Excéntrico Fest y el postporno: La tierra sin límites de lo placentero

Excéntrico Fest, muestra internacional de pornografía crítica, fue llevada a cabo el pasado 23 y 24 de enero en Valparaíso, y entre el 31 de enero y el 2 de febrero en Santiago. Esta muestra itinerante de postporno funciona como una serie de ensayos curatoriales que reúne obras que exploran prácticas corporales contrahegemónicas, rompiendo con esquemas visuales del placer y transgrediendo políticas del deseo -y por lo tanto, también de censura. Excéntrico se establece como un espacio político de resistencia, como una reivindicación de la pornografía audiovisual pero también como una crítica sobre los cánones que gobiernan el imaginario de la intimidad sexual. Así, se propone la idea que “otro porno es posible”, donde, en particular, se incentiva a pensar que todo lo que puede y quiere ser porno, lo es.

¿En qué pensamos cuando pensamos en porno? ¿Qué vemos cuando vemos porno? ¿Qué tipo de imágenes predominan y son reproducidas a través del porno? Y, más aún, ¿cómo reaccionamos ante ellas? Excéntrico Fest pone de relieve estas preguntas, desafiando esquemas hegemónicos sobre sexualidades y corporalidades, mostrándonos las infinitas posibilidades de representaciones de lo sexual, de lo erótico y de lo derechamente caliente. Excéntrico es, por lo tanto, una revuelta sexual llevada a la pantalla.

Cuando pienso en pornografía, me es fácil imaginar la estereotípica escena de una rutina privada de búsqueda en Internet: el adelanto de los primeros minutos de un video, que consiste en una narrativa indiferente; una actuación exagerada, una iluminación desfavorecedora, un escenario apático y siempre con un encuadre fijo en los genitales en acción… para, luego de unos cortos minutos, cerrar rápidamente la ventana del buscador y olvidarme del asunto. Cuando pensamos en pornografía, la mayoría del tiempo nos estamos enfocando en el porno producido por la industria mainstream. Se trata de un porno que rara vez refleja lo que en verdad sucede durante un encuentro sexual entre personas: muy por el contrario, más bien crea y replica estrictas normativas sobre cuerpos, sexualidades y géneros, denotando así lo que hoy podemos identificar como sus raíces patriarcales, sexistas, post-coloniales, racistas, y homo-transfóbicas, entre otras políticas opresivas. Este porno hegemónico, el que por defecto entendemos como definición de pornografía, reproduce por lo tanto estructuras de supremacía sexual y del placer.

Sin embargo, es preciso señalar que esto no es culpa del porno, sino que es meramente un objeto cultural más que la industria ha logrado capitalizar; por lo tanto, se ha convertido así en un reflejo distorsionado de ciertas prácticas neoliberales retratadas en imágenes sexualmente explícitas. Lo que falla en ser expresado es que esto es sólo un fragmento de las posibles representaciones de un encuentro sexual: aparte de ser una rendición casi sin ninguna variedad de géneros, de sexualidades, de cuerpos ni de gustos o preferencias, el porno convencional asume que su público objetivo es un hombre, cis y heterosexual, con gustos basados en cánones europeos de belleza (o la fetichización de su “opuesto complementario”). Creo importante resaltar que no es que el porno, visto de esta manera, sea en sí mismo perjudicial ni denigrante para mujeres o disidencias, sino que la pornografía industrial se torna en una interpretación falocéntrica que fracasa al no considerar los gustos e individualidades tanto de lxs performistas como de lxs consumidores, sin ir más allá de este estrecho margen de representaciones.

Por otra parte, en el polo contrario a estas narrativas, y como respuesta a ellas, surge el denominado postporno. También descrito como porno feminista o pornografía crítica, el postporno nace durante la tercera ola feminista en los años ‘90 como una sublevación con respecto a las feministas de la segunda ola, que creían que el porno era por naturaleza sexualmente objetivante y opresivo para las mujeres. Contrariamente a estas últimas, quienes integraron el fenómeno postporno argumentaron que el porno es, en realidad, un instrumento empoderador para las mujeres, y en muchos casos lo es también para las disidencias sexuales. Consecuentemente, alentaron a lxs intérpretes de las obras que conformaron el postporno a liberarse y luchar por la igualdad de derechos, disfrutando de sus sexualidades y del placer de manera libre, según sus preferencias individuales. Por lo tanto, el postporno se construye de esta manera como un momento de quiebre, donde ciertas estructuras hegemónicas se rompen para dar paso a nuevas, infinitas posibilidades de representaciones del erotismo y del deseo.

