realizarse y diez desde que la directora comenzó a pensarla), hasta construir una mujer de mediana edad con hijos y nietos, que requiere medicación por sus jaquecas, pero sobre todo por su depresión y frustración probablemente por el rol de género tradicional que le toca cumplir. Lo masculino -su marido médico- es el que decide sobre su cuerpo y sus dolores.
Perteneciente a una familia adinerada, Carmen pasa una temporada sola en su casa de la playa para remodelarla eligiendo colores de pintura y coordinando el trabajo de los maestros, recibiendo ocasionalmente la visita desde Santiago de su familia, parte de la elite que prefería no saber lo que estaba ocurriendo en Chile. Por solicitud del cura del pueblo, con el cual tiene una relación cercana y de confianza, Carmen accede a cuidar en secreto a un joven que está herido, que poco a poco se irá dando cuenta que no es el delincuente que le dijo el padre que era, sino un revolucionario contra la dictadura.
Realizando una amorosa y cristiana labor de cuidados gracias a sus conocimientos de enfermería porque pertenecía a la Cruz Roja, Carmen se va involucrando en una trama con ribetes políticos en que arriesga su propia integridad, que cambiará su mirada sobre los excesos del régimen dictatorial en medio de una familia de derecha.
La abuela Noni de Manuela Martelli, que siendo dueña de casa y madre se atrevió a romper las estructuras a las que estaban sometidas las mujeres en los setenta y estudió de grande en la Escuela de Artes Aplicadas, fue la inspiración para la ópera prima de la realizadora de 1976 (actualmente en salas en todo el país), que tuvo su estreno mundial en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes y que inicialmente se iba a llamar “Coraje”, por el valor y decisión de su protagonista.
Martelli encontró cintas de películas domésticas que estaban perdidas en su familia y las incorporó a 1976 a modo de homenaje a una mujer que no alcanzó a conocer, pero de la cual intuye que su estado depresivo también respondía al contexto político y social que Chile vivía en ese momento. Martelli indaga en el tras bambalinas de esas imágenes de celebraciones y eventos familiares registrados para recordar, intentando indagar qué hay entre corte y corte.
Aline Kuppenheim logra encarnar magistralmente en la escena final de 1976, a una Carmen tratando de seguir con su vida y su rol familiar en un contexto de privilegios, lo que probablemente no conseguirá. Como posiblemente tampoco lo hizo la abuela de Manuela Martelli que murió tempranamente a los 49 años, a quien la directora le dio una nueva oportunidad de reescribir su propia historia a través de la ficción.
La 29° edición de FicValdivia tuvo un foco especial en la directora española Elena López Riera, que en El agua -su primer largometraje-, vuelve a su pueblo natal de Orihuelas en Alicante al igual que en sus cortos anteriores, del que se fue apenas con 18 años por falta de oportunidades (tal como quisiera hacerlo la joven protagonista). De mayor, se fue dando cuenta que buscaba cualquier excusa para regresar, acaso para develar las tradiciones machistas y el conservadurismo de algunos pueblos del sudeste español que identifica en leyendas, costumbres y tradiciones orales.
Es así que en Pueblo (2015), el joven protagonista vuelve a su terruño desde la ciudad y se siente como un extraño; en el corto documental Las vísceras (2016) la directora observa las tradiciones rurales y cómo una mujer despelleja un conejo con toda naturalidad frente a los niños; y en Los que desean (2018), también cine real, se vale del reglamento de las competencias de palomos pintados (en que ganan los que pasen más tiempo con las hembras y en el que participan sólo hombres), para evidenciar prejuicios, como el artículo donde se castiga con la expulsión del concurso a las aves que se acerquen y deseen a otras del mismo sexo.
La leyenda que le contaba su abuela a Elena decía que a veces el río Segura se enamora de una mujer a la que se le metía el agua adentro y que en época de crecidas se la quería llevar con él. La directora busca evidenciar la tradición machista que entiende el cuerpo de las mujeres como propiedad social y objeto de sacrificio para el bien de la comunidad toda. La joven Carmen -que junto a su madre y su abuela son miradas como raras en el pueblo porque son capaces de vivir solas, sin un hombre- es supuestamente invocada por el río para frenar la inundación, pero ella finalmente es capaz de resistirse a esta dimensión de lo fantástico, subvirtiendo las mitologías clásicas de control de las mujeres.
