La región salvaje (2): Mostrar la salvación

La región salvaje puede ser la historia de un monstruo. Así como Godzilla (1988) o Robocop (1987), y a diferencia de La cosa (1982), Alien (1979) o el reciente Demagorgon, en la última película de Amat Escalante las formas de lo monstruoso están estabilizadas y definidas como lo tentacular, viscoso, fálico y eufórico. El monstruo, por definición, es algo que se muestra, se deja ver, pero su naturaleza no se agota en ese acto. Su ser es siempre algo más que su imagen, también es algo que muestra más allá de esta. En los escritos medievales sobre teratología (estudio sobre los monstruos) es latente la relación intrínseca entre la imagen y su significado, la forma era la significante y lo deforme, era a la vez malo, feo y disfórico, así como su opuesto conforme era bueno, bello y eufórico. Lo monstruoso, por lo tanto, es una experiencia ocular, el monstruo es un ser plástico, y su forma permite esbozar un origen y una teleología. La película comienza allá afuera, deposita allá la fuerza del develamiento mediante una primera escena aislada y centrada en un cuerpo, un meteorito suspendido en el espacio que llega a responder con apuro a la pregunta sobre el origen, su teleología será definida lenta pornográficamente, en un juego tautológico entre verismos y verdades.

La película de Escalante se interesa por un estado de las cosas definido entre la misoginia y la frustración sexual, la masculinidad y sus crisis, el provincianismo y sus víctimas. A este triste paisaje le permite su redención. Cuatro personajes sostienen una cadena redentora cuyo órgano vital es el monstruo. Verónica, una joven que vive a las afueras del pueblo con una pareja de ancianos establece una amistad con el médico que la asiste ante una extraña herida, Fabián. La hermana de este, Alejandra, trabaja para la madre de su esposo, Ángel, quien a su vez es amante de Fabián. A todos ellos les es común una forma de la opresión y, la intención de denunciar esta opresión, de mostrar una degradación moral de México, evidenciar el arraigo religioso de las instituciones sociales, opera como motivo principal de la película. El ejercicio se puede resumir en la visibilizacion de realidades injustas, desiguales, asimetrías estructurales, pobrezas morales, etc. Un ejercicio de buenas intenciones, amable con algunos consensos del feminismo y cauto con las tensiones simbólicas del género: Verónica dice no saber si es monstruo es hombre o mujer, un dialogo que dice menos de la criatura que de las tibias disposiciones criticas del director.

Hasta este punto, y más allá de la solemnidad ética sobre la naturaleza de la especie humana, la película parece ser audaz respecto de una posición sobre el deseo sexual como núcleo de una cierta liberación, una vuelta a lo primigenio salvaje y lugar de la emancipación. Sin embargo, el problema de la propuesta de Escalante no reside en su intención de denuncia y liberación, sino que aparece ante la pregunta sobre quienes deben asistir al sacrificio para gozar de la redención y cuál es la puesta en escena que construye para que este camino sea recorrido. Se trata de un poblado en la provincia mexicana, seguramente Guanajuato -como en sus anteriores películas-, de pobreza endémica y estable, es decir, neoliberal. Los hombres allí pelean como lo hicieron los hombres de Accattone (Pasolini, 1961) y los hombrecitos de Los olvidados (Buñuel, 1950), en la forma de un abrazo tumultuoso que grafica la forma de lo patético en las masculinidades marginales. El alcohol allí es frontera de la moral católica y su productiva organización del género, como lo es el alcohol en La ciénaga (Martel, 2001). Las mujeres allí son madres como condición de existencia primera como en De jueves a domingo (2012), pero a diferencia de todos estos intentos representacionales, el mundo de La región salvaje no encuentra su propia redención. Todas estas películas esbozan nudos de la emancipación de forma endogámica, mientras que la película de Escalante nos presenta un monstruo que es a la vez profeta y alienígena, un ser que interpela el deseo sexual, exculpa y mata, o satisface y libera, como lo hace con Verónica y Alejandra, las mujeres de esta historia.

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Los discursos acerca de la denuncia política no son, sin embargo, el único conservadurismo de la película, no se trata solo de posiciones narrativas acerca de la potencia política de sus personajes sino también,, y sobre todo de la ordenación de estas posiciones en la superficie de la imagen. No hay sorpresas allí, no hay imágenes poderosas, ni matrices estéticas elocuentes, no hay decisiones cromáticas interesantes, ni un guión sonoro que opere en la imagen o contra esta. Lo que sí nos presenta Escalante es un ritmo, uno que oscila entre las reglas del terror y la ciencia ficción, un guiño al problema de la verosimilitud que resulta en un gesto tímido. A ratos la cámara parece moverse como si conociera la naturaleza de los personajes y la de sus encuentros, la cadencia en la búsqueda de sus objetos parece encarnar al monstruo y mostrar las configuraciones particulares de la opresión, pero la acentuación constante de este gesto resulta en la pérdida de su función dramática y se diluye en el manierismo. La región salvaje lo muestra todo, su denuncia es exhaustiva, su monstruo parece dar con todas las respuestas y satisfacer todos los cuerpos, porque para Escalante el deseo no es más que uno, y todos los cuerpos desean lo mismo, una redención, como si la especie fuera destino.

Los monstruos contemporáneos muestran las formas del terror en las actuales sociedades instituidas por democracias liberales. La monstruosidad hoy está asociada al riesgo de lo que no se puede estabilizar y por tanto son ensayos representacionales de la crisis del sentimiento de inmunidad. Una enfermedad que penetra en los cuerpos como el sida, un virus informático que penetra en los campos de la especulación financiera, un viral del Estado Islámico que penetra en los consensos mediáticos de la paz. En todas estas formas de lo disforme la amenaza alcanza las estructuras de la estabilidad social, he ahí su repulsividad. Estos monstruos contemporáneos no tienen una forma, sino que se mueven en la búsqueda cambiante de esta, de modo que penetran en los cuerpos materiales, sociales y políticos. El monstruo de La región salvaje, en cambio, se muestra consistentemente fálico y tentacular justamente porque su mirada sobre este pueblo mexicano obedece a tal cristalización. Escalante pretende visibilizar y denunciar un estado de las cosas y termina construyendo un mundo en el que los sujetos no pueden ser sino víctimas y objetos de salvación; los despoja de todo, incluso de la capacidad de nombrar a aquello que los muestra, su monstruo. Este estado de las cosas no se limita a ser diagnóstico, es desde su origen un destino. Este pueblo y sus mujeres están condenadas a la emancipación a manos de un otro, alienígena, fálico y tentacular.

Daniela Barriga

Nota comentarista: 3/10

Título original: La región salvaje. Dirección: Amat Escalante. Guión: Amat Escalante, Gibrán Portela. Fotografía: Manuel Alberto Claro. Reparto: Simone Bucio, Ruth Jazmín Ramos, Jesús Meza, Edén Villavicencio, Andrea Peláez, Óscar Escalante, Bernarda Trueba, Kenny Johnston. País: México. Año: 2016. Duración: 100 min.