Informe Berlinale 2018: Susurros fílmicos. Postales surcoreanas y variaciones stop-motion

Arribo a la estación de trenes de Berlín. Busco a algún citadino que me explique la ruta de combinaciones con el resto del transporte público. El vagón está lleno de personas, pero no escucho ninguna voz. En contraste con el imaginario construido por la industria hollywoodense donde abundan los gritos-  desarrollado con especial ahínco después de la segunda guerra mundial- los alemanes se comunican con un tono de voz muy bajo. Durante mi estancia en la capital germana no pude dejar de asociar los filmes que más me interesaron a aquellos susurros iniciales: largometrajes de bajo voltaje, películas a ratos sostenidas por la mera observación de la cámara, que incluso en ocasiones mutaron para convertirse en un susurro de corte más bien fantasmagórico.

 

Foco surcoreano: Kim Ki-duk, Hong Sang-Soo y Ki-Yong

La exhibición de Human, Space, Time, and Human de Kim Ki-duk fue sin dudas la mayor decepción que sufrí en la escena festivalera. El largometraje narra la travesía en barco de un grupo heterogéneo de personajes, abarcando desde un poderoso político y su hijo, pasando por un grupo de gánsters y jóvenes parejas enamoradas. Desde el comienzo del largometraje el trato preferencial que reciben el senador y su hijo generará un ambiente tenso entre las diversas clases sociales. Aquello explotará exageradamente la primera noche del viaje, donde luego de apreciar como la mayoría de los pasajeros disfrutan de los excesos del alcohol, juegos de azar y prostitución, uno de los gánsters ofrecerá al político raptar el cuerpo de la joven Eva para su goce sexual. El resultado de este operativo tiene como resultado que antes de mitad del metraje existan a lo menos cuatro escenas de violación en contra de la protagonista, todas cometidas por distintos sujetos mediando el asesinato de la pareja de la víctima.

De forma similar a lo realizado en Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera (2003) el director retrata distintos ciclos vitales que sus personajes necesariamente deben afrontar. En este filme, sin embargo, Kim-ki duk intenta esbozar un tratado sobre la naturaleza humana en donde el egoísmo y la perversión son los únicos motivos para comprender los actos humanos. Los grados de violencia irán subiendo en espiral a lo largo del filme, desatando disputas que incluyen el recurso al canibalismo. En suma, la película termina convirtiéndose en una muestra de salvajismo desaforado y, durante la mayor parte del tiempo, completamente previsible e innecesario.

En una vereda completamente distinta se ubica Grass, el nuevo trabajo en blanco y negro del prolífico Hong Sang-soo, que ya en el pasado Berlinale había estado presente. El largometraje de tan solo 66 minutos se estructura en torno a una cafetería coreana, en donde distintos personajes dialogan sentados, intercalando imputaciones de responsabilidades y confesiones de necesidades.

Las conversaciones de los personajes son presenciadas por una escritora interpretada por Kim Min-hee, quien a lo largo del filme va observando los diálogos ajenos y escribiendo una novela en su computador portátil. A ratos pareciera que los personajes de la película son las ficciones que Kim Min-hee va escribiendo en su pantalla. La división entre autora y creación se rompe en algunos momentos del filme, mediante la interpelación de sus personajes a que comparta con ellos y deje su rincón de escritura desde el cual se sienten observados. Este nuevo largometraje de Hong Sang-soo puede ser entendido, en parte, como una muestra sobre su propio proceso creativo en el que se conjuga observación e interacción. Tal como explicó el director después de la función, el guión fue escrito día a día -a eso de las 4 am- una vez ya instalado el equipo en las localizaciones.

Es importante destacar que, a diferencia de sus largometrajes más recientes, Grass utiliza ciertos elementos novedosos como la inclusión disruptiva de música durante las conversaciones -que recorre desde composiciones clásicas hasta la repetición del mismo soundtrack de The Day After-, algunos desenfoques de cámara e incluso un breve juego de sombras. Por cierto que hay ritos que nunca cambian, y la presencia de ese soju "marca Hong Sang-soo" que beben sus personajes al caer la noche no escasea. Mediante este brebaje, el director vuelve a construir universos donde los personajes y los espectadores podemos momentáneamente refugiarnos de los problemas de la vida.

