El pacto de Adriana (1): De memorias sociales y (auto)biografías
“Mi tía quiere que yo haga mi película para demostrar que es inocente”, reflexiona Lissette Orozco directora del documental, y es así como El pacto de Adriana aborda uno de los hilos tal vez más problemáticos de la recuperación de la memoria: la dimensión humana de los perpetradores, sus vínculos afectivos, los retazos de historias que demuestran que los genocidios han sido llevados a cabo por personas comunes y, por cierto, también por mujeres.
El pacto de Adriana repasa la historia de Adriana Rivas, la “Chany”, exsecretaria de Manuel Contreras y agente de la DINA en el Cuartel Lautaro, centro de exterminio de la dictadura donde se dio muerte brutalmente a miembros de la dirección clandestina del Partido Comunista en el año 1976. Adriana se encuentra prófuga en Australia y mientras Chile solicita su extradición, su sobrina Lissette intenta develar un secreto familiar y político: la participación de su tía en los crímenes de la dictadura de Pinochet. El pacto de Adriana plantea ser un relato en primera y tercera persona. Es la biografía de Lissette Orozco y su conexión con las mujeres de su familia, las muchas madres que tuvo entre sus tías y abuelas luego de ser abandonada por su madre biológica. Es también la reconstrucción de la historia de Adriana Rivas, una mujer que en la DINA ascendió socialmente saliendo de lo que el destino de su entorno de clase media le deparaba, resultando también pieza clave en su rol de secretaria de Manuel Contreras en uno de los pasajes de la represión sobre los cuales se tiene mayor noticia gracias a las declaraciones de “El Mocito” (que también es entrevistado y es protagonista de su propio documental del mismo nombre).
A través de imágenes del archivo familiar, conversaciones con Adriana Rivas y con el resto de las mujeres de la familia, entrevistas a víctimas e investigadores, El pacto de Adriana intenta ordenar las piezas de la historia del Chile reciente a través de una sostenida incredulidad que no se resuelve hasta el final del filme. Una especie de posición de escucha que entre la perplejidad ante el horror, el dolor de la conexión afectiva y el negacionismo de los criminales hace de parangón con el Chile que aún espera que por fin los pactos de silencio sean rotos y se termine la impunidad. Se trata de una posición dubitativa entre consensos, entre las “dos caras de la moneda” -que en el documental son evocadas a través del tránsito tanto por las versiones de los criminales como de las víctimas-, entre imágenes de homenajes a Pinochet y de conmemoración o funas, situándose constantemente en un adentro y afuera. Entre planos donde la propia Lissette Orozco ubica la cámara y entra a escena como protagonista se evidencia el lugar complejo de su posición en la historia.
El pacto de Adriana da un paso al frente. Sacrifica, si se quiere, la hebra del relato familiar para anudar la memoria social. Lissette Orozco lo declara hacia el final, asumiendo su propio duelo y entregando su historia personal y materna fragmentada, rota por la evidencia del pacto de silencio de la “tía Chany” en pos de quienes aún buscan las piezas desaparecidas de la historia de Chile, pero no sin antes tensionar y someter al espectador a sus propias dudas, a la posible indignación frente a la mentira, a la complejidad de un personaje con historia e inscripción en una trama familiar llena de afectividad. Inyecta visiones oblicuas que aportan a la construcción política de los sentidos del pasado y a la posición de las nuevas generaciones. Apuesta por una memoria con claroscuros, pero sin medias tintas éticas.
Karen Glavic
Nota comentarista: 7/10
Título Original: El pacto de Adriana. Director: Lissette Orozco. Guión: Lissette Orozco. Fotografía: Julio Zúñiga, Daniela Ibaceta, Brian Martínez. Montaje: Melisa Miranda. Sonido: María Ignacia Williamson. Música: Santiago Farah. Productores: Gabriela Sandoval, Carlos Nuñez. País: Chile. Año: 2017. Duración: 93 min.