Bohemian Rhapsody: The Great Pretender

“You brought me fame and fortune and everything it goes with it…”

El proyecto de biopic hollywoodense sobre la vida del mítico Freddie Mercury llevaba años suspendido entre acuerdos legales y disputas “creativas” de familiares, ex-compañeros de banda y grandes estudios. La posibilidad de revivir la figura de Mercury en la pantalla grande tenía un potencial de atracción evidente para el cine industrial. Mercury había sido el encargado de reconciliar la pomposidad del rock progresivo de comienzos de los setenta con el glamour y ambigüedad sexual de Marc Bolan y David Bowie. Todo lo relacionado con Queen se resumía en las dialécticas que la imagen pública de Mercury encarnaba: entre los pasos de ballet y la estridencia rockera de su rango vocal, entre la hipermasculinidad de las gorras de cuero y sus estrafalarios atuendos a lo Liberace, entre las pretensiones de “democratizar” la ópera y la vulgaridad del rock pesado.

La presencia escénica de Mercury, admirador apasionado de Marlene Dietrich y Elvis Presley, proclamaba una distancia radical con las performances de gente como Jimi Hendrix (a quién, sin embargo, también admiraba). Lo que Queen entregaba en el escenario no guardaba semejanzas con la figura del artista que se “desnuda” frente a su audiencia. El espectáculo montado por la banda y liderado por Mercury era una estudiada puesta en escena que robaba tanto del teatro como de la danza con el fin declarado de entretener masivamente. Con canciones como “Let Me Entertain You” o “We Will Rock You”, himnos del meta-espectáculo, las intenciones del grupo quedaban explícitas. El intercambio entre Queen y su audiencia era honesto y provocador: la canción que estaban comprando era mucho más producto que arte. Después de bandas como Queen la prensa musical empezó a reemplazar la noción de concierto por la de “espectáculo” para siempre.

Una biopic de Mercury es, en apariencia, una jugada obvia. Las biografías de estrellas se organizan en el cine para que cada momento se convierta en otra pieza más del espectáculo. Desde Ray (Taylor Hackford, 2004) hasta Nowhere Boy (Sam Taylor-Wood, 2009), la biopic musical organiza un viaje hacia el estrellato que, de alguna manera, se encontraba predestinado en la vida del artista. El primer intercambio de miradas entre Morrissey y Marr, o las primeras conversaciones entre Johnny Cash y June Carter, se muestran como momentos en que el ambiente se “congelaba”, como si todo el mundo supiera que se trataba del comienzo de algo más grande. La biopic musical indaga y exagera en los relatos de la fama, aquella narrativa que nos hace pensar en el artista como un ser venido de otro planeta, como bien postuló Daft Punk con sus marcianos en Interstella 5555 (Varios directores, 2003).

La vida de Freddie Mercury encaja tan perfectamente dentro de esta narrativa que, sin embargo, termina por revelarla. Cuando la prensa intentó escarbar en los detalles de sus famosas fiestas-orgía, él mismo se encargó de registrar uno de sus cumpleaños para incluirlo en el videoclip de “Living on My Own”. La indistinción entre la vida privada y pública era uno de los proyectos del cantante. En entrevistas hablaba de cómo la música había sido solo un camino para alcanzar el objetivo más grande de conseguir fama y fortuna. En canciones como “The Millionaire Waltz” o “Good Old-Fashioned Lover Boy”, Mercury jugueteaba con su carácter codicioso al mismo tiempo que revelaba cierta nostalgia por una aristocracia inglesa que glorificaba el derroche. La pieza que interpretó, a modo de despedida, se tituló “The Show Must Go On”. Freddie encarnó, junto con Bowie, el nuevo estatuto de lo espectacular en los setenta.

Bohemian Rhapsody

 

Is this the real life?

En Bohemian Rhapsody, la historia de Freddie Mercury (Rami Malek) y Queen se cuenta como el camino recorrido desde el encuentro entre el cantante y Smile (banda anterior de Brian May y Roger Taylor) y la recordada presentación de Queen en el multitudinario Live Aid en 1985. En paralelo al relato de estrellato de la banda vemos los conflictos culturales que Mercury (originalmente apellidado Bulsara) mantiene con su familia y la crianza en el zoroastrismo. Además de las rencillas religiosas, la película relata su relación con Mary Austin (Lucy Boynton) y el momento de quiebre con la banda a mediados de los ochenta.

