El vals de los inútiles (Edison Cajas, 2013)

Al calor de las marchas del 2011 la frase “una manga de inútiles subversivos” sintetizaba no sólo la lógica política del gobierno de turno, sino también el aparato policial y administrativo del Estado en contra de los movimientos sociales y la crítica de fondo que se estaba realizando al modelo educativo. Recordemos que la frase fue realizada por un político de derecha y fue también re-apropiada y re-significada de forma estratégica, como identidad política contra el gobierno de turno. Como palabra, “inútil” podría leerse en una dimensión afectiva, es decir, como un adjetivo que de pronto genera una comunidad política, un signo que codifica y encadena una serie de demandas y cuyo fondo semántico es menos relevante que lo que produce en términos de articulación.

El Vals de los inútiles podría leerse como un filme documental que interpreta y filma esta dimensión afectiva y unificante de lo simbólico que gira en torno a cierto sentimiento colectivo de las marchas del 2011. Es importante que quien está filmando se enuncia desde “adentro”, esto quizás pensando en del documental Propaganda (Colectivo Mafi, 2014) que inevitablemente se sitúa como antecedente sobre el clima político de los últimos años cuya opción es suspender la militancia para proponer un discernimiento: las imágenes debían hablar por sí mismas. El filme de Edison Cajas está más cerca de La revolución de los pingüinos (Jaime Díaz, 2008), aunque a diferencia de éste,  El Vals esquiva la crónica social para sumirse completamente en la dimensión evocativa de las imágenes.

El gran problema de El Vals de los inútiles es justamente este: su intención evocativa y no explicativa. Al interior de su montaje se presuponen una serie de valores, sentimientos y significados que en el ámbito meramente concreto del relato no están presentes: se presentan dos personajes al inicio –un joven estudiante y un profesor de educación física– y solo uno de ellos adquiere relevancia por su testimonio y su compromiso con el movimiento presentado como “modelo ejemplar”. Se filman aspectos de la lucha social –la represión, la discusión misma sobre las marchas en el ámbito público y al interior de las tomas del Instituto, la dimensión injusta del sistema–, pero lo cierto que ninguno de esos aspectos se aborda en profundidad, queriendo producir un efecto de lo sentido donde la dimensión política como conflicto está mostrada pero no demostrada.

La suma de esto viene con el cierre, donde la música y un plano secuencia hermosamente filmado de un chico en bicicleta intentan suplir algo que en el propio relato no está entregando. Esta utilización de la música que pretende ensalzar un sentimiento o emoción – “fracaso”, “resistencia”– está presente durante todo el filme.

La dimensión demostrativa del documental no apunta a un modelo de argumentación clásico sino más bien a la dimensión justa de una imagen. El cine político intenta responder por vía del tratamiento visual, los materiales o incluso la dimensión evocadora, preguntas de relevancia sobe el orden simbólico de lo social. Un filme político, en definitiva, no solo levanta épica o construye modelos ejemplares bajo un dudoso esquema moral, si no que argumenta –con sus herramientas– una discusión ideológica entre partes e implicados, en el cual el tratamiento cinematográfico es también parte implicada.

En definitiva: puede comprenderse El Vals de los inútiles como un documental poético y expresivo en torno a las marchas del 2011, que busca empatizar y evocar con su dimensión afectiva y social. Posee un registro privilegiado de materiales, un trabajo visual cuidado y una utilización de la música insistente en realzar significados. Sin embargo al momento de producir un discernimiento y una comprensión política creemos que se queda en la sentimentalidad y en una dimensión estetizante de su tratamiento.

 

Iván Pinto