Asimismo, estimo posible argumentar que este funciona también como una crítica hacia la limitada “mirada masculina” que el cine tradicionalmente reproduce. La mirada masculina o male gaze en inglés, concepto originalmente descrito por la teórica feminista de cine Laura Mulvey en 1975, identifica, según la autora, a los hombres como los “portadores de la mirada” cinematográfica, incentivando a lxs espectadorxs a identificarse con los personajes masculinos en pantalla y a su vez, ver a las intérpretes mujeres como un simple acompañamiento pasivo para los protagonistas hombres. En contraste, el postporno nos invita a imaginarnos otras fantasías sexuales, eróticas y románticas, desafiando esta mirada masculinizada del porno convencional e invitando al feminismo y a las disidencias sexuales y de género a lograr verse reflejados en la pantalla, junto a sus diversos cuerpos, gustos y excentricidades.

En resonancia con este movimiento, Excéntrico Fest, muestra internacional de pornografía crítica, fue llevada a cabo el pasado 23 y 24 de enero en Valparaíso, y entre el 31 de enero y el 2 de febrero en Santiago. Esta muestra itinerante de postporno funciona como una serie de ensayos curatoriales que reúne obras que exploran prácticas corporales contrahegemónicas, rompiendo con esquemas visuales del placer y transgrediendo políticas del deseo -y por lo tanto, también de censura. Excéntrico se establece como un espacio político de resistencia, como una reivindicación de la pornografía audiovisual pero también como una crítica sobre los cánones que gobiernan el imaginario de la intimidad sexual. Así, se propone la idea que “otro porno es posible”, donde, en particular, se incentiva a pensar que todo lo que puede y quiere ser porno, lo es. También creo notable rescatar que Excéntrico toma asiento dentro del circuito de festivales de cine del país con su contenido especializado, lo que le permite validar su muestra -y por lo tanto, el concepto del postporno- como “cine”, como una expresión artística tan importante como cualquier otra película.

Para este efecto, la función de inauguración se plantea como una introducción a las infinitas posibilidades del postporno, la cual siento que es un excelente punto de partida para comenzar a internarse en este vasto género cinematográfico: a través de tres obras distintas -un videoclip, un corto y un largometraje- se instaura la conversación tanto con lxs personajes como con el público acerca de qué es siquiera lo que consideramos como “pornográfico”. De las obras exhibidas en la inauguración de Excéntrico, a mi parecer destaca W/hole (2019), largometraje que encapsula el discurso del porno feminista al contar con una gran diversidad de cuerpos, deseos y fantasías, pero más importantemente al retratar el trasfondo de vulnerabilidad, cuidado y respeto entre lxs mismxs protagonistas y el resto del equipo de filmación, aspecto fundamental para el postporno, y por lo tanto para las relaciones sexuales en general.

La inauguración de Excéntrico comenzó con Etérea (2019), videoclip dirigido por el reconocido artista brasileño Criolo, famoso por sus beats y letras. Criolo nos trae esta nueva obra presentando a ocho performers, quienes bailan al son de la música interpretada por el artista mismo. Lxs performers, quienes son presentados con títulos superpuestos a su imagen -en un homenaje a Paris Is Burning (Jennie Livingstone, 1991)- interpretan la música con bailes que parecen ser una versión moderna del vogueing, admirando sus cuerpos en su totalidad. Lo interesante de este clip, aparte de sus imágenes con fuertes colores contrastantes de lxs bailarines y el fondo en segundo plano, es la variación entre las razas y las tallas de sus cuerpos, entre sus distintos géneros y sus expresiones de ellos, entre sus estilos de moda y sus pasos de baile. A pesar de que no incluye lo que tradicionalmente calificamos como contenido pornográfico, creo que sí nos logra hipnotizar con esta serie de cuerpos moviéndose eróticamente al ritmo de la música, como una celebración de lo diverso, de lo diferente y de lo otro, de lo singular y lo plural de la expresión de lo sexual a través del baile.

