La guerra del planeta de los simios (1): El simio en vez de la manada

Cuando en el año 2011 apareció El origen del planeta de los simios (dirigida por Rupert Wyatt), el inicio de una nueva trilogía sobre la aclamada saga de ciencia ficción concentró mucha atención por múltiples motivos. Primero que nada, por tratarse de una precuela, la que vendría a explicar el origen, valga la redundancia, de la raza superior de simios que conocimos en El planeta de los simios de Franklin J. Schaffner en 1968. Después, por si las nuevas películas tendrían la capacidad de revivir una franquicia al parecer cerrada, particularmente luego del innecesario remake realizado por Tim Burton en el año 2001. Finalmente, porque las bondades de la tecnología contemporánea permitían una reinvención desde la visualidad digital, a partir de un caso paradigmático en términos de maquillaje y efectos visuales prácticos, propios de las primeras películas. Todas estas cuestiones fueron respondidas positivamente en la nueva serie, dándole vida a un clásico de clásicos, acercándolo a nuevas audiencias.

Con El amanecer del planeta de los simios (Matt Reeves, 2014) y ahora La guerra del planeta de los simios, atendemos a una verdadera revolución en términos de la actuación bajo la técnica del motion capture, la que, si bien tiene antecedentes notables, aquí adquiere una nueva dimensión. Asimismo, las primeras dos entregas de la trilogía han sabido aprovechar la lógica del blockbuster para no quedarse exclusivamente en el tono de la acción, dando paso a la inquietud sobre qué significa ser humano, en un mundo donde esta raza comienza a desaparecer. En este horizonte, ¿cómo responde La guerra del planeta de los simios ante la tarea de clausurar una triada a todas luces favorable dentro del panorama cinematográfico hollywoodense? Lo primero que podemos decir es que el filme no desentona en el nivel visual, con un Andy Serkis notable en el papel de Caesar, líder de los simios, graduándose con honores como el maestro universal del mocap. Pero después, a la hora de evaluar la propuesta en su conjunto, van emergiendo cuestiones que bien vale la pena consignar.

La película inicia con la colonia de simios en aumento, pero siempre bajo la amenaza de los sobrevivientes humanos y su poder de fuego. Caesar debe decidir hacia dónde dirigir a sus pares, buscando la anhelada paz. En medio de estos cálculos, un ataque sorpresa llevado a cabo por El Coronel (Woody Harrelson), líder de una milicia cuyo único propósito es eliminar a los simios, despertará el odio de Caesar, llevándolo en un viaje de venganza personal, dejando que los suyos se guíen solos. En compañía de sus más fieles guerreros, Caesar se adentrará en un paraje congelado en persecución de este Coronel, cuya estética y aires delirantes recuerdan con proximidad al Coronel Kurtz de Apocalipsis Ahora (Francis Ford Coppola, 1979). Cuando dan con su paradero, ven que su manada ha sido capturada por esta milicia humana y obligada a trabajar forzosamente en la construcción de un muro que los proteja de amenazas externas. Caesar tendrá que debatirse entonces, si seguir su vendetta o preocuparse por el bienestar de los suyos.

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En el viaje por el descampado, los guerreros encuentran a una niña, Nova (Amiah Miller), la que evidencia el nuevo estado de decaimiento de la raza humana. El virus que comenzó todo, el que dio super inteligencia a los primates, ha mutado, ahora privando de voz a los seres humanos. Los monos deciden cuidarla y su inocencia será clave en el proceso individual del protagonista. Este personaje es importante porque permite otorgarle un marco de lectura a la película. Por una parte, otorga una cuota de género al que las propuestas mainstream se están adecuando cada vez más. Por otra, establece vínculos directos con la primera entrega de la saga en 1968, ya por su nombre, igual al de la aborigen en el filme de Schaffner, ya por el rasgo de involución con el que se encuentra la humanidad allí. Estas conexiones son siempre interesantes, ya que permiten atar cabos y establecer referencias, las que suelen ser bien recibidas por el público. Ahora bien, también podemos desprender de aquí algunas de las principales preguntas a la película, relativas a la consecuencia con que lleva a cabo sus enunciados.

La figura de Nova representa el camino tomado por los realizadores, el de enfocarse de forma exclusiva en, literalmente, el viaje del héroe, y cómo este es capaz de vivir con sus conflictos. La película se centra casi con exclusividad en la figura de Caesar, tanto así que su primer plano -más allá de las virtudes técnicas- tiene mucho tiempo en pantalla. Si bien esto tiene una justificación en la extensión de la trilogía, dando un cierre al arco dramático del protagonista, se siente un poco mezquino el enfocarse únicamente en su padecer. Podemos establecer un paralelo con Logan (James Mangold, 2017), donde el recorrido es relativamente similar, incluso con el elemento protector para con una niña. Pero a diferencia del mutante, quien siempre ha sido un “guepardo solitario”, Caesar es el cabecilla de una revolución, sin embargo tamaño sitial, primordial en las dos películas anteriores, se mancilla con demasiada sencillez en esta. Con esto no quiero decir que el protagonista no pueda vivir un proceso interno, que su labor pública no se vea afectada por su sufrimiento íntimo, pero el problema surge cuando la narración se desequilibra, comprometidamente, hacia lo singular.

En ese sentido una comparación interesante puede establecerse con La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), película citada aquí, particularmente en la imaginería del holocausto en el campo de trabajo y cuando Nova camina sin ser vista por los soldados entremedio de las jaulas de los simios. Pero la diferencia radica en la figura del pueblo presente en la película de Spielberg, ya que a pesar de centrarse en la figura protagónica (la redención de Schindler) le presta particular atención al carácter masivo de la historia (la aniquilación del pueblo judío). Me parece que en La guerra del planeta de los simios el intento por sortear lo que sería un argumento facilista, demandando representar una guerra masiva y grandilocuente para una película que lleva tal concepto en su título, resulta ser una opción de cierre para la trilogía que le quita fuerza a las posibilidades de la historia que desarrollan.

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Por otra parte, la milicia bajo el mando del Coronel se presenta, nuevamente, como algo puntual, y no alcanza a representar a la totalidad de los humanos sobrevivientes. Entonces, la imagen del muro construido por los simios, que hace nítida referencia a la inestable idea de Donald Trump de fortificar la frontera con México con una gigantesca pared de concreto, si bien posee potencia, desde el discurso temático del filme se plantea como una bravata delirante, aislada, no una convicción estructural. Es como si la película, consciente del contexto histórico en el que se enmarca, quisiese tratar temas de interés general, pero sin la voluntad de proponer reales antagonismos.

Atendiendo al horizonte de sentido hollywoodense, no debería extrañarnos la validación de lo singular por sobre lo colectivo -y por tanto no podemos hablar de una película deficiente-, pero no deja de ser una lástima que haya filmes que, pudiendo utilizar los mismos recursos discursivos y representacionales, no intenten llevar mucho más lejos sus intenciones. Por lo mismo, resulta algo desilusionante que prefieran siempre el drama del individuo acosado por sus demonios antes que el golpe directo a un sistema que solo amagan criticar.

Nota del comentarista: 6/10

Título original: War for the Planet of the Apes. Dirección: Matt Reeves. Guión: Mark Bomback, Matt Reeves. Fotografía: Michael Seresin. Montaje: William Hoy. Reparo: Andy Serkis, Woody Harrelson, Steve Zahn, Amiah Miller, Judy Greer, Karin Konoval, Aleks Paunovic, Sara Canning, Gabriel Chavarria. País: Estados Unidos. Año: 2017. Duración: 142 min.