FICV 2012 (2): Tiempo, cronotopos, demoras

Mi primer día en FICV se centró en películas chilenas, esto, entre medio de los encuentros, rencuentros, paseos, saludos a lo lejos, rostros conocidos…propios del ambiente festivalero que se vive especialmente en Valdlvia , causa probable de la abarcable distancia entre los cafés y las salas de cine que incitan a ese rumor “boca en boca” con el que vas armando tu recorrido.  Aquí algo de mis impresiones.

Trilogía de Tiziana Panizza: Dear Nonna, Remitente: una carta visual Al final: la última carta.  Para quienes hemos estado siguiendo de cerca el trabajo de Tiziana desde Dear Nonna ver inscrito en el año “2004” dentro del filme fue una especie remolino temporal que nos retrotrajo al paso de los años. Sin darnos cuenta, caíamos   dentro del juego de sus películas: remolinos, caleidoscopios, tejidos, cartas que no llegan a destino, imágenes y referencias que funcionan como tópicos e iteraciones, signos que no podemos dejar atrás y que retornan a lo largo de sus tres trabajos. Vistas así, juntas las tres, es difícil pensar que cada una es una obra que “empieza” y “termina”.  Pasan ellas, más bien,  a ser mosaicos que se superponen y comunican entre ellas, juegos polifónicos, donde una voz se ensaya,  una enunciación no termina por estabilizarse. La trilogía de cartas visuales que cierra ahora con Al final: la última carta sella envío. Y así vistas, se trata también de  una realizadora que ha incorporado su propio proceso- personal y como cineasta- a su trabajo. La reflexión sobre el propio acto de filmar, sobre el sentido de realizar cartas, pero también un puente que va de lo personal – su propia vida personal, su familia, su hogar- a lo político- la bandera roja y la aparición de movimientos sociales, la preocupación por el destino de la ciudad. Olvido, memoria, porvenir. El cine como “cronotopo” temporal, tiempo que conecta a los tiempos para poder andarlos, desandarlos, tejerlos y desarmarlos.

 

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La ultima estación de Catalina Vergara y Cristian Soto es un documental de observación sobre un hogar de ancianos. Aquello que podía haber sido un documental algo lineal, complaciente y culpógeno se transforma en una mirada intensa, sobrecogedora y sensible sobre la vejez, la memoria, la muerte. Hay aciertos en términos de tratamiento visual y organización del material (fotografía, encuadre, luz, tratamiento dedicado y delicado del desenfoque y de jugar con el límite de la sombra y la exposición fotográfica, así como un montaje no tan tímido como para trabajar el espacio-tiempo con coherencia, así como para crear figuras e ideas, poner en relación imágenes, generar incluso sorpresa para giros narrativos), pero sobre todo una excelente elección de personajes: un locutor de radio convencido de su programa el hogar que reflexiona por las noches sobre el sentido de la vida y la muerte; un anciano que busca nombres en guías de teléfonos para encontrar quien sabe a quien; un par de amigas que se contrastan entre el lamento y la ironía….en fin. Queda en mí la sensación de un lento decaimiento: del cuerpo, de la conciencia, de la memoria y los vínculos, acompañado por una cámara y montaje que nos lleva hacia ese tiempo. Sin idealismos ni complacencias, la pareja de documentalistas, realiza una obra que debería servir de modelo para el documental de observación en nuestro país.

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De jueves a domingo de Dominga Sotomayor es, como se dijo, una de las películas más exitosas y premiadas a nivel internacional, y es, sin duda, una de las películas chilenas de este año, que (por fin!)  pudimos ver por estos lares, y de la cual se va a seguir escribiendo mucho. Es evidente el trabajo de calidad de esta “opera prima”, no solo sorprende la precisión, el buen manejo de los tiempos y espacios, de la contención de la emoción…sorprende la vocación por la belleza y el paisaje (una fotografía  muy nítida en su tratamiento en tonos pastel) en un filme en torno a la infancia, la desintegración de la familia,  la pérdida de inocencia. También la capacidad de dar respiro a esos tiempos,  lograr entrar en la atmósfera y clima emocional generando una envolvencia de la que a ratos no queremos salir.  Dominga ha filmado quizás los planos más bellos vistos por estos lares, en un límite que bordea el preciosismo y, por ende, el control. Es una obra sólida por donde se mire que se impone, finalmente, por la vocación “mínima” de su poética.