Informe V Márgenes (2): La sombra (Javier Olivera, 2015)

Hace más de diez años que en Chile y en Argentina los documentales de corte biográfico han generado un sub-genero que se puede denominar como “relato de los hijos”. Estos films de los hijos destacan por la autorreflexión de una memoria subjetiva que es conflictiva, traumática, imposible, fragmentada o superadora, según cada caso, y que siempre se desenvuelve en los vaivenes temporales de una historia familiar. Entre ellos destacan los films de los “hijos de la dictadura” que surgen tanto en el caso argentino (Los RubiosPapá IvánM, entre otros), como en el chileno (Reynalda del Carmen, mi mamá y yoEl edificio de los chilenosLa QuemaduraMi vida con Carlos, etc.). A los que se suman otras búsquedas de identidad familiar, como Hija de María Paz González, entre los que también destacan aquellos que realizan los “hijos de…”. Hijos de personajes reconocidos del mundo de la cultura, que indagan en exploraciones personales a partir de la historia familiar del madre y/o padre: ejemplos de ellos son las películas de los directores Andrés Di Tella (FotografíasLa televisión y yo) o Stephanie Argerich (Bloody Daughter). El caso de Javier Olivera con su film La Sombra, que se exhibió en el V Festival Márgenes, ingresaría dentro de éstos últimos.

La Sombra es un film de narración subjetiva que se destaca por sobre los casos anteriores al desplegar la memoria familiar del director en un eje delimitadamente territorial: la casa, la mansión, de San Isidro que compró su padre en épocas de esplendor como empresario del cine argentino. El padre es nada más ni nada menos que Héctor Olivera, director, productor y empresario, una de las figuras más destacadas de la industria cinematográfica argentina durante las décadas del sesenta y ochenta. Se trata de una figura imponente para la industria y la vida familia, que llega a presentarse casi como un “Don” o un “padrino”, y que hoy se ha transformado en una sombra que persigue a Javier. “¿Cómo ser yo mismo?” se pregunta en el film. En un ejercicio de corte psicoanalista, el director tratará de “matar al padre”, y liberarse de esa sombra, que espera vaya cayendo en sintonía con el derrumbe de los muros de la mansión. Todo un trabajo de deconstrucción en donde cada azulejo, viga y ladrillo debe ser removido de forma minuciosa.

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El film nos muestra el proceso de demolición de la mansión familiar, en un montaje que también combina imágenes de videos caseros de la vida doméstica y escenas de otros films (en su mayoría del padre o del socio Fernando Ayala). Así Javier, con una voz en off más bien distante, va narrando distintas etapas de su familia. Desde el “retrato familiar feliz” previo a la mudanza, la vida en la mansión que se vuelve cada vez más ostentosa, albergando objetos exóticos de turismo, fiestas de la bohemia cinematográfica argentina, y que llega a convertirse en el set de una de las películas que su padre realiza junto a Roger Corman, hasta finalmente llegar al abandono total del hogar. El director narra y registra una vida familiar que si bien se presenta como una “isla burguesa”, es también la de la violencia e hipocresía de la Argentina de mitad del siglo XX.

Destaca también un sonido que combina intertextos de otros films (como el “Rosebud” del Ciudadano Kane), música de ópera, un bolero que se interrumpe y vuelve a comenzar -a modo de disco rayado-, y sobre todo el sonido de los instrumentos trabajando en la demolición (topadoras, martillos, y toda clase de aparatos de derrumbe).

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A medida que avanza la película la figura del padre de Javier Olivera se va presentando de formas poco complacientes: un solitario empresario -al que equipara con el personaje del Ciudadano Kane-, un jugador que lo apostaba todo, un burgués que podía darse el lujo de no exiliarse…. Pero finalmente hay una figura que trasciende a todas, algo que su padre es antes que nada: su padre es el cine. Para el director el cine y su papá son la misma cosa, y de allí que para “construir su propio camino” debe separarlos, debe matar la imagen del padre y rescatar al cine. El motor de la narración del film es la necesidad de buscar su camino, buscar su espacio dentro del cine, porque como dice en la película: “el lugar de uno no se hereda, hay que buscarlo y construirlo”. Para ello entonces registrará el derrumbe de vigas, muros y columnas, que serán para él también la separación del pedestal de su padre. El film La sombra es ante todo una película valiente que asume la exploración de la identidad a partir de su filiación, pero, a diferencia de otros films de hijos, no recurrirá ni a la exposición de los mecanismos de la construcción de la memoria, ni al desgarro. A partir de una cámara que privilegia la mirada objetiva sobre los objetos, registrará con un ritmo propio, intenso y con diversos giros temporales, el desmoronamiento del espacio familiar. Un espacio donde los muros, cimientos y muebles pasan de ser desbordantes, a caducos, anacrónicos, falsos, contradictorios, escombros.

 

Título: La sombra. Dirección: Javier Olivera. Guión: Javier Olivera. Fotografía: Javier Olivera. Edición: Javier Olivera. País: Argentina. Año: 2015. Duración: 72 min.