El verano de los peces voladores (Marcela Said, 2013)

El Verano de los Peces Voladores, primera obra de ficción de la documentalista Marcela Said  (El Mocito, Opus Dei) es una mirada reflexiva y simbólica respecto del choque que se da no sólo entre dos razas –mapuche y criolla- sino también entre dos clases sociales que ocupan un mismo territorio de forma diametralmente opuesta.

La cinta narra el verano de una familia de clase alta en un sector de la Novena Región. Pancho, el padre, (Gregory Cohen), junto a su hermano (Bastián Bodenhoffer) administran esas tierras de una forma pragmática y economicista, bajo la mirada de la hija adolescente, Manena, (Francisca Walker) quien parece ser la única persona perturbada por las constantes desmesuras de su padre (dinamitar un lago, poner un cerco eléctrico).

Como toda familia latifundista, el padre se sirve de sus trabajadores, todos ellos de origen mapuche, para llevar a cabo sus proyectos, poniendo incluso en riesgo sus vidas. La indolencia que muestran estos latifundistas (el padre y sus amigos) respecto del valor de la vida y el respeto por la dignidad, es sin duda uno de los grandes aciertos de la cinta, que retrata los excesos de las clases pudientes y su sentimiento de impunidad frente a las comunidades y las instituciones. Los diálogos de la familia se mezclan entre lo banal, lo confuso y lo ridículo, con interpretaciones muy cercanas a esta realidad.

Por otro lado está la relación de Manena con los empleados de la casa, en especial uno de ellos, un joven trabajador que pertenece a las agrupaciones de resistencia. Él será la conexión para que Manena llegue a enterarse de la forma en que las decisiones de su padre afectan la vida de las comunidades.

Tomando los elementos del documental, la cinta es una obra observacional y reflexiva, llena de símbolos, en medio de los densos bosques cordilleranos de la Novena Región. La cámara pasa desde lo preciosista del paisaje a ser un testigo documental de las observaciones de Manena. Existen además muchos elementos simbólicos, en un paisaje brumoso donde nada es cien por ciento lo que parece y todo está lleno de contradicciones: un joven artista en medio del bosque, pintando cuadros realistas de estilo Europeo; Una madre burguesa, totalmente ajena al paisaje y prácticamente alcohólica, un joven mapuche que apoya a las comunidades Mapuche pero es capaz de dinamitar el lago y esconder la evidencia; un padre querendón, a veces indolente e incapaz de comprender y respetar la naturaleza.

Said no ha ido a meterse a las comunidades ni a reflejar su cosmovisión, quizás por la complejidad que ellos significa viniendo desde una cultura ajena a la Mapuche. El preciosismo con que trabaja la imagen de la naturaleza viva es quizás su forma de representar el respeto por la naturaleza y la vida en contraposición con las decisiones más occidentales de modificar tierra y paisaje. No es necesario, por tanto, realizar una apología del Pueblo Mapuche, ya que son las mismas acciones y contradicciones las que muestran la complejidad del conflicto y los desniveles de poder que allí existen. En la cinta de Said no hay héroes ni villanos, sino diferentes visiones en pugna, sin un lugar común de encuentro.

veranopeces

El estilo de Said podría compararse con el de Lucrecia Martel en Argentina, retratando universos complejos, llenos de contradicciones producto de las diferencias culturales y de clase en países latinoamericanos como los nuestros. El retrato de la burguesía de ambas directoras es sin duda uno de los mayores logros, con códigos que nos llevan desde la rabia a la risa.

La narrativa de Said se mueve lentamente a través de los descubrimientos de Manena y de su despertar a la adultez y al amor. Es además una lenta representación de la vida, del despertar a la conciencia, con sus dolores y contradicciones, en un mundo que parece incomprensiblemente injusto.

PIlar Gil Rodrigo