Tres anuncios por un crimen (2): La bondad en la violencia

Una joven es violada, quemada y asesinada en Ebbing, un pequeño pueblo al sur de Estados Unidos. Su madre, Mildred Hayes, cansada de la negligencia de la policía decide publicar tres avisos publicitarios en el lugar donde se encontró el cuerpo de su hija. Para ser precisos: un camino por el que casi nadie transita pero que, justamente, une la casa de Mildred con el pueblo. Los carteles apuntan a Willoughby, jefe de la policía, y se le acusa de ser incapaz de avanzar con la investigación y encontrar al responsable del crimen. Este brutal episodio es el articulador de Tres anuncios por un crimen, película del inglés Martin McDonagh donde, entre escenas violentas, personajes rabiosos o estúpidos y en búsqueda de venganza, encontramos acciones y momentos sorprendentemente conmovedores.

Parece extraño aproximarse a este filme -con decidida vocación de comedia negra y western- desde la belleza. Más raro aun suena decir que ésta es una película bonita. Sin embargo, me es difícil encontrar otra palabra que encaje de manera tan perfecta con la sensación que me dejó Tres anuncios por un crimen. Creo que dentro de la recargada violencia y las situaciones siempre llevadas con fuerza y perfección al extremo, se esconde una capa de bondad genuina y casi reveladora en los protagonistas. Tal vez de eso se trata escribir un buen guión: ser capaz de presentar la complejidad de los personajes, permitiendo que los espectadores entendamos sus matices y motivaciones sin juzgarlos (o al menos no innecesaria o injustamente).

En esta línea sería interesante pensar, por ejemplo, en Mildred Hayes, interpretada espectacularmente por Frances McDormand. Mildred está lejos de ser la mejor mamá del mundo, y es sin duda violenta y a ratos irresponsable. No encarna -por suerte- un concepto cálido de maternidad y tampoco eso parece ser necesario. Lo trascendental en el relato es que encuentre al asesino de su hija cueste lo que cueste. No importa si debe destruir el dedo de un dentista obseso, golpear a los compañeros de escuela de su hijo, o quemar un cuartel de la policía.

A su vez, es interesante ver cómo el personaje crece proporcionalmente en su potencia mientras más obstáculos encuentra. La novia de su exmarido, una muchacha de tal sólo de 19 años, dice sonsa y clichemente “que la violencia sólo engendra más violencia”. Sin embargo, Mildred no se ve envuelta en un espiral de violencia sin sentido, sino más bien en una suerte de fuerza de la naturaleza que traslada sus actos a una frontera difusa en la que todo vale, más allá del bien y el mal. Ahora bien, dentro de su rabia desbordada, coexiste una madre infinitamente triste, que bien puede golpear, maldecir y escupir, pero que también es dueña de una delicada y frágil melancolía, que simbólicamente podría estar representada por las flores que planta bajo los carteles de la carretera, y que en Sudamérica podríamos identificar como el inicio de una animita.

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La contraparte tampoco lo hace nada de mal. Por un lado, tenemos a Willoughby, encarnado por Woody Harrelson, a quien le sientan cada vez mejor esta clase de personajes. El jefe de la policía es un buen tipo, padre, esposo. Confía en los suyos y no subestima a nadie. Sin embargo, muere antes de resolver el caso, lo que origina una serie de sucesos determinantes para la narrativa de la película. Por otro lado está Dixon, un policía bastante mediocre, que aún vive con su madre. Alcohólico, racista y con poca ética, esconde bajo su estupidez y violencia a flor de piel, un carácter sensible. No obstante, sólo Willoughby parece ser capaz de verlo, y no es hasta la muerte de su jefe que Dixon se transforma. Su reivindicación se vuelve memorable y, de alguna manera, esperanzadora.

En el pueblo de Ebbing casi todo parece ser mediocre y añejo. Los habitantes se conocen bien y cada uno actúa como mejor se le antoja. Por lo mismo, es difícil encontrar responsables para cualquier clase de problema, como si sólo hubiera una gran masa culpable. A pesar de esto, en Ebbing la belleza se filtra en pequeñas grietas. No se trata sólo de un paisaje natural sobrecogedor, sino también de la dignidad que acompaña a sus habitantes. Red Welby, el hijo de Mildred, la esposa de Willoughby o James, el enano del pueblo, son sólo algunos ejemplos de esto. Quizá el personaje más débil es el presunto violador y asesino de la hija de Mildred. Algo no cuadra en su desarrollo. La forma en que éste es integrado al relato se siente forzada, poco elegante y desajustada. Funciona sólo como la pieza de un engranaje que sirve para provocar nuevas acciones, pero no logra operar por sí misma.

Sin embargo, y más allá de eso, Tres anuncios por un crimen se articula como un filme inquietante, gracioso en la crueldad, ironía y oscuridad de sus diálogos, así como en una historia que transita entre la maldad y la bondad. Hacia el final no importan los culpables, sino la búsqueda de la justicia y el equilibrio, que de alguna manera u otra desemboca en un gesto que revela una humanidad consoladora.

 

Nota comentarista: 8/10

Título original: Three Billboards Outside Ebbing, Missouri. Dirección: Martin McDonagh. Guión: Martin McDonagh. Fotografía: Ben Davis. Reparto: Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell, Caleb Landry Jones. País: Estados Unidos. Año: 2017. Duración: 115 minutos.