Informe XXIII Festival de Valdivia (6): Tres Experiencias de Valdivia

A continuación, relato de forma crítica las tres mejores experiencias que tuve en este último festival de Valdivia. Las experiencias son cinematográficas, tienen que ver con las películas que vi, pero también tiene que ver con el lugar en que se vieron, las conversaciones que se tuvieron, las personas presentes y, más aun, el estado de ánimo en que me pusieron, sobre todo luego de los continuos días de experiencias gratas en un festival que cada año da la talla a nivel internacional.

Sedmikrásky (Las margaritas)

La mejor película que vi en todo el festival fue una que se estrenó hace cincuenta años. Era necesario estar ahí para experimentar la grandeza que fue poder ver en una copia en 35mm la obra maestra de Vera Chytilová, rodeado por gente que tal vez también la estaban viendo por primera vez como yo en la sala Paraninfo. El correr de la cinta en el proyector, los colores gastados y al mismo tiempo vivos, la pausa para el cambio de rollo, las luces que se prenden, los rostros de las personas alrededor, emocionadas por seguir viendo una cinta tan influyente y a la vez tan compleja en su análisis.

Puede llegar a pensarse que es una arbitrariedad absoluta a la cual nos está sujetando Chytilová con sus cambios de color, el -a veces rítmico- montaje aberrante, la actuación exagerada y el caos absoluto en el cual la cinta se diluye hacia su final, cayendo en un surrealismo que sorprende pero nunca harta. Sin embargo al mismo tiempo, mientras escuchaba el sonido del proyector, otro pensamiento vino a mi cabeza: esta película es un estudio sobre el cine experimental, y no sólo del que existía hasta el momento, sino que también resulta ser una predicción del destino de toda vanguardia, de todo estilo y de toda ambición artística.

Las dos protagonistas representan el cine experimental, cada una con su estilo único y estrafalario (pero que vistas de lejos pueden confundirse): son hermosas y a la vez rupturistas, no se dejan controlar, son absolutamente libres y no se dejan llevar por lo que diga el resto, ya sea las critiquen o las alaben. Sin embargo, estas dos chicas de cuando en cuando salen a comer en citas con hombres mayores y acaudalados, ya que posiblemente es la única posibilidad que tienen de comer (al carecer ambas de trabajo), y ahí mi mente hace la conexión con los estudios, con la gente del dinero, que el cine experimental flirtea a veces con esos dineros, pero hace lo que quiere y muchas veces los deja botados.

La cinta termina con una advertencia: las dos chicas son invitadas a la mesa grande, literalmente, y no se les ponen límites. Ahí, poco a poco, caen en el sistema y finalmente revientan (literalmente). Toda vanguardia estética pasa por el período en el cual eventualmente es asimilada por el mainstream y es cuando deja de ser novedosa y disruptiva. Esta obra maestra logra de forma divertida y a la vez ruda demostrar y poner en puesta en escena el ciclo de vida del cine experimental… o de cualquier otra vanguardia artística que pareciera, en un principio, romper con todo… hasta que se ganan los fondos.

limonero-real

El limonero real

Gustavo Fontán no me convencía. Luego de ver La casa (2012) y El rostro (2013), no conseguía ver qué era lo que todos tanto alababan en el director argentino. Fui con miedo, pero con la apertura de mente necesaria como para dejarme sorprender. Conversando después con Roger Koza, uno de los grandes defensores (y hasta managers podría decirse) de esta película, me dijo que tal vez todo se trata de un proceso de madurez personal, pero El limonero real no es sólo una de las mejores películas del festival, sino que es una de las mejores películas del año.

Vista en una sala en la que nunca darían una película como esta, la introducción de Fontán me llevó directamente a El rostro y mi honestamente soporífera experiencia cuando se exhibió en un FIDOCS. Pero bastaron un par de planos, unos diálogos dichos aquí y allá y una posición actoral precisa para derribar todos los prejuicios y empezar a disfrutar con enorme placer la suntuosidad visual de cada uno de los planos que Fontán usó para adaptar el libro del mismo nombre de Juan José Saer, el que cuenta con una narración casi rítmica en su fraseo, que apenas roza los interiores de los personajes, aunque sabe todo lo que hay que saber sobre ellos. Fontán logra homologar pasajes literarios y una cadencia propia con la pura longitud de los planos y el impecable diseño sonoro, sea este el sonido del río o el piar de los pájaros.

