Barry: la mejor serie que (casi) nadie ha visto
Barry se atreve a ser una producción disruptiva en un campo que es cada día más competitivo. Incluso llega a jugar con el metamodernismo: caricaturiza el nihilismo a través de la ironía; se ríe de la industria a la que pertenece y le pide más, al mismo tiempo. Mientras presenta una historia cómica de violencia absurda, muestra personajes complejos, revisa los conflictos típicos de la sociedad contemporánea —querer cambiar de carrera y no poder escapar de la anterior, por ejemplo; la frustración subsecuente—, revisa a través de los ojos de una protagonista los vicios de la industria y sus actores y, al mismo tiempo, arma una historia sobre asesinatos y furia.
Para Francis Ford Coppola, la Segunda edad dorada de la televisión se debió a que muchos niños que crecieron con las cámaras de video de sus papás a su alcance, querían hacer películas, pero como no se les permitió, terminaron haciendo televisión. Y eso elevó el nivel del medio exponencialmente durante los últimos veinte años, incluso trayendo a la vida la Tercera edad dorada.
El co-creador de Barry, Bill Hader —que también protagoniza, escribe y dirige varios de los episodios de la serie, incluida la totalidad de la cuarta y última temporada— hace eco de lo anterior, y reconoce abiertamente la influencia de los hermanos Coen, Lynch y Scorsese en su obra, que ha recibido elogios transversales por parte de la crítica y la audiencia, estableciéndose dentro de ese selecto grupo de programas de televisión que se ganaron el título de Prestige TV, o ese tipo de televisión que está más cercana al cine que a su plataforma original. La mayor —y quizás, única— crítica que se le hace a la producción, es haber pasado mucho más desapercibida de lo que debió.
Barry es —originalmente— una comedia negra creada por Hader (conocido por Saturday Night Live) y Alec Berg. La premisa de la serie presenta a Barry Berkman (Bill Hader), un ex marine que hizo su servicio en Afganistán y que de vuelta en suelo estadounidense es reclutado por Fuches (Stephen Root), una oscura figura paterna allegada a su familia, como asesino a sueldo. Un trabajo los lleva a hacer negocios con la mafia chechena de North Hollywood, cuyo líder quiere eliminar al amante de su esposa y quien resulta ser parte de un grupo de teatro liderado por un malogrado actor convertido en profesor, Gene Cousineau (Henry Winkler), y al cual pertenece Sally (Sarah Goldberg), una actriz que está empezando a levantar vuelo.
Desde ese momento, las prioridades de Barry cambian: al llegar al teatro para seguir a su blanco, termina arriba del escenario, y en una epifanía, decide que quiere ser actor en vez de asesino, y de paso, encontrar una sensación de familia junto a Sally y Cousineau. Esto provoca problemas con la mafia chechena por incumplimiento de contrato, lo que escala en una serie de muertes, rivalidades de mafias que incluyen a la birmana y la boliviana, asesinatos y complicaciones que tienen como centro gravitante la, ahora, dicotómica figura de Barry.
Durante la primera temporada el principal foco se centra en el conflicto de Barry, que entra en una crisis existencial absurda, y juega con la pregunta ¿cómo un asesino a sueldo pretende ser un actor que atraiga las miradas?, con la comedia negra como el tono primordial, pero mostrando varias capas subyacentes que van desde lo estético a lo moral y psicológico. Todo confluye en un storytelling acertado, rápido pero profundo, que les da espacio a todos los personajes principales para desarrollarse e interactuar naturalmente. Incluso, como espectadores podemos observar que Barry, por ejemplo, está tan seguro de su supervivencia como personaje, que no se inmuta en situaciones violentas.
Y aunque quizás en esta era vemos un ritmo más rápido, parecido al de una sitcom, la serie se toma el tiempo para reflexionar y comenzar a adecuar la velocidad para que el tono comience a oscurecerse. Cada escena se va llenando de comedia violenta pero absurda, que se siente perfecta para el ambiente en el que se desarrolla: no estamos hablando de una lucha de territorio en las calles más peligrosas de Los Ángeles, sino en un lugar que uno de los personajes termina definiendo como Disneylandia. Cuando la serie logra establecer esto, y la lógica de la narrativa se asienta —cerca del tercer capítulo—, Barry, como producción, se dispara en una curva ascendente que no volverá a bajar. In crescendo, la serie comienza como una comedia negra con toques de dramatismo, y se transforma en un thriller filosófico con toques de comedia hacia el final de su emisión. (Incluso Guillermo del Toro pidió actuar en ella).
