Escándalo Americano (“American Hustle” David O. Russell, 2013)

Algunos son entusiastas con O. Russell y vaticinan a un director en auge que toma elementos del clasicismo  y junto con ello una intensa incursión en las fragilidades e intensidades humanas (con una sólida dirección de actores inspirada en Kazan, Cassavettes y Scorsese).  Otros más escépticos preferimos observar con atención. Por lo pronto, me cabe la pregunta si estamos ante un contrabandista cinematográfico o un buen empleado del mes.

Lo cierto es que el sabor de Escándalo Americano es el de un filme que está a medio tono entre la revisión paródica del género “truhanes de poca monta”, y la creación de una galería de perdedores memorables envueltos en una alambicada trama donde todos ponen su cuota de mala consciencia.

La trama va por partes, a grandes rasgos es la historia de Irving (un personificado Christian Bale) un estafador “medio pelo” descubierto junto a su amante Syd (Amy Adams) en una operación del FBI encabezada por Richie di Maso (Bradley Cooper). La trama se complejiza en el momento en que Di Maso se enamora de Syd, y le propone a Irving rebajar su condena por estafa realizando una operación conjunta. Es aquí cuando aparece Carmine Polito, al que deciden tender una trampa para capturarlo con las manos en la masa. En el medio de esto, meten a un falso Sheik, y las cosas crecen lo suficiente como para que aparezca la Mafia, y las cuestiones se compliquen aún más con el FBI.

Con algunas apuestas formales de interés- juegos de focalización y tiempos narrativos; las citas a algunos clásicos del género, la divertida banda sonora llena de guiños- lo cierto es que el eje de la película la dan los personajes: por un lado, su estupidez general y, por otro,  sus motivaciones al momento de estafar o engañar a otros. Aquí todos estafan y nadie está libre de pecado, algunos lo hacen por el bien común (Polito, el alcalde), otros por un bien individual (el éxito profesional en el caso del agente FBI) o la supervivencia económica (la esposa de Irving). Desde aquí se extiende un poco el juego de los plots principales de la trama, el “quien estafa a quien”, y hasta donde es posible llegar…sin perder. Es interesante esto, en la medida que quien sale mejor parado en términos de ganancia simbólica es Irving, quizás el único personaje que comprende desde el inicio que este es un juego sin garantías. Irving sería un cínico “honesto” que reivindicaría la mascarada como única opción de supervivencia, esto en el marco que en el juego social ampliado cada quien “cree la historia que quiere creer”. Irving es un estafador de menor ambición consciente de los límites del juego y es también quien comprende que esta inversión – la estafa- solo puede ser llevada a cabo como una opción vital y como única estrategia posible en un sistema de cínicos. Hay algo de “verdad” que se juega en este personaje, y es la misma que identifica parte del filme y la puesta en escena, esto desde sus caracterizaciones- un poco desencajadas- actuaciones- algo exageradas, en el límite de la locura y el desenfreno, en un punto donde todos “gozan su síntoma”- y en general en la dirección de arte y fotografía (la cita paródica deviene kitsch pero también afirmación cultural).  O. Russell como buen “player”, parece jugar el juego de Irving, el juego de la máscara y la supervivencia, el juego del pillo que sabe, a ciencia cierta, los límites – y riesgos- de un juego sin garantías.

Iván Pinto