Yo no me llamo Rubén Blades: Blades, el narrador

Por María José Yaksic

Para Cristian Pacheco Guzmán

Filmar un documental sobre tu vida como un testamento y no verlo. Narrar tu historia para evitar que otros lo hagan por ti cuando mueras. Mostrar la ficción de un hombre común cuando la fama solo te hace gravitar en la órbita de la excepcionalidad. Yo no me llamo Rubén Blades, del panameño Abner Benaim, es una atadura de las luces, enigmas y contradicciones que atraviesan medio siglo de carrera de esta figura crucial de la salsa. Recién estrenada, y exhibida durante esta semana en el Cine Arte Alameda, ya ha recorrido varios festivales y, como era de esperarse, despertado el interés de espectadores y de la crítica.

Un multifacético, un polemista, una leyenda en vida con 40 discos, 17 premios Grammy, películas y series actuadas, y un conjunto interminable de canciones suyas aún en curso. “Tú eres el desconocido más popular que yo conozco”, recuerda Blades entre risas que le dijo García Márquez una vez por teléfono. "Puede que sepan que escribiste Pedro Navaja pero nunca te han visto, o saben que eres actor pero no saben que eres cantante, o saben que eres actor y cantante pero no saben que te graduaste de abogado". Rubén Blades comenzó su carrera como asistente en el correo del emblemático sello Fania Records, fundado en 1963 en Nueva York por el flautista dominicano Johnny Pacheco y el abogado Jerry Masucci; un sello que en medio del Spanish Harlem reunió a la expresión más estridente de la diáspora caribeña en el norte e instaló la salsa de “El barrio” a nivel mundial. Con figuras como Héctor Lavoe, Willie Colón, Cheo Feliciano y posteriormente Celia Cruz, produjo un remezón en la escena contemporánea de la música popular al poner en circuito comercial las voces más cosmopolitas del gran Caribe, con miles de discos vendidos y exitosas giras internacionales, que fueron difundidas en los setenta como las Fania All-Stars. Con solo 25 años y con una carrera todavía desconocida, Blades confiesa haber sido consciente de que ese era su lugar. Por eso lo buscó.

Fania Records producía principalmente música bailable, ritmos que dialogaban con el son cubano, el chachachá y el mambo, y que hacían de esa herencia un prodigioso espectáculo que llenaba teatros, ganaba diariamente fans y devolvía lo masivo a lo popular desde una de las capas culturales, hasta ese entonces, menos señaladas de la industria discográfica estadounidense. Este año se cumplen cuatro décadas del lanzamiento de Siembra (1978), obra maestra de la salsa y consolidación de la carrera de Rubén Blades en dupla con Willie Colón. Pero Siembra no es solo de esos discos que confunden su origen y que no se pueden escuchar parcelados, también es el mejor ejemplo de cómo esa distopía cosmopolita politizó la salsa. Es un disco que rompe con las propias coordenadas de su contexto de producción para volverse simultáneamente bailable y crítico. Es también un disco-crónica, un disco cinematográfico en que Blandes irradia su autenticidad como narrador. De allí en más suma una larga lista de éxitos y colaboraciones que exhiben la trayectoria ejemplar de un Blades que nunca dejó de prometer. No solo en dupla con Colón -con quien lanzó después Maestra Vida (1980) y Canciones del solar de los aburridos (1981)-, sino también en solitario: porque canciones como “Pedro Navaja”, “Plástico”, “Pablo Pueblo” o “Te están buscando” se oyen y se bailan todavía con una actualidad que asombra. Y quizás allí resida la fuerza de Blades: en ser un narrador de nuestra época, sudaca y neoyorquino a la vez, una cantera inagotable de relatos que se resisten a su propia obsolescencia en medio de la industria cultural. Y más allá de la autoría, un narrador que reúne experiencia y colectividad, “la fortaleza que tenemos como grupo”, como sostiene.

Yo no me llamo Ruben Blades

Yo no me llamo Rubén Blades es un documental con una locución en perspectiva, coreado y cantado por otros. Pero también uno con desplazamientos y con pausas que a veces se logran y otras no. Estamos ante el encuentro fortuito y quizás virtuoso entre los deseos de una figura mayor que quiere dejar un testamento audiovisual y un director-fan que pareciera no salir nunca de la hipnosis que le provoca el imaginario narrativo del ídolo. Porque ¿cómo sortear la apología de una figura del tamaño de Blades? ¿Cómo montar el testamento con un pasado que es plenamente vigente? Blades es un mito en vida, y el documental, sin duda, una hagiografía de su persona. Benaim no lo oculta. Y probablemente lo más interesante de ello esté en el diálogo que esa hagiografía puede establecer con un cine panameño actual, con las miradas sobre ese territorio de enclave, arqueotípico del necolonialismo contemporáneo. Un cine que además pone en la pantalla las tensiones de ser de aquí y de allá, mitad gringo mitad panameño. Por cierto, hay silencios conscientes, y no se concede espacio a las grandes polémicas, por ejemplo, con Willie Colón, con la derecha y la izquierda latinoamericanas. No hay lugar para los rivales, a pesar de que el mismo Blades solicitara al director lo contrario.

Yo no me llamo Rubén Blades muestra una suerte de épica, pero una que ronda quizás menos maniquea, con menos obstinación, que la lanzada por Maduro en 2017: “Yo soy Pablo Pueblo, Rubén Blades, ¿oíste? Y yo no sé si tú eres Pablo Rico ahora y te olvidaste de tus raíces”. Para Benaim, si Blades es un verdadero Pablo Pueblo o bien un Pablo Rico no importa, y eso es bueno. Porque al final de todo seguiremos coreando con el narrador: “no te dejes confundir, busca el fondo y su razón, recuerda se ven las caras, pero nunca el corazón”.  

 

Nota: 8/10

Título original: Yo no soy Rubén Blades. Dirección: Abner Benaim. Guión: Abner Benaim. Fotografía: Mauro Colombo, Gaston Girod. Montaje: Felipe Guerrero. País: Panamá. Año: 2018. Duración: 85 min.