Informe XI Sanfic (3): Apuntes desde el ocaso

Me abstuve de cubrir el festival de SANFIC del año 2014 por una simple razón: no fui acreditado. Ya desde el 2013, la primera vez que asistí a este festival como crítico para otros sitios, empecé a notar algo que diferenciaba al festival respecto a otros que se realizan tanto en Santiago como en el resto de Chile. El 2014 esto se afianzó al ver las experiencias de conocidos, algunas de las cuales quedaron documentadas en una de las crónicas publicadas en este sitio, escrita por Iván Pinto, quien parte diciendo: “Nos costó Sanfic este año”. Bueno, no sé sobre el resto, pero a mí, me costó Sanfic 2015.

Creo que, luego de pensarlo ya habiendo pasado días del término del festival, lo que sucede con Sanfic va más allá de una posible elitización del público, de una búsqueda de acaparar ciertos espacios, de restringir entrada a personas dentro de ciertos protocolos (nuevamente este año la inauguración del festival era de traje y corbata, por lo cual claramente no atendí) que responden a unas ínfulas de importancia, de Gran Festival Internacional de la cual claramente carece. Creo que esto se reduce a que el festival no está pensado para ser vivido bajo una experiencia de “Festival”, como podría ser el de Valdivia (con la idea de “pasar el día viendo películas”), o incluso el de Viña (con todas sus funciones gratuitas) o el Fidocs (con un circuito de salas céntrico y cercano entre sí, beneficiando y gratificando el viaje de sala a sala). Sanfic está pensado como un producto, como una especie de muestrario de películas principalmente de Europa, algunas con más de dos años de atraso, y sin un claro distingo o ética/estética en la elección de sus cintas tanto para la competencia como para las muestras.

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Prueba de este “descuido” por parte de los organizadores, y les aseguro que para ellos no es descuido sino ser más “glamoroso”, es la realización de una retrospectiva (incompleta) de un director francés menor (como Benoit Jacquot) sin su presencia y sin su última película, la cual sí fue exhibida en el Festival de Cine Europa del Cine UC, lo cual resulta francamente sorprendente; o la extraña presencia del actor Michael Madsen, sin ser jurado, y menos mostrando alguna de las últimas películas en las que ha participado (se dio una función de Reservoir Dogs que con su presencia pudo haber sido un evento medianamente entretenido, pero aun así sin ningún tipo de precedente en festival alguno que se denomine de cierto prestigio), sin ser realmente nada más que una suerte de trofeo de los organizadores, un grito a los cuatro vientos en búsqueda de legitimidad por parte de la prensa chilena, que pareciera sólo tomarlos en cuenta cuando traen gente famosa. Estamos en la era en la que el festival de cine de Santiago tiene que hacerle la corte a Las Últimas Noticias y otros pasquines a través de los invitados que trae, y no por el cine de calidad que podría traer a nuestras salas.

Cualquier otro reclamo que pueda tener está relacionado principalmente con cómo fue mi experiencia día a día. Como prensa acreditada teníamos derecho a dos entradas diarias, las cuales sólo podían ser canjeadas en el cine en el cual queríamos ver la película. Muchas veces eso causaba que las funciones más requeridas fueran agotadas antes de tener siquiera la posibilidad de solicitar una entrada, muchas veces siendo finalmente el perjudicado el mismo festival al impedir que la prensa formara parte del público, provocando así crónicas como las que se escriben en este momento. Honestamente, después de esto, dudo de mi futura participación como acreditado en este festival, lo cual es una pena, porque pese a que cuesta, algo logra salir.

¿Cómo puedo demostrar finalmente, de manera definitiva, que pareciera que lo que menos importa en el Sanfic es el cine y las películas mismas? ¿Cómo puedo lograr que entiendan no sólo ustedes, sino también los organizadores, que se trata de dar una imagen por sobre la idea de un festival de cine que se preocupa por sus espectadores y los cinéfilos, críticos y fanáticos que lo cubren? Mi experiencia de primer día servirá de botón: la función de El aula vacía (de la cual hay crítica en este sitio) se presentó de manera incompleta. La película dura un poco más de hora y media, pero a la hora de función la cinta ya mostraba los créditos. Los organizadores del festival no habían revisado la copia con la cual contaban para exhibir, y exhibieron una película sin todos los cortos de esta cinta/compilación. Por lo tanto, me abstengo de cualquier comentario hasta haberla visto completa.