López Riera complementa la ficción con entrevistas documentales de mujeres que narran las leyendas que conocieron por tradición oral e incluye imágenes de archivo de las crecidas del río en distintos momentos de la historia de Orihuelas, agregando una dimensión de realidad, pero también de maldición histórica asociada a una naturaleza indomable. La mixtura entre ficción y documental El agua también será parte de la programación del Fidocs, próximamente.
Carla Simón fue otra de las españolas que tuvo un destacado sitial en FicValdivia, con el estreno de su segundo largometraje Alcarrás (que lleva el nombre de un pueblo cerca de Barcelona), ganador del Oso de Oro en la última edición del Festival de Berlín. Varios pequeños poblados españoles reabrieron sus abandonadas salas de cine para exhibir Alcarrás debido al éxito de la película a nivel mundial y porque sus comunidades estaban orgullosas de verse representadas en la pantalla grande.
En la bellísima Verano 1993 (2017), Carla Simón ficcionaliza su experiencia personal de duelo en base a su propia niñez e incorpora elementos autobiográficos de su vida en el campo donde debió ir a vivir con sus tíos al perder a su madre producto del sida en los noventa. En Alcarrás agrega a sus vivencias una estructura coral para hacer homenaje a la cultura rural y la amenaza de desaparición de ese modo de vida.
La familia extendida Soler, dedicada a la cosecha de melocotones, ha vivido por años en las tierras que antiguamente le fueron cedidas por los dueños cuando para sellar un acuerdo bastaba un apretón de manos, pero no hay ningún documento legal que lo certifique. Por eso al final del verano, es probable que deban abandonar los terrenos o ceder ante las presiones de instalar paneles solares donde hasta ahora ha habido árboles frutales.
El emocionalmente contenido y angustiado padre de tres hijos y quien lleva mayoritariamente el peso de la administración del campo, reacciona agresivamente ante la posibilidad de desalojo, hasta que en un momento sucumbe ante el estrés y la desesperación, en un gesto de llanto y desahogo, tal como en Verano 1993 lo hiciera la pequeña Frida cuando por fin logra asumir su duelo. Alcarrás podrá verse más adelante en la plataforma Mubi.
A partir de la aplicación de una encuesta censal a distintos tipos de trabajadores y trabajadoras que responden preguntas sobre sus condiciones laborales, la directora cordobesa María Aparicio recorre en Sobre las nubes -película ganadora de la Competencia Internacional de FicValdivia-, los barrios del centro de la ciudad de Córdoba que creció observando a través de la mirada de su padre y hermano arquitectos y las vidas de quienes lo pueblan desarrollando sus distintos oficios.
En blanco y negro y con cámara fija, Aparicio dedica un generoso tiempo a los gestos y movimientos cotidianos propios del quehacer de los y las trabajadoras. Los instrumentos que arregla la arsenalera en el quirófano, las ollas y alimentos que prepara el cocinero de un restaurant, el uniforme que deben ponerse antes de comenzar a trabajar, los trayectos y los turnos al revés por los que una pareja no se encuentra cada noche. La mayoría personajes que son conocidos de la directora y que realizan las mismas labores que aparecen desarrollando en esta ficción, a través de las cuales evolucionan distintas historias en la ciudad.
La consigna "Arroz y mimos" escrita en una céntrica pared, como aquello que nos queda a las y los trabajadores para hacer frente a las dificultades económicas (comer cualquier cosa y hacernos cariño), también aplica a las válvulas de escape que encontramos en la cultura o la lectura para evitar la alienación de la explotación del trabajo. Los "mimos" para el alma están en el taller de teatro o el pequeño grupo que se junta a leer en la librería los martes por la tarde, en que los personajes se encuentran con otros para enfrentar la soledad y enajenación del día a día y así poder mirar por sobre las nubes.
En el cortometraje Ninguna estrella la directora chilena Tana Gilbert reconstruye la historia de la abuela de su hijo, Cecilia, a partir de las grabaciones familiares que su ex suegra registró por años y luego le cedió, hermanándola con su condición de madre y las dificultades de la vida familiar de su propia biografía. La ex suegra y la nuera pertenecen a distintas generaciones, pero “la historia de Cecilia pudo ser la mía”, se lee en uno de los textos sobreimpresos que por momentos corresponde a la voz de Tana y en otros a la madre de su ex marido. “Al mirar a Cecilia, me veo a mí”, señala la directora.
Con valentía y coraje (como buena parte de los documentales autobiográficos escritos por mujeres) el relato que Tana logra identificar de las imágenes grabadas por Cecilia reconoce la soledad de la maternidad producto de un padre ausente por trabajo. Por 22 años ella realizó todas las tareas de cuidado sola: llevar a los niños al colegio, darles de comer, hacer las compras, pagar las cuentas, acostarlos cada noche. Entonces aparece la primera depresión de Cecilia y luego la segunda, hasta que logra divorciarse. Ninguna estrella será parte de la competencia de cortos de Fidocs.