Además de lo brillante de la comedia —que no sólo se basa en las situaciones o diálogos, sino que en coreografías de acción que recuerdan a los Coen o incluso a Tarantino—, la profundidad que alcanzan los personajes es vasta. Si bien el formato lo permite, no son muchas las producciones que logran desarrollar arcos argumentales sustentados en los aciertos o fallas morales de sus personajes con una profundidad que active el pensamiento crítico del espectador; menos las que los sostienen durante todas las temporadas de la serie. Barry se encarga de este apartado de manera magistral, incomodando, y haciendo que varios de los principales generen antipatía. Porque en esta serie, todos los personajes persiguen metas egoístas, que son capaces de dominar las acciones de cada uno: Barry proyecta un halo de inseguridad y desadaptación. Es receptor de abuso por parte de su mentor, Fuches, pero al final del día sigue siendo un asesino que debe cubrir las muertes que provoca por mantener su antojadizo sueño vivo. Y aunque el duelo de figuras paternas entre la original y la nueva puede tender a llevar a la simpatía del espectador, sus acciones subsecuentes siempre terminan siendo un obstáculo para querer al personaje.
En un arco paralelo, pero ligado fuertemente al principal, Sally se enfrenta a las banalidades y el abuso machista de una industria como la hollywoodense, en donde se eleva tan rápido como cae, una y otra vez. Pero, al contrario de los personajes que interpreta, no crece con la situación, y su individualismo y el hambre de fama la llevan al ostracismo, del cual también trata de salir, pero con una actitud errónea hacia el mundo que la rodea, impulsada por la envidia exacerbada e incontrolable.
Cousineau se ve enfrentado a sus acciones pasadas en la industria, las que lo tienen casi fuera del circuito. Mientras, lidia con la figura de Barry: lo que él ha hecho desde que lo conoció, y las consecuencias de esto a nivel personal y familiar. Fuches, con perder y recuperar el poder sobre Barry constantemente, que ya no lo estima de la misma manera.
Mención aparte merece NoHo Hank (Anthony Carrigan), el mafioso checheno que llega a la cabeza de su organización por diferentes eventos. El personaje funciona como alivio cómico, pero se ve enfrentado a varias situaciones psicológicamente terroríficas y es quien mantiene a Barry encerrado en el mundo de la mafia a pesar de sentir profunda admiración por él. Los mayores sinsentidos y situaciones absurdas provienen de su influencia, y Carrigan logra un personaje memorable.
Barry se atreve a ser una producción disruptiva en un campo que es cada día más competitivo. Incluso llega a jugar con el metamodernismo: caricaturiza el nihilismo a través de la ironía; se ríe de la industria a la que pertenece y le pide más, al mismo tiempo. Mientras presenta una historia cómica de violencia absurda, muestra personajes complejos, revisa los conflictos típicos de la sociedad contemporánea —querer cambiar de carrera y no poder escapar de la anterior, por ejemplo; la frustración subsecuente—, revisa a través de los ojos de una protagonista los vicios de la industria y sus actores y, al mismo tiempo, arma una historia sobre asesinatos y furia. Ha generado diversas reflexiones: sobre la toxicidad masculina, la superficialidad de Hollywood, el individualismo en aumento, las inseguridades sociales, e incluso revisa el eterno conflicto de Estados Unidos con sus veteranos de guerra. Construye, a través del cinismo de todos sus personajes, un absurdo que da la vuelta: la broma es que nunca se admite que la broma es en realidad que los personajes no están bromeando.
Y todo esto, bajo una dirección excelente, sobre todo en los capítulos en que Bill Hader se encarga del apartado. Hablamos de un ritmo profundo a través de la edición precisa, la innovación en las escenas de acción, el uso constante de tomas largas bien coreografiadas que ayudan a mantener la atención del espectador; planos cerrados que se van abriendo para mantener la tensión, objetos y personas que aparecen en momentos clave de las escenas para ampliar el punto de vista del personaje principal involucrado. Buena fotografía y uso del recurso auditivo como parte de la narrativa.
Barry deja una vara elevada para otras series que busquen llegar al nivel de esta producción. Ha generado un nuevo estándar para los guionistas y showrunners y es comparable con otros clásicos de HBO como Los Soprano o The Wire y otras series de autor que han movido las aguas como Fleabag, de Phoebe Waller-Bridge y Atlanta, de Donald Glover. Se fue en lo alto y dejó un culto de fans en el camino.
Título original: Barry. Creadores: Bill Hader y Alec Berg. Temporadas: 4. Año: 2018. País: Estados Unidos. Distribución: HBO Max