Water make us wet: ecofeminismo lubricante

Luego de que la revuelta modificara la fecha original y los ánimos del público chileno, en enero pasado se realizó en la sala Insomnia en Valparaíso y en Sala K en Santiago el Festival Excéntrico. Como parte de una cuidada curaduría, el festival exhibió como función de cierre la película Water make us wet dirigida por Beth Stephens y Annie Sprinkle. Por cierto tener en la programación el último filme de la exestrella porno, hoy investigadora, ecofeminista y terapeuta sexual Annie Sprinkle ya era una tremenda novedad, pero además resultó ser un giro hacia un tema contingente y urgente: la crisis medioambiental y la escasez de agua.

Luego de que la revuelta modificara la fecha original y los ánimos del público chileno, en enero pasado se realizó en la sala Insomnia en Valparaíso y en Sala K en Santiago el Festival Excéntrico. Como parte de una cuidada curaduría, el festival exhibió como función de cierre la película Water make us wet dirigida por Beth Stephens y Annie Sprinkle. Por cierto tener en la programación el último filme de la exestrella porno, hoy investigadora, ecofeminista y terapeuta sexual Annie Sprinkle ya era una tremenda novedad, pero además resultó ser un giro hacia un tema contingente y urgente: la crisis medioambiental y la escasez de agua.

No es evidente que este filme cerrara un encuentro de cine postporno. O no al menos para un ojo desprevenido de los nombres propios y temas que han recorrido las discusiones y propuestas estéticas y políticas del género o del feminismo. Water make us wet es una suerte de road trip que tiene como protagonistas a Sprinkle, Stephens y su perro Butch, quienes recorren el estado de California en una casa rodante devenida centro de investigación acuífero. En ella, la pareja entreteje un lenguaje documental con escenas de ficción que construyen una particular propuesta llena de sutilezas cómicas e imágenes en que lo clásicamente pornográfico (o postpornográfico) ha sido desplazado como imagen central para proponer una otra manera de vivir el sexo y la relación con la Tierra: una ecosexualidad.

“Todo es agua” anuncia tempranamente la película, todo es agua y el agua nos moja, haciendo alusión con esto, por cierto, a la lubricación genital y al encuentro de los fluidos corporales. Pero no se trata de que el título invoque una analogía sencilla, sino más bien una preocupación cierta por el destino del planeta y sus fuentes hídricas. La “Madre Tierra” es la voz off de Water make us wet y además de regañar nuestros descuidos, invita en un tono erotizado a modificar nuestra relación con nuestro entorno natural. Para eso el recorrido por California es clave, pues no solo, como buen trabajo documental, el viaje recorre playas, lagos y humedales, sino que también denuncia como la intervención humana y el extractivismo han destruido la fuente esencial de la vida. La película es también un documento político de denuncia y una posición contra el capital.

La “Madre Tierra” que oficia el relato no es una figura ecofeminista tradicional y este es un gran aporte del filme. La “Madre Tierra” es desplazada hacia la figura de una “Tierra amante” con la que efectivamente es necesario establecer una relación sexo-afectiva. El agua además de vital para la existencia, resulta ser un hábitat de las protagonistas, que son compañeras tanto dentro como fuera de pantalla, por lo que escenas de piscina y rememoraciones de experiencias sexuales en el agua, se entremezclan con tomas que recuerdan a ratos ciertos cuadros del porno, con planos cerrados sobre pechos y culos que nadan, o sirven de continuidad del mapa carretero con un dedo que se desplaza sugiriendo una caricia. Hay mucho de sugerencia erótica en el filme de Sprinkle y Stephens, más que de imagen explícita, lo que transforma a este documental en una particular pieza poética con trazas de humor, información y también situaciones absurdas.

La relación lésbica de las protagonistas es el primer signo de desplazamiento sobre lo femenino tradicional posible de encontrar en el concepto “Madre Tierra”, pero no el único. Un perro que completa “la familia”, pero por sobre todo convertir al agua y al planeta en amantes, desorganizan cualquier idea tradicional de familia, incluso aquellas que ya han sido asimiladas por las comunidades LGTBI (nos encontramos con un gracioso proceso de adopción de desagües, por ejemplo). Hay, de hecho, una cierta ironía en torno a como la práctica ecosexual se sumaría a las interminables letras de la sigla, no solo como un gesto político de introducir una nueva “identidad”, sino que además, pareciera, en el sentido de desterritorializar lo sexual antes mencionado y propio de la pospornografía, de llevar los encuentros sexuales, la excitación y lubricación, el amor y los compromisos eróticos y militantes más allá del propio cuerpo y la genitalidad hacia en entorno físico, la naturaleza y a la Tierra como parte del cosmos. Esto último es sugerido con planos en los que el planeta habla desde su representación física en el universo, en donde además pareciera haber un juego discursivo que recuerda  nuestra finitud como seres (post)humanos. Nuestra ínfima participación y lugar en un entorno que es casi por completo agua.

Por si fuera poco, esta propuesta que incluye humor, política y bellos paisajes del Estado de California, Water make us wet cuenta entre sus entrevistadas a la bióloga feminista Donna Haraway, quien no solo seguramente inspiró parte de la propuesta temática del filme (y nuestros imaginarios sobre feminismo y posthumanismo, por cierto), sino que también abre las puertas de su casa en Santa Cruz para hablar de la Tierra, de su cuidado y de las hebras que tejen lo político y nos invitan a hacer del feminismo una práctica que no puede ser sino ecosexual si pretende superar el binomio clásico de la diferencia masculino/femenino y la superación de un patriarcado que se enclava en la concepción colonial y extractivista con la naturaleza.