Yo soy Simon: Problema en el paraíso

Yo soy Simon es una película que se puede mirar desde dos polos, uno histórico y otro artístico, que si bien nunca están separados, en la época actual donde abundan las escuálidas críticas de cine hay que posicionarse desde una. O al parecer eso han entendido la mayoría de los críticos de cine, quienes en vez de analizar una película buscan analizar su impacto mediático o lo que esta significa para la industria. En este sentido, Yo soy Simon, desde el punto de vista histórico, es la primera película con protagonista LGBT+ de un estudio grande de Hollywood (Fox en este caso). Y listo, hasta ahí, porque la historia nace de consecuencias, y estamos aún muy pronto para analizarlas.

Desde el punto de vista artístico, huelga decir sobre esta película, que como película es solo una buena historia adolescente. No es, ni siquiera, una buena película sobre homosexuales o disidencias sexuales. Hace rato que el cine LGBT+ viene desarrollando un camino prolífico: Moonlight, Call Me by Your Name, Una mujer fantástica, La vida de Adele, etc., dan cátedra de que una película puede responder tanto a nivel artístico como a nivel histórico, pero dejemos a Yo soy Simon fuera de esto.

El protagonista, Simon, vive en el típico suburbio estadounidense, donde todas las casas elevan solemnemente la bandera de múltiples estrellas amparadas por el american dream. Los adolescentes del suburbio van, por supuesto, a la típica high school, con los lugares comunes obvios que eso conlleva: enredos, desamores, ansiedad social y bullying.

Todo parte porque Simon ve en una página web, algo parecido a una red social de la escuela, que un hombre se declara abiertamente homosexual y se hace llamar Blue. Simon, movido por el descubrimiento de una persona que va en su misma escuela y también es gay, comienza a contactarlo a través de gmail, usando también un pseudónimo.

A partir de ello el ritmo de la película es orquestado por ruidos de aparatos electrónicos, el aviso del celular cuando llega un nuevo mail, los electrodomésticos al desayuno, el tono de llamada de los celulares, el aviso de una nueva entrada en el blog, o una llamada de amigos. Algo parecido a lo que hace años vimos en Chile con Qué pena tu vida, donde para camuflar la inexperiencia en el uso del sonido se saturaba al espectador con ruidos de notificaciones. También la música está marcada por pop sintético incidental que busca otorgar un poco de espectacularidad a una historia que justamente carece de ello.  

La historia está marcada de igual manera que la mayoría de las películas adolescentes estadounidenses: el protagonista es un adolescente sumamente especial, y en algunos casos incomprendido, tiene amigos geniales, una vida perfecta, padres poco involucrados en su vida, un auto, y muchos productos por consumir. Luego, el personaje, como primer punto de giro, tiene un gran problema, o sufre bullying, o tiene un secreto. Esta última opción es la de Simon, quien es gay y no le ha contado a nadie. Por último, el protagonista falla radicalmente en su propósito, parece quedarse solo, llora y se frustra, para que luego vengan los amigos para mostrarle que su vida es genial, y nuevamente vuelven a la rutina de ser felices en el sueño americano, aunque ahora perciben más valor en las cosas que tienen.

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En este sentido, Yo soy Simon es la típica película de adolescentes, excepto por pequeños arreglos que adornan el conjunto para que esta parezca diferente e inclusiva. La hermana pequeña no juega con muñecas sino que quiere ser chef, los amigos no juegan fútbol americano sino que fútbol (soccer), no todos los amigos son blancos, sino que hay ¡más de un! afroamericano y, obviamente, el protagonista no es heterosexual, sino que homosexual. Esos pequeños desajustes a nivel de guión reflejan cierta esencia de la película y su política: el único desacuerdo con la realidad perfecta que conforma el american dream es que el protagonista es homosexual, el secreto de Simon se convierte en la piedra en el zapato de una sociedad en la que todo lo demás funciona perfectamente bien.

En un nivel narrativo y técnico, la falta de recursos y líneas secundarias para otorgar un dinamismo creciente a la trama de la película -básicamente Simon intentando salir del closet- obliga a que se recurra a la Navidad, Halloween y partidos de fútbol americano como escenarios que soslayen la carencia de momentos e instantes dignos de ser contados, aportando aún más lugares comunes a la película. También se recurre a la fantasía, a la ensoñación del narrador, para cubrir el hecho de que no hay conversaciones importantes ni planos íntimos, ya que pareciera ser que toda la emocionalidad de los personajes está encerrada en las pantallas de celulares y computadores, como sucede con Simon, que día a día revisa obsesivamente su celular en busca de un nuevo correo electrónico.

Por otro lado, en la película no hay opresión alguna, racial, de clase, o de género, contra alguno de los personajes que podrían sufrirla; al contrario, la única opresión que existe es hacia los homosexuales y la maquillan de tal forma que la hacen ver como algo sumamente marginal. Todos los miembros de la comunidad educativa, lo mismo padres y amigos, parecen ser comprensivos y bienintencionados, exceptuando dos hombres, a los que se le que aplica el siempre útil estereotipo masculino del payaso que hace bullying. Nadie mira raro, nadie hace nada incorrecto, no hay violencia, pareciera ser que lo único que frena a Simon a admitir públicamente que es gay es el miedo a la vergüenza, pero en ningún caso el miedo a la violencia que las disidencias sexuales viven día a día, incluso en la perfecta sociedad suburbana.

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Cualquiera que esté atento al reciente porvenir del cine hollywoodense sabe que los grandes estudios tienden a apropiarse de ideas de resistencia para suavizarlas, para proponer una versión de la opresión que se transforma progresivamente en inclusión. Ya lo hicieron hasta el cansancio con negros y latinos: películas como Coco o 12 años de esclavitud, que también fueron aclamadas por críticos y premiaciones, afianzan la tendencia, en última instancia capitalista, de volver objeto de consumo masivo cualquier forma de resistencia. Esta es la primera vez que un homosexual es el protagonista de una película producida por un gran estudio de Hollywood, pero ¿es este el cine que queremos ver? ¿Es suficiente el carácter inclusivo de una representación para ser considerada una buena película, venga de donde venga? Lamentablemente, las críticas se deshacen en elogios, al igual que cada vez que los grandes estudios, quienes ampararon la opresión desde el cine y la industria cultural, se lavan las manos.

 

Miguel Ángel Gutiérrez

Nota comentarista: 5/10

Título original: Love, Simon. Dirección: Greg Berlanti. Guión: Isaac Aptaker, Elizabeth Berger (Novela: Becky Albertalli). Fotografía: John Guleserian. Reparto: Nick Robinson, Jennifer Garner, Josh Duhamel, Katherine Langford, Alexandra Shipp, Logan Miller, Keiynan Lonsdale, Jorge Lendeborg Jr., Talitha Bateman, Tony Hale, Natasha Rothwell, Miles Heizer, Joey Pollari. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 110 min.