La gran aventura Lego 2: Las reglas del juego

Phil Lord y Christopher Miller se han establecido, curiosamente, como los autores de cada película en la que participan. A pesar de solo haber dirigido cuatro obras como pareja (Lluvia de hamburguesas, La gran aventura Lego y las dos partes de 21 Jump Street), sus nombres aparecen usualmente mencionados antes que los del director a cargo en sus otros proyectos. En Spider-Man: Un nuevo universo (Peter Ramsey, Robert Persichetti y Rodney Rothman, 2018), por ejemplo, es más común establecer una continuidad con el humor meta de la saga Lego que con el trabajo de los tres animadores a cargo de la dirección.

Esto puede explicarse por algunos motivos. Primero, mantienen siempre una personalidad humorística basada en el inadecuado uso de las convenciones de los géneros cinematográficos. Justo cuando Emmet, Miles Morales o la pareja de 21 Jump Street deben demostrar la valentía y efectividad propias de un protagónico de acción, todos fallan al no poder adecuarse verdaderamente a las expectativas de la escena. Segundo, la autoconsciencia empleada por Miller y Lord funciona como una especie de versión pop de las puestas en abismo como las conocemos. Sin pretensiones de crear puzles narrativos, y sin una segunda capa de densidad por detrás, la revelación de los clichés de parte de la pareja responden a cierto cinismo generacional que ha sido nombrado, caricaturescamente, como post-postmodernismo.

Una película como La gran aventura Lego 2 es prueba de que la autoría en Hollywood puede ser entendida de manera más laxa. Si bien Miller y Lord no asumen la dirección como en la primera película, el humor y estilo de la pareja se mantiene durante la segunda entrega. Esta asociación es algo que la maquinaria de producción de la película ha sabido aprovechar, haciendo que la trayectoria del director a cargo, Mike Mitchell, sea ignorada mayormente al hablar de la secuela. La carrera de Mitchell -encargado de secuelas poco exitosas como Shrek para siempre (2010) y Alvin y las ardillas 3 (2011)- ha pasado a segundo plano a la hora de hablar de la secuela de la aventura Lego. Los nombres de Miller y Lord, quienes regresan como guionistas y productores, parecen tener mayor relevancia que la del director a la hora de pensar la segunda parte, como ha ocurrido anteriormente con producciones de Lucas o Spielberg en las que estos no han sido directores.

La segunda parte de La gran aventura Lego comienza retomando brevemente los minutos finales de la primera. Después de que Finn (Jadon Sand) logra reconciliarse con su padre (Will Ferrell) para jugar libremente en el sótano, el universo Lego se ve nuevamente amenazado por la aparición de unas multiformes, y adorables, figuras de la colección Duplo. Cinco años después de su aparición, las criaturas Duplo han convertido a Bricksburgo en una tierra postapocalíptica que recuerda a los escenarios de Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015). Frente a este nuevo ataque, Emmet y Lucy deben pensar un plan para regresar a la normalidad. Por mientras, Bricksburgo se ve amenazado por el sospechoso plan de la reina alienígena SoyLoQue Quiera Ser, quien desea casarse con Batman para sellar la combinación de ambos mundos.

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Al igual que en la primera entrega, los conflictos del universo Lego pueden pensarse como la oposición de distintas formas de concebir el juego. En esa película la amenaza venía desde la rigidez del coleccionista de juguetes, el padre de Finn, quien entendía el juego de su hijo como una forma de arruinar la belleza de sus construcciones en Lego. El ingenio de La gran aventura Lego (2014) era poder explicar su conflicto como un asunto controlado por dos humanos gigantes por fuera del universo que estamos viendo. Por más que Emmet no lo supiera, la rigidez de su mundo distópico se imponía por la mano adulta y la visión del juego como una pérdida de tiempo. La resistencia, encabezada por Lucy, era comandada externamente por la mano de Finn y las ganas de poder utilizar las construcciones como un terreno para la imaginación infantil.

En la segunda entrega, en cambio, la amenaza viene de parte de una concepción del juego menos reglamentada que la del mundo imaginado por Finn. Esta vez se trata de Bianca (la genial Brooklyn Prince, difícilmente apreciable en el doblaje), la hermana menor del protagonista de carne y hueso. Si, como propone Johan Huizinga en Homo ludens (1938), la reglamentación del juego funciona como un entrenamiento para el paso a la sociedad civil y sus leyes, el juego no reglamentado de la pequeña Bianca se traduce como la introducción del caos absoluto a Bricksburgo. A diferencia de Toy Story (John Lasseter, 1995), el universo Lego no se “activa” cuando los juguetes no están siendo manipulados. Por el contrario, la mayor parte de lo que vemos en la película se trata de los momentos en que Finn y Bianca juegan con los Lego, solo que lo que vemos en pantalla se encuentra filtrado por los pensamientos y sicologías que los pequeños han imaginado para cada personaje.

La repetición de esta fórmula permite, por un lado, que el humor meta regrese en esta entrega pero, a su vez, provoca que la repetición de la fórmula se vuelva palpable. Si bien esta vez la amenaza proviene desde el caos, en vez de la rigidez, la resistencia contra una distopía se vuelve a instalar como el motor de los personajes. Mientras que algunas repeticiones resultan esperables, como la utilización intencionalmente irritante de la ya clásica canción “Everything is Awesome”, otros momentos parecen provenir del simple deseo de aprovechar algunos de los aciertos de la primera entrega.

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A pesar de esto, habría que destacar un aspecto relevante de la saga que muchas veces pasa desapercibido. La animación digital mainstream se ha caracterizado por “avanzar” hacia un mayor grado de realismo con el paso de los años. Este hiperrealismo animado ha alcanzado, gracias al avance tecnológico, un nivel de detalle en el que las figuras digitales pueden codearse con actores reales en el mismo escenario de manera cada vez más fluida. Los próximos remakes híbridos de Disney -Dumbo y El rey león- son prueba de este avance, pero también han traído consigo un efecto indeseado. El hiperrealismo del elefante del trailer de la próxima Dumbo de Tim Burton, por ejemplo, ha generado diversas reacciones por el efecto de “valle inquietante” (uncanny valley) que producen las figuras en CGI tan cercanas al aspecto del mundo material.

La gran aventura Lego -y podríamos agregar a Spider-Man: Un nuevo universo-, opta por ignorar la apuesta por el realismo animado. El uso de figuras Lego, caracterizadas por su movilidad “tiesa” y por poseer articulaciones fijas, es una idea contraintuitiva para las posibilidades de fluidez de la animación digital. La escena en la que Emmet se prepara para pelear con Rex funciona gracias a este principio: la expectativa de la pelea final se ve truncada debido a las escasas posibilidades de dar golpes que entregan las articulaciones de una figura Lego. La limitación de movimiento es aprovechada, por una parte, como un elemento cómico, pero también como un recurso de libertad creativa para la práctica animada.

 

Nota comentarista: 6/10

Título original: The Lego Movie 2: The Second Part. Dirección: Mike Mitchell. Guión: Phil Lord y Christopher Miller. Montaje: Clare Knight. Música: Mark Mothersbaugh. Reparto: Chris Pratt, Elizabeth Banks, Will Arnett, Tiffany Haddish, Charlie Day, Alison Brie, Brooklyn Prince, Jadon Sand. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 107 min.