Por su parte, Fisting Club - ep. 1 (2019), dirigido por la artista multimedia Shu Lea Cheang y protagonizado por reconocidas presencias del mundo del postporno como Jizz Lee, Sadie Lune y Lina Bembe, es una directa sátira de la aclamada película Fight Club (David Fincher, 1999) y al innegable homoerotismo del enfrentamiento entre cuerpos semidesnudos frente a un público alentador. Al poner a Jizz Lee como la figura de Tyler Durden -que incluso se parecen entre ellxs- y usar las mismas reglas de Fight Club (intercambiando la palabra fight por fist), además de las puestas en escena semejantes -con un ambiente sombrío y misterioso- me parece que Fisting Club juega con la idea que para algunas personas el dolor y el placer también son sinónimos. Metafórica y literalmente este cortometraje nos invita a resignificar el dolor de un golpe, donde la mano empuñada contra un cuerpo no siempre tiene que significar sufrimiento, sino que aquí el dolor se transforma en placer al poseer control total sobre el daño ejercido. Esta propuesta se abre así a la conversación de las prácticas seguras del BDSM, donde este dominio sobre el dolor lo transforma en una experiencia corporal terapéutica, resignificando al agresor como alguien en quien es posible confiar para recibir placer al asumir una responsabilidad sexo-afectiva con la persona agredida. La pelea como un juego erótico es algo que ya hemos visto en el porno convencional, pero donde la violencia y el dolor se interpretan como un elemento de dominación, y el bienestar de la persona sumisa pasa a un segundo plano.

Finalizando esta muestra de inauguración se presenta W/hole (2019), largometraje dirigido por Mahx Capacity y protagonizado por una serie de intérpretes que bailan, conversan, gritan, se abrazan, gozan, ríen, se enfurecen y se dan placer de muchas formas distintas, por lo que a mi parecer esta película más parece una puesta en escena teatral más que cinematográfica. Con su título, W/hole (un juego de palabras con entero/vacío en inglés) nos muestra la increíble potencia terapéutica del porno, al usar el placer de la liberación (tanto sexual como del movimiento de la danza, por ejemplo) como mecanismo para alcanzar un orgasmo. Incluyendo escenas donde lxs personajes directamente tienen algún tipo de sexo -penetrativo o no- además del juego dicotómico entre el dolor y el placer del BDSM y de la sumisión/dominación, pero también escenas de otras formas de placer como el comer y jugar con comida, el jugar y reír con el resto al lanzarse bombitas de agua en un día soleado, el gritar para liberar tensiones, el recordar los placeres mundanos de comer palta o cantar una canción favorita, o simplemente el danzar y contenerse unx con otrx en un abrazo, esta película nos muestra alguna de estas infinitas posibilidades del postporno, donde todo placer sustentable es válido y recreable. Pienso que también es muy importante rescatar la delicadeza estética de la puesta en escena del largometraje, el cual parece ser deliberadamente cuidadoso de integrar no sólo la acción representada, pero también el sentimiento que hay por detrás de cada encuadre: ya sea una escena un poco romántica en un campo ficcionado de flores, donde a lxs personajes les rocían agua mientras tienen sexo, o más bien una escena de una sesión bastante brutal de BDSM en un escenario igualmente tosco, con personajes quebrando vidrios con martillos puestos en el segundo plano.

Creo que W/hole es una película que podría ser considerada como un epítome del postporno, ya que logra integrar cada uno de los elementos que se consideran fundamentales para formación de este género feminista: el cuidado y preocupación por el bienestar entre lxs personajes, el “behind the scenes” de cómo una escena pornográfica es construida, la validación de diferentes formas de placer sexual, una puesta en escena estéticamente muy atractiva, un desarrollo de personajes satisfactoria, una línea narrativa cohesiva e interesante y, más que nada, la excelente representación de la gran variedad de tallas, razas, géneros, sexualidades, fetiches y discursos sobre las representaciones del placer -sexual o no tanto- en la pantalla (a pesar de tener mis dudas sobre cierto desequilibrio entre relaciones de poder entre personajes de distintas razas).

Pienso que ser espectador de esta muestra postpornográfica en medio del estallido social -transformación sociocultural por la que está pasando Chile en estos momentos- también es importante de recalcar, ya que es fundamental entender que no existe una revolución social sin una revolución sexual. El postporno y Excéntrico Fest son lugares de resistencia, de oposición a la normativa sexual y la opresión que esta trae por parte del estado chileno. Aquí, la pantalla y su público aguantan desde lo distinto, validando prácticas sexuales y cuerpos diferentes a los que tienen la soberanía hegemónica del porno convencional. Al exhibir lo prohibido y lo tabú en una pantalla pública, además del contenido feminista del porno que hace cuestionarnos los parámetros en los cuales las relaciones sexuales normativizadas, el postporno nos invita a dialogar abiertamente sobre sexo: con lxs espectadorxs, con lxs amigxs, con la pareja, con las instituciones. Ver porno feminista, ver porno en público, escuchando como el resto del público reacciona contigo frente a lo que sucede en pantalla -ya sea con risas, suspiros o asombros- es una experiencia única y gratificadora que le quita el peso de lo “privado” y “vergonzoso” de ver porno, y nos brinda el espacio para compartir algo tan íntimo pero, a la vez, tan común.