En un homenaje al trabajo pionero de las realizadoras del colectivo mexicano Cine Mujer en los setentas, el Festival Internacional de Cine de Valdivia y la Filmoteca de la Universidad Autónoma de México llevaron a cabo la digitalización de los negativos originales de los cortometrajes de este grupo de directoras feministas, que fueron exhibidos en el festival en presencia de varias de sus creadoras.
Algunos de ellos son Cosas de mujeres (1978), donde Rosa Martha Fernández -quien tempranamente concibió el cine como instrumento de concientización política, transformación de la realidad y concientización- desarrolla un híbrido entre ficción y documental para abordar el aborto clandestino, la relación humillante entre el médico y la paciente o el maltrato en los hospitales públicos, en tiempos en que el cuerpo de las mujeres estaba cooptado por concepciones religiosas y políticas, y poco les pertenecía a ellas mismas (tal como sigue sucediendo en el Chile de hoy). También de Rosa Martha Fernández, Rompiendo el silencio (1979) evidencia los discursos masculinos que justifican la violación y distintas expresiones de violencia sexual en el México setentero, y propone alternativas comunitarias de apoyo a las mujeres víctimas.
Tal vez uno de los aspectos que más impresionan del impactante híbrido entre ficción y documental Mato seco em chamas de la portuguesa Joana Pimenta y el brasileño Adirley Queirós con dos mujeres actrices naturales como protagonistas, es que su tinte distópico marcado por la violencia y la descomposición de la sociedad toma varias escenas de cine real en el Brasil de hoy. Las concentraciones a favor del fatídico Bolsonaro donde se ubica a Brasil y a Dios por encima de todo, el fanatismo religioso de las iglesias evangélicas (con un revelador plano en que se sigue realizando un culto aunque en la calle corre la lluvia como un río) o los vehículos blindados entrando a las favelas secundados por drones como en una escena de guerra, nos acercan a esa llamarada a la que hace mención el título de la película siempre a punto de prenderse.
En esta inquietante historia marcada por el fuego (del pozo petrolero, de los artificios y de las armas), las hermanas Chitara y Léa (actrices naturales) extraen petróleo del patio de su casa tras identificar los planos de las tuberías de Petrobrás, adquirir ese terreno en la favela Sol Nascente y revender el hidrocarburo transformado en gasolina a menor precio en coordinación con un grupo de motoqueros, en un negocio claramente ilícito que, sin embargo, tiene algo del espíritu de Robin Hood de robar a los ricos para darle a los pobres.
Con una paleta de colores marcada por el sepia y los ocres de la sequedad y los suelos de tierra de la favela, la mata seca siempre está a punto de incendiarse por la realidad del crimen y el tráfico de drogas, delito por el que fueron encarceladas la mayoría de las mujeres presas, que cayeron en esa práctica para dar de comer a sus hijos o a veces para permutar por bienes tan básicos como un desodorante.
La cárcel es la realidad de buena parte de los habitantes de Sol Nascente en Ceilandia, al punto de que una de las integrantes del comercio ilegal de gasolina derivada del petróleo, Andrea, apuesta por la opción política y se postula como candidata a diputada federal por el Partido Popular de la Prisión, con medidas como levantar el toque de queda policial de las 21hrs o abogar por el voto de los presos que esperan por un juicio.
Fiebre, el tercer largometraje de la directora chilena Elisa Eliash, tuvo su estreno mundial en la sección Gala del FicValdivia con una alucinante y colorida fábula para niños y niñas con un mensaje claro contra el abuso de las pantallas en las infancias, ante un Aula Magna llena, justamente, de niñas y jóvenes que en su mayoría lograron guardar sus celulares durante la película.
Con una mirada artística, psicodélica y onírica del viaje que emprende Nino durante un estado febril al interior de un cuadro y de múltiples imágenes, Fiebre se adentra en distintas texturas y materialidades artísticas realizadas de manera analógica y tradicional y no con aplicaciones como pudiera imaginarse, que logran un resultado fascinante en las múltiples historias que aborda.
Antecedida del cortometraje Un poco de fiebre (2017) de la misma directora y con el mismo pequeño protagonista, Fiebre se fija en la mirada subjetiva con énfasis en el órgano de los ojos, tal como en Mami te amo (2008).