Mis hermanos sueñan despiertos: El fuego de Claudia Huaiquimilla
Algo particular que tienen las películas de Claudia Huaiquimilla, incluyendo su cortometraje debut, es el uso del fuego como elemento narrativo, estético y simbólico en sus películas. Sin embargo, la relevancia del fuego en Mis hermanos sueñan despiertos es aún mayor. El fuego es el símbolo de los sueños de libertad. Aunque rápidamente esas llamas se transforman en el reflejo de la rabia contenida por un grupo de niños que han sido vulnerados por los gendármeres, por los jueces y abogados, por el Estado y por toda la sociedad. El fuego es el clamor por una justicia que nunca llegó y que nunca llegará, es el grito de auxilio de los que aún sobreviven y por los que han muerto en manos del SENAME.
En noviembre de 2019, Marcelo Morales en el sitio CineChile incluyó Mala junta (2016), ópera prima de Claudia Huaiquimilla, como una de las 12 películas que servían para entender el Estallido Social ocurrido en Chile desde octubre del 2019. Cinco años después de aquel estreno, Mis hermanos sueñan despiertos, segunda película de Claudia Huaiquimilla, no sólo acumula premios en festivales de cine como el FICGuadalajara y el reciente pudú a Mejor Película en FICValdivia, sino que retrata una de las principales causas de la desigualdad y del descontento social: la realidad de los niñes en los centros de detención del SENAME.
Mis hermanos sueñan despiertos se centra en la historia de Ángel (Iván Cáceres) y Franco (César Herrera), dos hermanos que están recluidos en un centro del SENAME hace un año a la espera de un juicio que parece nunca llegar. Pero el foco de la película no está en el ámbito judicial, donde el abogado de los hermanos (Claudio Arredondo) deja en claro que ni al Estado ni al sistema les interesan los niños presos. El verdadero foco está en las relaciones humanas construidas y fallidas que tienen los protagonistas, tanto al interior de la cárcel como en el exterior.
Franco, o “El Pulga”, le escribe cartas a su mamá esperando una visita que, al igual que la justicia, no le importa llegar. Sueña con que algún día podrá vivir con ella y su nueva familia, conocer a sus nuevos hermanos, que espera que se parezcan a él “para que sean bonitos”. La inocencia radical del Pulga contrasta con la decepción que vive en Ángel, su hermano mayor, quien sabe que su madre los abandonó, y que lo único que tienen son a sus abuelos y a ellos mismos. Ángel cuida a Franco dentro de la cárcel a sabiendas que tarde o temprano tendrá que asumir el abandono materno.
Pese a la dureza de la película y su trama, la vida dentro del SENAME se aligera gracias a la amistad y compañerismo que hay entre los niños presos. Cada uno tiene su propia historia pese a que nunca sabemos realmente porque están ahí. No importa el “delito” por el que están presos, sino que la película retrata de forma dolorosa y cruda los verdaderos porqués de los niños que llegan al SENAME. Johnatan (Sebastián Ayala) es un niñe que se prostituía en el barrio alto de Santiago, Michael (René Miranda) fue abusado y tenía fuertes crisis nerviosas, mientras que Ángel y Franco fueron abandonados por sus padres siendo criados por sus abuelos.
La película es crítica del sistema carcelario de menores, pone el foco en los esfuerzos de los cuidadores, particularmente con el personaje de Ana (Paulina García). En una suerte de taller misceláneo, Ana los hace sacar fotos, dibujar y pensar en su futuro. Es en ese lugar donde Ángel conoce a Tiare (Julia Lübbert), una niña que está presa en la sección femenina de la cárcel, de quien se enamora. Pero también es en ese lugar donde se dan cuenta que su futuro no depende de ellos, como por ejemplo cuando Ana les pide cerrar los ojos y les pregunta qué ven, y Michael responde: “puras weás”.