La cinta sigue la travesía de un hombre que vive con su mujer a las orillas del río en el último día del año. Ambos reciben la invitación para ir a comer y luego cenar en la casa de la hermana de su esposa, evento para el cual él se apresta sacando limones del limonero que está cerca de su propiedad. Sin embargo, su mujer se niega a viajar en el bote para poder visitar a su familia, algo que no hace desde hace ya varios años, según nos enteramos por precisos y concisos diálogos. Con el tiempo también nos enteramos que el único hijo de esta pareja ha muerto en la ciudad, lejos de ellos, y que esa es la razón para el luto de la madre. Es en la doble ausencia donde se juega el núcleo emocional de la cinta: el hijo muerto y la esposa que no quiere ver a su familia por seguir un estricto luto.

Pero no es que alguno de los eventos mencionados sean desgarradores. Mucho de lo que ocurre acá, ya ocurrió hace mucho, o ya ha ocurrido tantas veces que las reacciones emocionales de los personajes son casi mudas, apenas un disgusto, una mueca… y es justo en esa develación lenta pero precisa donde se encuentra la emoción que hace conexión con el espectador. En la sala donde me encontraba, que partió llena, empezó a vaciarse de forma lamentable, gente que no soportaba el tono meditativo de las imágenes y la carencia absoluta de un conflicto fuerte (hay un conflicto, tenue, necesario, pero a la vez no explotado que se agradece). Qué decir cuando la cinta ya estaba en sus últimos quince minutos y alguien roncaba a viva voz. Un desagrado, pero a la vez una lástima: esas personas no han sabido entrenar sus ojos, sus oídos y su corazón a lo que podríamos llamar slow cinema, algo que creo a lo que Fontán se adhiere, al menos de forma superficial. Es por eso necesaria la educación de audiencias, no para que dejen de ver películas de superhéroes, sino para que también puedan apreciar esta pequeña joya del cine argentino sin quedarse dormidos.

ornitologo

O ornitólogo

Esta es mi nueva película favorita del año 2016. Una exploración en clave moderna y homosexual de la vida de San Antonio de Padua, buscando más allá de una precisa adaptación a los cánones actuales de la vida de una figura religiosa, aunque sin un afán agnóstico o siquiera ateo, sino que con una espiritualidad que viene a ser una continuación de su filme Odete (2005), en el cual una mujer queda embarazada de un hombre homosexual con quien nunca tuvo relaciones, ocupando en parte la historia de la Virgen María para hablar sobre la necesidad de un sentido para la gente joven que vivía en Portugal en ese tiempo, ante lo que se avecinaba como una crisis que sigue teniendo repercusiones hasta el día de hoy.

Alejándose de la controversia de la cual Miguel Gomes se hizo cargo el año pasado en su trilogía As mil e uma noites, Rodrigues prefiere desembocarse en una corriente más desplazada de la realidad, aunque ocupando un pozo común de imágenes incandescentes que se quedan grabadas en la retina del espectador: pájaros interactuando, doppelgängers, sangre, cuerpos en tensión sexual, animales que hablan, confusión de lenguas, y un largo etcétera por el cual transitan tanto los diálogos más extraños como las imágenes más sugestivas que he visto en todo el año.

Fue curiosa la reacción del público a la salida del visionado. Aunque me encontré con algunas personas que no pudieron entrar en el mundo que este filme tenía para ofrecer, en el resto de las personas que sí lo hicieron no había duda de que se trataba de la mejor película del festival. Sin embargo era un entusiasmo quieto, no exagerado, como si fuera obvio que la delicada fotografía y la precisa actuación del protagonista no permitiesen dar lugar a un exacerbado sentimiento fatuo de exaltación. Como si se fuera a evaporar como la sanidad mental del protagonista, como si hablar mucho sobre la película fuera a develar esa magia particular que parece habitar cada plano.

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Una de las experiencias más increíbles del festival fue ver Train to Busan con el público de Valdivia aplaudiendo raudamente cada cinco minutos. Pero eso lo podemos hablar cuando se estrene la película dentro de unas semanas.

Jaime Grijalba