XXXIX Festival Cine UC (5): P’tit Quinquin (Bruno Dumont, 2014)
Esta miniserie de cuatro capítulos presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes como un film de largo metraje llamaba la atención de quienes conocen el cine de Dumont por asociar a su nombre al genero de la comedia, y no es menor debido a que su filmografía marcada por su oscuridad temática nadie hubiera pensado que podría surgir una comedia. Desde su opera prima La vie de Jesus (1997), pasando por la crudeza hiperrealista de L’ Humanite (que le valió la palma de oro en Cannes el año 1999) lo monstruoso y místico de Hors Satan (2011) hasta la belleza inquietante de Camille Claudel 1915 (2013) Dumont ha construido una filmografía en torno al límite donde se eclipsa la razón del hombre, donde la humanidad pende de un hilo, acaso místico o espiritual, de caer al abismo y tornarse totalmente monstruosa. Ahí es donde esta miniserie se presentaba como un revelación en el cine del autor catalogado dentro del llamado Nuevo Extremismo Frances (Claire Denis, Gaspar Noé, Catherine Breillat).
La historia nos muestra un pueblo del norte de Francia donde Quinquin, este niño travieso que da el nombre a la serie, hijo de una familia de campesinos, comienza a disfrutar sus vacaciones de verano acompañado por su grupo de amigos y su amada vecina Eve. Montados a bicicleta pasan el día buscando con que divertirse y matar el tiempo. Rápidamente este grupo de niños se topa con la otra dupla protagonista de la serie compuesta por dos peculiares, absurdos e ineficientes -pero absolutamente entrañables- detectives: Van der Weyden excéntrico general de Gendarmería, lleno de tics tanto faciales como corporales y Carpentier detective local con tendencias a caer en un romanticismo filosófico con una llamativa, circular y acrobática manera de conducir el auto policial. Ellos encuentran en primera instancia una vaca muerta dentro de un bunker de la segunda guerra mundial que la autopsia arroja que cargaba con restos humanos en su interior. Con este primer cuerpo descuartizado de una mujer se abre una investigación policial, de la cual lo más distraídos parecen ser justamente ambos detectives, que comenzará a complicarse a medida que comienzan a desatarse una serie de asesinatos en cadena.
Lo que inicia como una investigación policial por la búsqueda del asesino de esta mujer se disuelve en el devenir de los detectives, las piruetas al volante de Carpentier, los enamoramientos indebidos de Van der Weyden, las volátiles deducciones a las que llegan sus diálogos, los interrogatorios callejeros a los vecinos y posibles sospechosos que terminan en nada, etc.… pero solo se disuelve para concentrarse y decantar en esta banda de amigos, principalmente en Quinquin, quien pasa de ser el niño molesto que observa el trabajo policial y se burla de los detectives a convertirse el punto de giro de los asesinatos que suceden ya no solo ante sus ojos, en su pueblo, entre sus seres queridos, sino que termina apelándolo personalmente, convirtiendo a este niño con la nariz chueca, con la marca de labio leporino, travieso, ridículo, enamoradísimo, desde ese actor improbable con que abre el primer plano del film, en un personaje real, palpable, que a ratos te enternece, te provoca una risa desatada o te absorbe en sus reflexiones. A través de él percibimos con -cada vez menor- distancia y mayor escalofrío los consecutivos asesinatos del pueblo.
En esta autosaboteada tragicomedia sobre lo tremendo y oscuro que puede almacenar el tejido social de una comunidad rural- que termina resultando en una casi parodia al thriller policial, tomando toques altamente surrealistas- Dumont toca gran parte de las temáticas recurrentes de su filmografía como las relaciones familiares dañadas, las consanguineidades inquietantes, la trasmisión del mal, la muerte, enfermedad y locura, logra esta vez, manteniendo el cuerpo y el paisaje como sus ejes principales de la narración, ampliar su mirada sobre lo monstruoso de la humanidad añadiéndole la otra cara cómica, ridícula, absurda de la misma. Intensificando así, principalmente a través del personaje de Quinquin (a la cabeza un numeroso, diverso e inclasificable conjunto de personajes cada uno más querible e inolvidable que el anterior) los sentimientos reales de amor, consternación, curiosidad, culpa, llegando a un bella película sobre la condición humana como aquel péndulo entre lo trágico y lo cómico, entre el bien y el mal, entre la gracias y el demonio, entre el horror y la risa.
Un film inteligente en su comicidad con guiños tanto al cine mudo, y a Chaplin directamente a través la particular interpretación del detective Van der Weyden, como también realizando una parodia a las series de detectives que decanta en una reminiscencia a Twin Peaks, incluyendo cuestiones actuales y cotidianas como son el racismo y discriminación al interior de Francia, la cultura pop, el bullying infantil, la inmigración.
Una serie/película en que Dumont logra manteniéndose fiel a sí mismo, y a su cine, darnos un tremenda cuota de comedia, más sincera y real de la que estamos acostumbrados. P’tit Quinquin parece de este modo no solo concentrar y resumir su filmografía sino que demuestra una madurez desde la cual se expande la potencialidad de su trabajo, que ya había dado un giro al trabajar con Juliette Binoche en Camille Claudel 1915 saltándose su política de trabajo con actores no profesionales, que no hace más que potenciar su filmografía anterior y abrir los limites imaginables de su trabajo futuro. Este pequeño Quinquin se erige como uno de los mejores filmes que trajo el XXXIX Festival de Cine UC.
Vanja Milena