Por su parte, Old Love de Park Ki-yong retrata con un estilo muy sencillo el reencuentro de una pareja luego de muchos años de separación física y emocional. Los personajes se topan casualmente en un aeropuerto, aquel lugar de tránsito por excelencia. La mujer se encuentra de paso por el país, por lo que los examantes aprovecharán de agendar distintas citas dentro y en las afueras de la ciudad mientras dure la visita. El filme acierta en representar el reencuentro como un proceso en donde lentamente los silencios van dando paso a conversaciones que intercalan recuerdos y olvidos, pasando por la necesidad de actualizar sus vidas, hasta llegar a la proyección de un eventual futuro juntos.

A lo largo del largometraje Ki-yong va construyendo planos que permiten observar no solo como los personajes revisitan espacios levemente transformados por el paso del tiempo, sino que también permite apreciar como esos paisajes absorben a aquel par de cuerpos que vuelven a caminar el uno junto al otro luego de muchos años. Durante el filme constantemente se enfatiza que los personajes son personas de mediana edad y que deben estas hacerse cargo tanto de la salud de sus ancestros como del bienestar de sus propios hijos. Es en este punto -entre las obligaciones que exigen las generaciones del pasado y del futuro- donde cabe la pregunta si para estos personajes queda algún espacio para un viejo amor.

Me gustaría apuntar que el único filme surcoreano no comentado de las secciones Panorama y Forum del festival corresponde a Last Child. Aquello se debe a que quien les escribe -coronando una cadena de eventos desafortunados en un mismo día- se equivocó de sala y entró a ver la italiana La terra dell'abbastanza (Boys Cry) de los hermanos Damiano y Fabio D´Innocenzo. Como dice el mismo título, los niños (y también los reseñadores) lloran.

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Stop motion:  Wes Anderson y Cociña/León

El filme de apertura de Berlinale estuvo a cargo de Wes Anderson con Isle of Dogs, una producción mediante stop-motion que se sitúa en un Japón distópico donde los perros han sido relegados a una isla lejos de la humanidad, debido a que estos parecerían de una gripe supuestamente incurable. Este mundo se encuentra comandado bajo las órdenes del mayor Kobayashi, quien mediante redes de corrupción ha establecido un imperio (¿utópico?) donde los gatos ostentan una posición privilegiada en la sociedad. El relato sitúa al sobrino de Kobayashi como uno de los protagonistas del filme, quien viajará a la isla a rescatar a su perro Spot, para luego emprender un viaje de liberación comandando un grupo de distintas razas de caninos. La influencia del filme del director Akira Kurosawa es explícita, construyendo un relato de épico que contempla tanto el posicionamiento de deberes como de jerarquías.

Uno de los aspectos más interesantes del filme -y que permite vincularlo remotamente con La casa lobo- es la variación de idiomas empleados. En Isle of Dogs los humanos hablan japonés y los perros en inglés. Wes Anderson deliberadamente juega con la traducción de los diálogos, omitiendo la utilización de subtítulos para luego introducirlos en escenas particulares. Aquello podría ser utilizado como un elemento más para entender esta película también como una representación de la incomunicación que se vive en Europa a propósito de la crisis de los refugiados.

La variación de idioma como mecanismo de alteración de la comunicación dentro del relato puede ser lo único que tiene en común Isle of Dogs con la producción nacional La casa lobo de Joaquín Cociña y Cristóbal León. Este filme trata sobre la huida de María de Colonia Dignidad, quien escapa hacia el bosque para evitar el encierro que le espera por haber dejado escapar tres cerdos de la comunidad.

María arriba a una casa en la cual se refugiará, en principio, de una latente amenaza exterior que no resulta del todo clara: ¿De quién se esconde María? ¿De Paul Schäfer? ¿De un lobo? ¿De los propios espectadores? A lo largo de la animación estos límites entre amenazas del mundo exterior e interior se irán difuminando, creando una obra que niega algún espacio para lo estático. Si Wes Anderson construye un relato donde los personajes buscan transformar el mundo, en La casa lobo es la propia materialidad del mundo la que se encuentra en continua transformación. Allí donde Isle of Dogs narra, La casa lobo explora.

Siguiendo esa ruta exploratoria, espero que durante el año aquella protagonista siga cruzando bosques y arribe a salas, festivales y casas chilenas.