Varias críticas han apuntado a que las fallas de la película se relacionan con la incapacidad de Bryan Singer para retratar más íntimamente a Mercury y al resto de Queen, quienes quedan completamente opacados por el cantante. Sin embargo, el problema está quizás en la misma pretensión de intentar un retrato del Mercury más “íntimo”. Fanático de las superficies, dejó pocas posibilidades para una lectura más profunda de su vida privada. Mientras que las fiestas y excesos de droga formaron parte de sus videos y entrevistas, los documentos de su vida doméstica junto a Jim Hutton enseñan a un amante de los gatos que gustaba de descansar en casa junto a su novio. ¿Cómo se cuenta la cara “verdadera” de quien se fundió con el espectáculo?

En Velvet Goldmine (1998) y I’m Not There (2007), Todd Haynes jugueteaba con la imposibilidad de hacer una biopic lineal de David Bowie y Bob Dylan, respectivamente. Más que un retrato en “profundidad” de David Jones y Robert Zimmerman, las películas de Haynes funcionaban como un retrato de la relación lejana que mantenemos, como audiencia, con esta clase de ídolos. Velvet Goldmine muestra que, incluso después de “conocerlos” en persona, resulta imposible dejar de observar a personajes como Bowie desde abajo, como si estuviéramos viéndolo a través de una ventana.

En Bohemian Rhapsody se intenta indagar en los conflictos íntimos que definieron la personalidad poliédrica de Mercury antes de convertirse en ídolo. En un par de escenas, el rechazo de los padres de Freddie a su adopción sumisa de la cultura inglesa, en primer lugar, y a sus relaciones homosexuales, posteriormente, buscan exponer las contradicciones que le llevaron a adoptar una personalidad frágil y solitaria. Su tardío despertar sexual, según nos muestra Singer, lo lleva a perderse en una serie de fiestas y amantes que solo acentúan la soledad del millonario artista recluido en su mansión.

El reverso a la situación de Mercury planteada por Singer es evidentemente conservador. La tristeza del solitario ídolo se contrapone a la estabilidad emocional que goza el resto de los miembros de Queen, todos casados y con hijos. Hacia el final de la película se sugiere una esperanza para Freddie: el encuentro con Jim Hutton, quien sería su novio hasta el final de su vida. Con esto se establece una relación casi directa entre la promiscuidad y la soledad, en contraposición de la segura compañía de la monogamia.

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Aquella no es la única clase de reconciliación propuesta por la película. Justo cuando se introduce una fricción interesante entre la homosexualidad de Mercury y la cultura rockera de los miembros de Queen, la selección del Live Aid como momento cúlmine del legado de la banda permite solucionar todos los aspectos que podrían resultar conflictivos de la vida del cantante. El famoso concierto “por África” organizado por Bob Geldof permite “perdonar” los excesos de codicia del grupo. La unión solidaria que autoriza el espectáculo de la caridad televisiva funciona como una herramienta para borrar el resto de los conflictos enunciados durante la película: la familia Bulsara mira la televisión con orgullo, aceptando al mismo tiempo la música y sexualidad de su hijo, mientras que la banda se reconcilia de manera definitiva con Freddie al enterarse de su enfermedad. Existe algo particularmente siniestro en utilizar el Sida como elemento conciliador cuando, como sabemos, la muerte de Mercury sería otro recordatorio de un conflicto irresoluto.

Lo mejor de la película se relaciona, de manera esperable, con la manera en que van administrando los distintos hits de Queen. Los momentos de mayor ingenio combinan fragmentos de archivo real con archivo simulado. Ver a Malek replicando cada expresión de Mercury en la presentación de “Killer Queen” en Top of the Pops sirve para reflejar la curiosa mezcla de consciencia e ignorancia que poseía el frontman respecto a las imágenes que estaba generando. Cuando vemos a Mercury/Malek juguetear con los camarógrafos del Live Aid se reafirma esta mezcla administrada por el cantante: entre una relación demasiado controlada con los medios masivos y un carisma y naturalidad propios que se le “escapaban” a Mercury en cada entrevista.

A pesar de estos destellos de virtud, Bohemian Rhapsody organiza un relato demasiado consensuado, que denota la producción y supervisión atenta de los ex-Queen Roger Taylor y Brian May. Cómo sucede a menudo cuando los protagonistas controlan su propio relato, la síntesis resultante es demasiado perfecta. Los momentos seleccionados por Singer nos dejan con una sensación de haber hecho un recorrido por Wikipedia. Apenas un repaso ligero por los hitos que marcaron a la banda.

 

Nota comentarista: 5/10
Título original: Bohemian Rhapsody. Director: Bryan Singer. Guión: Anthony McCarten. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Edición: John Ottman. Reparto: Rami Malek, Lucy Boynton, Ben Hardy, Joseph Mazzello, Gwilym Lee, Mike Myers, Tom Hollander. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 134 min.