Dario Argento: Esa sombra que acecha en el umbral (Guía Selecta)

Por Marco Antonio Allende, Elena Valderas y Rubén García López

Hace unas semanas fue el estreno de Suspiria (Luca Guadagnino) y muchos aún no nos recuperamos del desatino de sus imágenes y la ridiculez de su historia. Si de algo sirvió verla fue para, por oposición, reforzar las cualidades que hicieron de Dario Argento un cineasta distinto, una rara avis siempre resistida por el establishment que define que es el buen y el mal cine. La Suspiria original, a diferencia de su remake, era elemental y rechazaba cualquier tipo de expresión epocal. No intentaba ser la alegoría de ningun contexto político sino que, más bien, se reducía a lo esencial para alcanzar cierta abstracción poderosa y permanente. Si Guadagnino busca abarcar diferentes territorios sin lograr en ninguno de ellos un sentido claro sino apenas hilachas sueltas (el terror, el retrato social, el suspense, las macabras relaciones de poder en una comunidad femenina), Argento elude la declaración y prefiere ilustrar en base a una sugestiva reunión de imágenes casi palpables y enceguecedoras, una realidad erosionada por la explosión de colores que se interroga sobre los lindes de la cordura, sobre el terror que emerge como alucinación y trauma.

He aquí una pequeña guía, una filmografía selecta para ingresar en el deslumbrante mundo de Dario Argento, sus obsesiones y variaciones, puntos concentrados en donde encontrar emanaciones de ensoñación y violencia luminosa.

 

El pájaro de las plumas de cristal (1970)

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Opera prima de Argento, sorprende por la agilidad, el humor y la plena capacidad de aunar, en un delicado equilibrio, los dominios del policial, la comedia y el thriller, todo con tal de indagar en las vertientes misteriosas del mal. Un hombre presencia un intento de asesinato y se ve obligado por la policía a investigar al verdadero autor del crimen. Filmado con ánimo travieso y ágil, es una lectura europea de Hitchcock pasada por el cedazo de sus maestros Gelmi, Leone y Bava. Lo que nace de esa improbable reunión de influencias es una película llena de una crispación controlada por el intento de una narración que fluctúa entre la narración lineal de los hechos y los recuerdos visuales del testigo del crimen, en una trama que atrapa y se despliega en los vericuetos de la memoria como artefacto en constante recreación. Lo que impresiona es la influencia posterior de este inspirado debut: de acá bebieron Brian De Palma y John Carpenter, por dar dos nombres mejor situados en el canon fílmico en la actualidad. El uso preciso del sonido y de los flashbacks, un humor grácil y esperpéntico a la vez, son contrapesos a una trama oscura que reflexiona sobre los mecanismos de la memoria, mientras que los atrevidos ángulos de cámara y las concesiones a la inverosimilitud, son plenamente conscientes. En definitiva, una película que da origen a una carrera y a un estilo.

 

Profondo Rosso (1975)

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Es, con seguridad, la primera gran obra de Dario Argento. Aquí alcanza la mezcla perfecta que caracteriza al giallo como género llevado a sus límites formales: misterio, suspenso, terror sicológico y un innovador uso de la escala cromática. Con una estética novedosamente luminosa, colorida y elegante, y la entrada del rock progresivo con el grupo Goblin como banda sonora, establece la identidad cinematográfica de Argento  que se irá puliendo en el resto de sus filmes más renombrados, como la definitiva Suspira (1977). Un crimen, una obsesión y sangre a destajo, Profundo Rosso es el perfecto punto de partida en el mundo del giallo y de las atrevidas apuestas formales que muchos imitarían: ángulos improbables, la apuesta por una estética pop en perfecta congruencia con una historia perturbadora y, al mismo tiempo, fascinante. Bienvenidos al mundo de Dario Argento, tal y cómo quedará definido por la posteridad.

 

Inferno (1980)

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Si el neorrealismo inaugura el paseo como figura clave del cine moderno, el giallo y el fantástico italiano en general lo llevarán al extremo en su unión inextricable de azar y necesidad. En Inferno, la película más arriesgada y libre de Argento, el azar es mera apariencia de una sinfonía de texturas, colores, sonidos y volúmenes regida por una trama (o mejor dicho entramado, estructura) secreta que arremete más que nunca contra toda verosimilitud y coherencia, deviniendo el dominio del mal y la muerte sobre el mundo. Extensión y presagio de una libertad narrativa y plástica que lo llevaría a los límites de la incomunicación con el espectador, Inferno es en cierto modo la culminación del fantástico italiano, y no es menos casual que en ella participara, al parecer en más labores que las reconocidas por los créditos, el gran Mario Bava, cuya memorable Operazione Paura (1966) haría buena doble sesión con esta. Bella y demencial.

 

Trauma (1993) y La Sindrome di Stendhal (1996)

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En una década que abundó en thrillers protagonizados por psiques perturbadas y sexualidades perversas, por supuesto Argento hizo uno de los más extremos. La Sindrome di Stendhal es su última gran obra -aunque no hay que olvidar la brutal Pelts (2006)-, que consigue sobrevivir a sus magníficos 20 minutos iniciales en toda una lección sobre cómo abrir una narración del modo más desorientador posible. He aquí una retorcida y terrible historia de violación, violencia y trastornos de personalidad que se adentra en los tormentos del alma y cuerpo femeninos, territorios que también preocupan a Trauma, filme anterior e injustamente infravalorado, con el que forma un involuntario díptico en virtud de dicha temática y de su luminosidad fotográfica, distinta a la obra anterior de Argento. Aquí, la anorexia de la protagonista adolescente (interpretada, como en la posterior, por Asia, hija del cineasta) da pie a una narración que aúna cierto romanticismo hitchcockiano con el delirio propio del giallo (sadismo feliz, extravagantes armas asesinas, azares improbables, secretos del pasado, visiones inciertas, coqueteos con lo sobrenatural). En ambos casos, el retrato de una feminidad asediada por la arrogancia o el deseo masculinos domina las dos películas más dolorosas de su autor, culminando en el estremecedor final de la segunda, viva muestra de los poderes de un cineasta que rara vez conoció el miedo.