Yo, Daniel Blake (1): Working Class Hero 

Se dirán muchas cosas del cine de Ken Loach: que es políticamente obtuso y pesimista, tendencioso y amargo, anticuado y dualista. No es menos cierto que Loach conserva una rabiosa coherencia en su filmografía, insistiendo una y otra vez en dotar de una consistencia palpable y audible a todo un mundo de desplazados y ofendidos, la clase obrera con sus miserias y heroísmos, sus pequeñas victorias y variadas humillaciones. Quejarse del cine de Loach es molestarse por la acritud del limón o la frialdad que sobreviene a la lluvia. Hechos que pueden agradar o no, pero que ya constituyen el paisaje imaginario de una obra honesta, reconocible y de una terquedad insumisa y admirable porque ya desde sus inicios asumió esa marca autoral: entender el cine como instancia privilegiada para poner en cuestión ciertas inequidades tan enquistadas en nuestro cuerpo social que parecen naturales y hasta deseables.

En honor a la misma honestidad que Loach nos reclama, me ha parecido que su cine (y con ello incluyo a la legión de epígonos que buscan imitar su gesto) en ocasiones se acerca con peligro a lo mismo que busca cuestionar: en un calculado y eficaz ejercicio de compasión y denuncia, Loach exalta a un grupo social relegado y desfavorecido. En ese despliegue de imágenes y discursos se va instalando la potencia superior de una clase que, por su pura pobreza, advienen en sujetos notables, estoicamente admirables, ajenos a toda abyección o perversidad. Es un cine que opone prejuicios y vaguedades instaurando su escala inversa, sin poder superar el orden de sentido que mantiene las injusticias. A la propaganda oficial, propaganda proletaria. En esa línea, Yo, Daniel Blake bien puede ser su esfuerzo más denodado por dotar de heroísmo a los desplazados de este mundo. Y en ese empeño unilateral y constreñido a su propia ideología, bien puede ser la peor película de Loach en mucho tiempo.

Daniel Blake (Dave Johns) es un carpintero que ha sufrido un ataque cardiaco. Ya en las cercanías de la jubilación, recurre al Estado para pedir un subsidio que le permita subsistir. Las evaluaciones médicas indican que no puede trabajar pero, al mismo tiempo, necesita buscar trabajo para no recibir sanciones que le impidan recibir ciertos beneficios sociales. A simple vista, es un mundo cercano a Kafka por el absurdo de la situación y lo insensato de un sistema inflexible y engorroso. Casi se diría una estructura sin rostro humano si no fuera por las exiguas apariciones de funcionarios, personas que a su vez se ven obligados a actuar fríamente, rebasados por la máquina estatal, “ogro filantrópico” ciego, sordo y mudo ante los reclamos y las quejas.

Idaniel blake

Pero a Loach no le interesa lo irracional de la situación ni la metafísica del absurdo sino poner en evidencia el lugar de inexorable indefensión social que vive Daniel Blake. Tan solo sus “hermanos de clase” pueden servir de consuelo ante el forzoso encuentro con la mendicidad y la zozobra. Conoce a Katie (Hayley Squires), una mujer de Newcastle que llega a Londres junto a sus dos hijos, el de ella es un periplo que implica venir del purgatorio para llegar al infierno. Hay poca luz en un drama como este, no puede haberlo, en una película basada en dos personajes (de los demás Ken Loach parece no interesarse, y vaya que se nota) los fugaces momentos de distensión vienen a cuentagotas: la compasión de una mujer que ofrece alimentos a Katie, un vecino de Daniel que vende zapatillas en el mercado pirata. Pasajes fugaces, engañosos oasis de amparo que se disipan para reforzar la idea de que Daniel y Katie son víctimas de un desinterés que se prolonga en variadas direcciones, incluso en las propias personas que merecen su atención y compasión.

En un momento en que se harta de la indolencia burocrática, Daniel sale a la calle, raya por largo rato las paredes de la oficina estatal y se sienta a esperar una respuesta a su demanda. Es una escena central, extraña y polémica: mientras Daniel despliega su rabia y realiza su performance, las personas que deambulan a su alrededor lo aplauden, vitorean y apoyan. Pero Loach filma el entorno con cierto apuro, intercambiando ángulos de visión que molestan al espectador, incrementado la sensación de euforia ciega, tibiamente apática y falsa. A primera vista, es una de las escenas más torpes y bochornosas que he visto en el cine de los últimos años, pero existe otra opción. La planificación de la escena puede ser leída cómo la exhibición de una verdad triste y dolorosa: incluso el acto de subversión de Daniel se ha asimilado a un espectáculo más dentro de la urbe, una representación acompañada de aplausos y algo de ruido, completamente vaciada de resonancias perturbadoras. Un gesto diluido, conminado, anticipado y asimilado a la realidad cotidiana.

Si así fuera, Loach estaría acercándose a los terrenos del discurso anárquico, un lugar no del todo desconocido por él. En sus mejores momentos, cuando Loach se desliga y supera las consignas políticas y la paranoia estatal, es capaz de ingresar a dominios simbólicos mucho más sutiles y representar formas ideológicas menos aprehensibles (Cathy Come Home, Poor Cow, Kes) curiosamente, todas obras de su primera época. Yo, Daniel Blake, en cambio, pertenece a la etapa final de Loach. Y como tal es una película que reafirma alguno de los tics más desdeñables de su cine, a saber: su insistencia en adjudicar rasgos de heroicidad a su personaje principal, desdeñando las contradicciones propias de la dinámica social y humana. Consolidar una realidad dualista de buenos y malos, mirada que esconde un fatalismo inmovilizador y estéril. Confundir dignidad con martirio (atención a la escena final). Pretender superar el fatum capitalista con el idealismo proletario. Insistir en un pesimismo uniforme, infantil, reflejo y paralítico, sin explorar en las sutilezas de ese pesimismo, en las diferentes tonalidades y variaciones de una sensación desilusionada que, en su desarraigo, se despeña a sí misma o bien puede ser acción creativa. A Ken Loach eso no le interesa. Este es el vía crucis de un héroe, un Santo aplastado por el sistema, una víctima de la sociedad, sin dobleces ni malas intenciones. Es Daniel Blake. Amén.

 

Nota comentarista: 3/10

Título original: I, Daniel Blake. Dirección: Ken Loach. Guión: Paul Laverty. Fotografía: Robbie Ryan. Reparto: Dave Johns, Hayley Squires, Briana Shann, Dylan McKiernan, Kate Rutter, Sharon Percy, Kema Sikazwe, Steven Richens, Amanda Payne. País: Reino Unido. Año: 2016. Duración: 100 min.