Informe XXII Fidocs (2): Los límites y la oscuridad
En mi informe sobre las ganadoras del año pasado, felicité el nuevo camino realizado por el nuevo equipo de programación del Festival de Documentales de Santiago: su afán por encontrar nuevos territorios en los cuales moverse, liberándose así de ciertas anquilosadas características asociadas a lo que uno entiende como cine documental, abriéndose a nuevos temas, materiales y formas de contar. Las ganadoras de este año, al menos en el ámbito de la competencia internacional, pudieron establecer nuevas pautas sobre el tipo de cine que Fidocs quiere establecer de acá en adelante como perteneciente a una vertiente de la no ficción que resulta poderosa dentro del ámbito de la programación de festivales tanto nacional como internacional: filmes que juegan, pero a la vez se sienten comprometidos tanto en sus límites como con sus temas.
What You Gonna Do When the World’s On Fire?, del cineasta italiano-estadounidense Roberto Minervini, fue la ganadora de la Competencia Internacional, luego de un exitoso paso por el Festival de Venecia. Este filme viene a significar un giro temático en el cine de Minervini, quien hasta ahora se había fijado más en las historias de gente blanca del sur de Estados Unidos, realizando acá un dedicado retrato a una comunidad negra de la misma zona durante el año 2017. En un bellísimo y casi lírico blanco y negro, la película registra rostros marcados por la opresión de una vida entera que se manifiesta en carne una vez más en un mundo que cada día les parece demostrar que todo va a empeorar en vez de mejorar.
Lo más impresionante del filme es su elección de personajes, principalmente el tiempo dedicado a Judy Hill, cantante, activista y dueña de un bar que está en proceso de cierre porque el dueño que le arrienda quiere vender; o los dos niños, Titus y Ronaldo, que juegan en lugares abandonados, alejados y a la vez cerca del peligro que viven todos los afroamericanos, el peligro de las armas, del tráfico, de la policía blanca racista. Quizás sea la sobre-estetización del filme lo que le provoca más problemas a la hora de establecerse como discurso político reaccionario a un momento en el cual todo pareciera entender que el mundo está hecho para los blancos y en contra de los negros, pero de todas maneras provoca lo suficiente, sobre todo en las secuencias acerca de los miembros del New Black Panther Party.
The Dead and the Others fue el otro filme que se llevó una mención en la Competencia Internacional de este año, una co-producción brasileña-portuguesa dirigida por João Salaviza y Renée Nader Messora. Me parece positiva como “tradición” que uno de los filmes que más se podría alejar del concepto de documental pueda ganar un premio, esto gracias a un jurado que comprende los límites que se están rompiendo y cómo se puede trabajar con la realidad como un material maleable que les permita, de alguna forma, dar cuenta de ella sin necesidad de registrarla de forma absolutamente directa.
Ihjac, un joven miembro de una tribu indígena de Brasil, tiene un sueño en el cual su padre le habla de más allá de la muerte, para recordarle que tiene que realizar el ritual que lo sacará de la ciudad de los muertos para que por fin pueda descansar. Ya desde este primer instante sabemos que estamos ante algo diferente, debido al trabajo estético de cámara y fotografía (priorizando el color negro y el contraluz), que ha sido comparado (favorablemente) con el de Apichatpong Weerasethakul, así como por el hecho de estar viendo un evento alejado lo más posible del régimen documental: un sueño. Ihjac mantiene esto como secreto, ya que sabe que es una señal de que será un chamán, hasta que no puede más y decide escapar a la ciudad, donde apenas habla portugués y trata de alojarse en uno de los hogares que el gobierno ha puesto para que enfermos de diversa gravedad provenientes de tribus indígenas puedan descansar y luego ser llevados de vuelta. Esta sección del filme, la que le da el mayor contraste tanto visual (es mucho más luminoso) y sonoro (también es mucho más ruidoso), también sirve para dar cuenta de la situación que viven los indígenas brasileños que se deciden a viajar a la ciudad por una razón u otra, teniendo que mentir sobre su salud para poder conseguir un lugar donde dormir, donde no son tratados con respeto por no saber bien el idioma, evidenciándose así una realidad “documental” que es la que se cuenta aquí, así como el idioma aborigen del protagonista, la estructura social de su pueblo y sus costumbres. Cuando vuelve a aparecer el sueño, es diferente, la voz del muerto no se escucha, hemos estado un tiempo con Ihjac, y sabemos que su destino es ineludible, así como el pensar en todo lo que vimos como una realidad absoluta, representada para nosotros bajo la guisa de una ficción con la que podemos identificarnos.
En el caso de la Competencia Nacional, Las cruces se llevó el premio mayor, mientras que Los sueños del castillo se llevó la mención. Tuve el placer de ver estos filmes mucho antes de su estreno nacional, debido a que fueron programadas por mí en la edición de este año del Festival de Cine de Valdivia (donde obtuvieron los mismos premios, aunque al revés).
El primero de ellos, co-dirigido por Teresa Arredondo y Carlos Vásquez, formula una aproximación estética rigurosa a un hecho terrible: el asesinato y posterior desaparición (primero frustrada y luego exitosa) de 19 personas que trabajaban en la planta de la CMPC en Laja, con colaboración de la empresa misma y de carabineros, quienes tras una noche de farra, asesinaron y luego enterraron mal a los muertos. Con planos extensos, fijos o en movimiento, de lugares donde ocurrieron algunos de los sucesos de esta terrible historia, se busca una suerte de estética primitiva, que muchas veces hace directa referencia al primer cine, de los hermanos Lumiére y otros: planos de trenes llegando a la estación, viajes en tren vistos desde la cabina, obreros saliendo de la fábrica, entre tantas otras imágenes. El lenguaje visual, poderoso pero simplificado, logra que el relato, compuesto a través de intertítulos y las voces de familiares de los asesinados -quienes leen confesiones, partes policiales e informes judiciales-, de cuenta de la brutalidad e insensibilidad de lo ocurrido. Es en los intersticios de silencio donde uno se da cuenta que, en el presente filmado, el pasado está atrapado, durmiendo, esperando que se otorgue la justicia tan esperada, pero que no ocurre, que se diluye en la niebla del horizonte o en el grano del fílmico con el que fueron registradas las imágenes.
Sobre el filme ganador de la mención del jurado, de forma muy oblicua continúa el trabajo realizado por René Ballesteros en su filme anterior, La quemadura (2009), donde el director mismo buscaba atrapar la memoria de su madre a través de la imaginación y los testimonios que lograba, todos captados a media luz, en la noche, en la oscuridad. Por su lado, Los sueños del castillo es la búsqueda de un sentido al horror de la oscuridad vacía de la noche en cuerpos que, vistos desde fuera, pueden ser vistos como tan o más vacíos. Los niños y jóvenes de un centro de detención del sur de Chile, enfrentados ante la cámara, cuentan sus pesadillas, ideas y lo que a ellos les aterra del presente que viven encerrados en “el Castillo”, como es llamado el lugar donde se encuentran. En medio de la noche, acostados, con una tenue luz que les llega de refilón como un reflejo de la luna, mirando al techo, tratan de rescatar los retazos de los sueños que han tenido, invitándonos a interpretarlos, a considerarlos, como si nos buscaran justificar su existencia: la idea de que sí, son seres humanos, son seres que piensan y sienten, sólo porque los ha asustado una pesadilla, recordándonos que a quienes el sistema busca sacarnos de encima también quieren ser considerados por algo más que los crímenes que cometieron.