Competencia Chilena

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La ganadora de la competencia chilena este año fue la de la dupla Perut/Osnovikoff, Surire, la cual ya había visto en el Bafici de este año. Dentro del “canon” P/O, siento que ésta podría ser la más potente visualmente, pero al mismo tiempo la que menos impacto me causó, tal vez por una falta de crueldad o deshumanización de los personajes, a la cual me tenían acostumbrado, y aunque hay atisbos de eso, la cinta se siente un tanto larga, al menos en mi experiencia personal. Sin embargo, no había mucho más que hacer que premiar esta cinta, tanto en parte por la trayectoria de esta dupla documental, así como por la pobreza del resto de la competencia.

Chicago Boys (Carola Fuentes, Rafael Valdeavellaño), con un futuro estreno en salas en el circuito Miradoc, no es mucho más que un “talking head” con material de archivo exclusivo tanto en Super8 como en cintas magnéticas, que logra hacer una crónica respecto al grupo de personas que cambió la economía chilena para siempre y hasta nuestros días. El giro hacia el presente que se da al final trata de darle algo de urgencia a lo que están hablando, pero aparte de ser una buena herramienta de aprendizaje sobre la manera en que funcionó esta horrorosa transformación desde adentro, apenas hay atisbos de un punto de vista (salvo un par de insistencias en preguntas claves por parte del grupo realizador tras la cámara que entrevista), y apenas se eleva de los cenagosos antros del reportaje televisivo.

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De las dos ficciones que pude ver en competencia, no podría hacer el caso para recomendar alguna. En la gama de los grises (Claudio Marcone) es un intento por realizar cine de temática gay, pero odiando completamente todo lo que es la identidad y la personificación tanto actoral como conceptual de lo que significa la homosexualidad. Aunque bien actuada, la cinta parece demonizar la decisión de su protagonista (un joven arquitecto, casado y con un hijo) de explorar su sexualidad más allá de los ámbitos de la heteronormatividad, y aunque cuenta con un par de secuencias que se sienten verdaderas, finalmente resulta una cinta tóxica, con un punto de vista sobre lo “malo” que es haber elegido la homosexualidad por sobre la estabilidad de un matrimonio. Horrendo mensaje. Por otro lado, La mujer de la esclavina(Alfonso Gazitúa) tiene un inicio pésimo, pero lentamente agarra un ritmo, gracias a una urgencia y un montaje lo suficientemente fluido como para lograr en el espectador una tensión constante respecto a qué es lo que va a pasar en la fiesta de Cuasimodo, que sirve como “encuadre” para esta historia que mezcla la muerte de niños, pasión religiosa, alcoholismo, infidelidad y secretos que estamos dispuestos a olvidar. Pero, por otro lado, honestamente me olvidé de mucho de lo que vi en la cinta apenas salí de la sala.

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La única que pudo haber hecho “la pelea” dentro de la competencia nacional fue el documental El final del día (Peter McPhee Cruz). El concepto de realizar un documental en Quillagua en vísperas del supuesto fin del mundo, el 21 de diciembre del año 2012, es tremendamente original y da lugar a realizar un documental que cuenta con un claro punto de vista, una estructura dramática precisa y un montaje que vuelve a todo lo dicho por los personajes de una importancia y urgencia increíble. Aunque no resulta completamente efectivo y puede resultar predecible, las imágenes finales le dan una profundidad que le dan al documental una arista visual que entonces se vuelve evidente: una fotografía y encuadre pensado incluso, tal vez, milimétricamente. Ojalá de más vueltas en otros festivales y logre algún tipo de distribución.

