Cine en cuarentena (12): Ghost Town Anthology: Pueblo tomado

Ghost Town Anthology (Denis Côté, 2019), hoy disponible en MUBI, se presentó en la versión número 69 de la Berlinale y aunque no se llevó ningún premio importante sí estuvo entre lo mejor de una Competencia de pocos pero muy buenos altos. Filmada en 16mm en una Canadá nevada, el francocanadiense, realizador también de A Skin So Soft (2017) y Vic + Flo ont vu un ours (2013), hizo una película coherente desde su confección (¿qué mejor manera de filmar el retorno de los muertos que resucitando a las cintas de 16mm?), dándole a lo irreal e insostenible de la premisa una capa de distancia, esa textura granulada en la imagen, que acoge y cubre su veta paranormal para presentarla como una pequeña historia ubicada en un punto indefinido entre la realidad y la fantasía.

No son zombis, por suerte, que de eso ya estamos saturados, pero se les parecen. Luego del mortal accidente de Simón, un querido joven de Irénée-les-Neiges, muertos comienzan a aparecer en el pueblo. Quizá sea pura coincidencia, toda película necesita un punto de partida. Nada indica que sea su muerte el detonante que atrae a estos inesperados huéspedes, como si Simón hubiera tomado la batuta desde la ultratumba y liderara a un ejército silencioso e inútil, aunque alguna imagen hacia el último tercio de la película podría sugerir algo parecido. Da igual. El punto es que los muertos vuelven y no queda otra que tomárselo con calma, porque ¿qué más se puede hacer?

Ghost Town Anthology (Denis Côté, 2019), hoy disponible en MUBI, se presentó en la versión número 69 de la Berlinale y aunque no se llevó ningún premio importante (podría fácilmente haber desplazado a la ploma Grâce à Dieu de Ozon en el Grand Jury Prize, por decir algo), sí estuvo entre lo mejor de una Competencia de pocos pero muy buenos altos. Filmada en 16mm en una Canadá nevada, el francocanadiense, realizador también de A Skin So Soft (2017) y Vic + Flo ont vu un ours (2013), hizo una película coherente desde su confección (¿qué mejor manera de filmar el retorno de los muertos que resucitando a las cintas de 16mm?), dándole a lo irreal e insostenible de la premisa una capa de distancia, esa textura granulada en la imagen, que acoge y cubre su veta paranormal para presentarla como una pequeña historia ubicada en un punto indefinido entre la realidad y la fantasía.

Todo ocurre en un pueblo que tiene 215 habitantes. La nada misma. Todos se conocen y funcionan como una gran familia, o así al menos lo ve su alcaldesa, quien se debate entre ser la madre y la psicóloga de sus coterráneos. ¿Por qué hablo de todos? Porque es una historia sin protagonista, aunque es cierto que hay un centro nuclear: la familia del difunto reciente. Jimmy, su hermano gemelo, y sus padres. La muerte de Simón es un golpe duro para la comunidad entera, que no había tenido muertes en mucho tiempo, y dudan si acaso fue un accidente o derechamente buscó el suicidio (Simón muere al chocar su vehículo brutalmente contra una sólida pared de cemento). Jimmy es incapaz de aceptar esta idea. Mientras, insiste en buscar comunicación con su hermano muerto. Nada de grandes ritos ni trabajos místicos. Lo llama en voz alta pero despacio, le habla, incluso le dice que sabe que está ahí y le pide que se manifieste. Hasta que lo ve. Pero no es el único, a todos, de a poco, se les empiezan a manifestar distintos muertos.

Hay una casa desocupada en el pueblo. Cuenta la historia que en 1983 un padre mató a sus cuatro hijas y luego se suicidó. Estas niñas se mueven por el pueblo llevando máscaras, a veces alguno que otro pueblerino las ve y se espanta. Quizá el motivo oculto para el retorno de los muertos sea esa conexión lejana entre dos suicidios, el de 1983 y el de Simón, en un lugar tan poco acontecido que cualquier cosa sirve como excusa para que algo ocurra. Sea como sea, el retorno es ominoso y desordenado, no parece seguir ninguna regla ni siquiera metafísica. En un solo momento vemos a los muertos volver desde la nada, apareciendo lentamente desde la más leve transparencia. Es la única vez en la que notamos que de seguro que vienen desde alguna otra dimensión impensable, ya que para el resto del tiempo, si no es por esa quietud algo sospechosa, creeríamos que se tratan de personas como cualquier otra.

Es muy bueno como Côté trabaja la presencia de los muertos. No son fantasmas, pues a toda vista parecen de carne y hueso, ni tampoco son zombies, pues sus carnes no están podridas ni buscan morder humanos. Es decir, no son los cuerpos los que se levantan ni los espíritus los que se manifiestan. ¿Qué son, entonces? Son muertos como si uno le dijera a un vivo que, de perezoso o de aburrido, está muerto por dentro. Los vemos, están ahí mismo, parados y haciendo nada, o quedándose voluntariosamente callados y mirando -podríamos interpretar– juiciosamente a los vivos. Alucinaciones que, por ser colectivas, no pueden serlo. Es como si reclamaran su lugar, el pueblo, pero sin ninguna razón aparente. A falta de una explicación (la película termina antes de siquiera empezar a pensarlo), queda la representación y la metáfora. Son lo ajeno, aquello ante lo que no queda acción posible sino la extrema: o matar o huir. En algún momento, mirando a uno de estos palitroques humanos, alguien se pregunta qué pasaría si intentan matar a uno. Hacia el final de la película, otros deciden dejar el pueblo e irse hacia Quebec. El miedo mueve ambas acciones. Y es cierto que cuando lo ajeno es más terrorífico es cuando tiene forma humana, incluso familiar, un hijo o un hermano reconocible, salvo que evidentemente ya no es él.

La indefinición de estas apariciones también ubica al film en un lugar similar, en ningún caso es una película de terror, aunque hay momentos en que los personajes reaccionan ante el suceso como si estuvieran en una. Tampoco es propiamente una de fantasía, pues hay un realismo en el modo de filmar y aproximarse a los personajes impropios de ese género. Allí hay un logro importante, a lo que habría que sumar una historia contada en pedazos, cuasi coral, pero donde finalmente no queda protagonista alguno salvo un pueblo muerto y tomado por estos nuevos extraños. Habría que apuntar la falta de una idea o intención que aúne y no deje temas a medio tratar, como el de la inmigración, que incluso podría haber sido el gran motor del film, pero que queda flotando en una buena escena que termina por perderse sin mucha fuerza entre todo lo que viene, dejándola como una anécdota. Así mismo, otros picoteos de temas: las comunidades cerradas, la familia y las amistades, las reputaciones, etcétera. Todo se pierde en una renovada y agradable cubierta de 16mm. No es para quejarse.

 

Título original: Répertoire des villes disparues. Dirección: Denis Côté. Guion: Denis Côté. Fotografía: François Messier-Rheault. Edición: Nicolas Roy.  Reparto: Robert Naylor, Jocelyne Zucco, Diane Lavallée, Josée Deschênes, Larissa Corriveau, Rachel Graton. País: Canadá. Año: 2019. Duración: 97 min.