Algo particular que tienen las películas de Claudia Huaiquimilla, incluyendo su cortometraje debut, es el uso del fuego como elemento narrativo, estético y simbólico en sus películas. En San Juan, la noche más larga (2012), el fuego era el símbolo de reunión para la comunidad, pero al mismo tiempo era el instrumento que tenía Cheo (Eliseo Fernández), para vengarse de su padre y la misma comunidad, quemando la animita de la virgen que protegía el lugar. En Mala junta, como señalé en mi crítica el 2017, el fuego es un elemento purificador para su protagonista, le permite liberarse de la rabia contra el bullying recibido en el colegio y sobre la violencia estatal ejercida contra su comunidad, donde incluso asesinan a uno de sus líderes.
Sin embargo, la relevancia del fuego en Mis hermanos sueñan despiertos es aún mayor. El fuego es el símbolo de los sueños de libertad. La llegada de un niño nuevo, Jaime (Andrew Bargsted), les permite soñar con fugarse del centro y escapar hacia los cerros, “donde los balazos nica les llegan”. Las llamas se transforman nuevamente en un elemento purificador, que les va a permitir dejar atrás las rejas y comenzar una nueva vida. Aunque rápidamente esas llamas se transforman en el reflejo de la rabia contenida por un grupo de niños que han sido vulnerados por los gendármeres, por los jueces y abogados, por el Estado y por toda la sociedad.
El fuego es el clamor por una justicia que nunca llegó y que nunca llegará, es el grito de auxilio de los que aún sobreviven y por los que han muerto en manos del SENAME. Algo que Ángel le recrimina a Ana, luego de dar la PSU, cuando le dice en la cara que después de todo da lo mismo que ellos mueran, que los tengan drogados todos los días, desorientados, sin ayuda, que son un número más para un sistema que sería mejor que los ignorara, pero que, por el contrario, se esmera por eliminarlos de la sociedad.
Tan desechables son los niños del SENAME, que, en medio de los gritos por justicia, gendarmería prefiere hacer oídos sordos y dejar que el fuego haga lo que ellos hacen día a día: asesinar una infancia que ha sido vulnerada desde siempre. Las llamas pasan desde representar una purificación, para luego ser rabia y terminar siendo la condena de los niños. El abandono es tal, que es más fácil dejarlos arder que intentar salvarlos. Mis hermanos sueñan despiertos es una película que duele, y al mismo tiempo desborda rabia.
La imagen final de la película me recordó y generó una sensación similar a la escena final de Siete años en Mayo (2019) de Affonso Uchoa. El grupo de niños en el bosque, en silencio, caminan y miran a la cámara mientras acabábamos de presenciar su sacrificio en una hoguera. Es una escena profundamente política, porque les pone rostro a los miles de niños abusados, torturados y asesinados en el SENAME. Y el fuego de Claudia Huaiquimilla radica en eso, en ser capaz de darle forma, belleza y justicia, aunque sea simbólica, a las miles de víctimas de un Estado más preocupado de unos paraderos quemados que en la vida de sus habitantes.
Aunque sean personajes de ficción, los rostros de Ángel, Franco, Tiare, Jaime, Johnatan, Michael, Bianca son las llamas con las cuales Huaiquimilla busca nuevamente purificar una infancia vulnerada y hacer un llamado por justicia. Pero esta vez nos interpela directamente a nosotros a mirar esos rostros y sentir esa misma rabia y dolor. Y que, finalmente, todos tomemos nuestras antorchas para que esta vez el fuego si logre liberarlos.
Mis hermanos sueñan despiertos. Dirección: Claudia Huaiquimilla. Producción: Pablo Greene Flaten y Mariana Tejos Martignoni. Guion: Claudia Huaiquimilla y Pablo Greene. Fotografía: Mauro Veloso. Dirección de arte: Karla Molina. Sonido: Carlo Sánchez & Miguel Hormazábal. Música: Miranda y Tobar. Edición: Andrea Chignoli, María José Salazar. Elenco: Iván Cáceres, César Herrera, Paulina García, Andrew Bargsted, Julia Lübbert, Sebastián Ayala, René Miranda, Luz Jiménez, Ariel Mateluna, Belén Herrera, Claudio Arredondo, Germán Díaz, Otilio Castro, Joaquín Huenufil y Mario Ocampo. Casas productoras: Lanza Verde, Inefable. País: Chile. Duración: 85 minutos. Año: 2021.