Competencia Internacional

De la competencia internacional, muy irónicamente, sólo vi las dos películas chilenas que estaban, las cuales poco después tuvieron su estreno en salas, así como múltiples miradas en este sitio, a las cuales no tengo mucho que agregar. La memoria del agua (Matías Bize) me pareció una película que supo eludir los entrampamientos de una posible mamonería que hubiera vuelto la catástrofe y el romance algo insufrible, e incluso hay elementos hacia el final de la cinta que, aunque simplistas, dan cuenta de un guión bien escrito y bien pensado, que busca la emoción sin trampa y la dureza y rigidez de ciertas posturas más bien oscuras, que parecieran ganar ritmo y poder a lo largo de la historia. En cuanto a Allende mi abuelo Allende (Marcia Tambutti Allende), ésta cumple con las expectativas de ser un documental familiar, con un poderoso material de archivo y de entrevista, y que cuyas mayores facultades están en los momentos en que se pone en jaque tanto la figura de Salvador Allende mismo, así como la incomodidad de sus parientes y conocidos al ser enfrentados ante lo que me parece una sana y absolutamente entendible curiosidad por parte de la realizadora, indagación que es desesperadamente descartada como algo molesto.

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Victoria de Sebastián Schipper ya la había visto en el Bafici de este año, y está destinada a ser una de las películas importantes del 2015, usando su cámara sin cortes por más de dos horas, logra no sólo hacer muestra del virtuosismo técnico del director y su operador/director de fotografía, sino también de cómo el sentido del tiempo es relativo respecto a los mismos temas que toca la película: inmigración, europeización, globalismo; todo esto rodeado de una trama de género, en la cual un grupo de criminales jóvenes “adoptan” a una chica española para realizar sus crímenes, entre las presiones de jefes de mafias, así como de las locuras propias de la juventud. Es una cinta poderosa y que dará que hablar, más que Birdman (aunque esta no sea necesariamente mejor).

Y lo demás

Las dos películas que vi en el último día, puede decirse, eran de las más esperadas del festival, y pese a todo ninguna de las dos tuvo un lleno de 100%. Ahí es cuando empiezo a dudar de mis propias capacidades a la hora de distinguir qué es lo que vale la pena ver en un festival. Dheepan, ganadora de la palma de oro en Cannes, y The Assassin de Hou Hsiao-hsien, también participante en Cannes, eran los platos más llamativos y fuertes. Una resultó ser una decepción, mientras que la otra es quizás la mejor película del año. ¿Ven que algo termina saliendo de una experiencia así?

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Dheepan, del director francés Jacques Audiard, es la decepción por su uso de una falsa equivalencia entre las atrocidades que se cometen en Sri Lanka y los crímenes perpretados por un grupo de mafiosos franceses traficantes de droga. El filme retrata a una familia falsa, padre, madre e hija, que salen de Sri Lanka por culpa de la violencia y se refugian en París. Es ahí donde la cinta concentra sus momentos más interesantes como retrato antropológico de la vida inmigrante en un continente que justamente está viviendo una crisis de este tipo, donde de manera cercana vemos los problemas con el lenguaje, la cultura, el trabajo y la forma de convivir dentro de una construcción ficticia como es la familia, de la cual se aprovechan para pedir asilo. Sin embargo, la película se descarrila al tratar de injertar artificialmente una tensión violenta con los tráficos de drogas y las balaceras propias de los barrios bajos de Francia, en donde están residiendo; con lo que el director pareciera decir que estos inmigrantes no pueden escapar de la violencia, tanto propia como externa, hasta terminar en un final que pareciera venir de ningún lado y que anula todo lo que fue vivido por los personajes en la primera hora y media.

The Assassin es, por su parte, un asalto a los ojos. Hubo un momento en que dentro de la sala de cine simplemente me olvidé de que estaba viendo personajes, y sólo veía manchas de colores moviéndose de un lado a otro, magistralmente, como una orgía de formas estilizadas de brillantes rojos y cálidos naranjos, acompañados de azules que parecieran saltar de la pantalla. Pero la nueva cinta de HHH logra ir más allá de los logros estéticos, siendo una brava historia de amor relacionada con juegos de tronos y poderes que nunca quedan resueltos. Una asesina a sueldo vuelve a su lugar de nacimiento para matar al primo con el cual se iba a casar para formar una dinastía de la cual finalmente nunca tomó parte, pero los sentimientos que estaban obligados a sentir vuelven a florecer. Y mientras que la arquitectura de la cinta descansa bajo cánones del género de cintas de kung fu wuxia (con patadas voladoras, espadas mágicas y hechizos), su corazón está en esa relación tóxica que se siente real gracias al uso de tomas subjetivas que cumplen la función de una ensoñación precisa que, ayudada de la estética recargada, forman uno de los retratos de amor imposible más bellos de la década.