Wifi Ralph: Post-collage animado

Obsolescencia programada (del relato)

Desde el estreno de ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Robert Zemeckis, 1988), las películas animadas de Disney han ido alternando entre la creación de personajes originales y la combinación de personajes de narrativas preexistentes. Roger Rabbit, la obra collage de Disney por excelencia, imaginaba un espacio paralelo meta-hollywoodense en el que caricaturas de diversos estudios podían coincidir dentro de un mismo universo. Parodiando la historia del cine negro de paso, la película de Zemeckis marcó una tendencia hacia la apropiación de géneros y personajes heterogéneos en el cine de animación.

Películas posteriores como El extraño mundo de Jack (Henry Selick, 1993) o Hércules (Ron Clements y John Musker, 1997) no funcionaban como crossover de personajes, pero llegaban a una conclusión similar: Las fórmulas de Disney estaban tan memorizadas por la audiencia que el estudio podía dedicarse a referir a sus propias fórmulas. Ya sea en una lectura “oscura” del relato navideño, o en una versión ligera e infantilizada de un mito griego, Disney se ha burlado constantemente de las narrativas establecidas para, paradojalmente, preservarlas y mantener su impacto.

El punto más alto de la relectura de fábulas se dio con Shrek (Andrew Adamson y Vicky Jenson, 2001), clásico de DreamWorks que parodiaba y remixeaba distintos cuentos tradicionales europeos. La contradictoria fórmula aplicada en Shrek resultó ser certera: la constante mofa a los clichés de las narraciones infantiles permitió a DreamWorks dar una clausura del todo clásica a la película -incluyendo un héroe rescatando a la princesa de un castillo- sin que esta se sintiera como tal. Algo similar ocurriría después con Enredados (Byron Howard y Nathan Greno, 2010) y Frozen (Jennifer Lee y Chris Buck, 2014), dos cintas que se burlan del arquetipo de la princesa para, finalmente, reutilizarlo en las escenas finales.

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Ralph, el demoledor (Rich Moore, 2012) trasladó esta idea de collage animado al mundo de los videojuegos. La cinta presentaba a los personajes de los juegos virtuales como peones que se presentan al trabajo en el momento en que el juego se activa. Mientras el juego permanecía apagado, personajes de toda clase habitaban un mundo por detrás de la pantalla. Como en Toy Story (John Lasseter, 1995), la película presentaba un universo paralelo con vidas propias para los personajes de juego en su momento de inactividad. El mundo paralelo en Ralph, a diferencia del clásico de Pixar, se encontraba habitado por diversos personajes de franquicias reconocibles. Desde el erizo Sonic al villano M. Bison de Street Fighter, las múltiples referencias de Ralph, el demoledor servían como una entretención paralela a la trama, en la cual nos podíamos reír de las poco probables combinaciones de personajes famosos.

La primera entrega de Ralph aprovechaba la posibilidad de combinación de personajes que poseen algunos videojuegos como Super Smash Bros para realizar todo tipo de mezcla de universos narrativos. Como en Ready Player One (Steven Spielberg, 2018), de la que Ralph, el demoledor parece ser un precedente directo, las posibilidades de combinación de los mundos virtuales servían como excusa para llenar de referencias a películas y videojuegos famosos. Sin embargo, tanto Moore como Spielberg parecieran estar hablando de algo más que videojuegos.

A pesar de sus posibilidades de combinación, los videojuegos cuentan generalmente con mundos cerrados. La segunda entrega, titulada Wifi Ralph, parece confirmar esta idea de que la primera parte refería a otro tipo de experiencia. La multiplicidad de citas y la combinación ecléctica se hacen presentes nuevamente, pero esta vez pensadas a través del mundo del internet.

 

Montaje, hipervínculo

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Wifi Ralph comienza seis años después de que Ralph y Vanellope salvaron el juego Sugar Rush del malvado Turbo en la primera entrega. Sin embargo, el juego vuelve a estar en peligro. Después de que Ralph inventa una nueva pista secreta para divertir a Vanellope, la velocidad alcanzada por Vanellope provoca que el manubrio del juego se descomponga. Cuando el señor Litwak, dueño del lugar de juegos en el mundo “real”, descubre el precio del manubrio de repuesto, decide desactivar Sugar Rush para siempre. Frente a esto, Ralph y Vanellope deciden infiltrarse dentro de la recién instalada conexión de internet.

Si la primera entrega ya era un desenfreno intertextual, esta segunda parte prometía aún más referencias que la anterior. El internet como espacio, además, propicia de por si una tendencia a referencias actuales, marcando una diferencia con la cita retro ochentera que se practica en varias series y películas actuales. Si bien pareciera una diferencia pequeña, la referencia a elementos demasiado actuales es algo que muchas veces se evita en el cine. Una película como La red social (David Fincher, 2010) es, a pesar de su estética digital, un relato clásico que se centra más en los momentos previos a Facebook que en su impacto. Emoji: La película (Tony Leondis, 2017), por otro lado, causó un fuerte revuelo en redes a partir de su tráiler y premisa. Incluso antes de su estreno, la película se convirtió en un meme que significaba lo peor del cine. La aparición de los emojis como protagonistas causaba, por alguna razón, un rechazo inmediato.

Los adelantos de Wifi Ralph levantaron una preocupación similar. Las referencias a sitios famosos como eBay, Google o Instagram hacían que la película prometiera ser una mera publicidad de casi dos horas. Sumado a esto, la revisión crítica al arquetipo de la princesa Disney, contenida en el segundo tráiler, parecía más bien un lavado de imagen en medio de las acusaciones de acoso a John Lasseter (quien todavía figura como productor en esta y otras películas después de su publicitado despido). Por suerte, Wifi Ralph logra que la mayoría de los chistes en torno a la navegación en internet resulten familiares y divertidos.

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Wifi Ralph comienza, como otras animaciones de Disney, con un montaje extremadamente sintético de la relación de Ralph y Vanellope durante los últimos seis años. Lo interesante es que, a diferencia de otros montajes frenéticos del estudio, en este caso parece tratarse de una imitación de la asociación azarosa del hipervínculo. Una vez dentro de la internet, Ralph y Vanellope pasan rápidamente por diversos sitios, terminando muchas veces en lugares en los que no deseaban estar. El internet es, entonces, no solo un vehículo para la cita constante, sino una experiencia distinta del cine que termina por “contaminarlo”.

Como una versión menos sicodélica y más industrial de Summer Wars (Mamoru Hosoda, 2009), el internet se trata como un gran espacio abstracto en que cualquier lugar puede conectar con otro. Esto inclina a la cinta, lamentablemente, a la tendencia de Disney de incluir varias escenas de obstáculo cuando los personajes se acercan a su objetivo.

A pesar de esto, la historia de amistad de Ralph y Vanellope desarrolla una moral poco convencional para una película de Disney. A medida que la cinta avanza, el esfuerzo por encontrar el manubrio pasa a segundo plano frente a los deseos de Vanellope por quedarse a vivir en Slaughter Race, un juego de carreras de carácter más adulto que Sugar Rush. Los celos de Ralph y las ganas de contener a su amiga se convierten en el enemigo de la película. Sin adelantar el cierre, se podría decir que Wifi Ralph es una versión madura de La La Land (Damien Chazelle, 2016), a la que parece haber un guiño en una escena, y su dicotomía de amor contra deseos de vida.

Además de eso, la combinación de personajes en gráficas y resoluciones distintas, provenientes de distintos juegos, agregan cierto ingenio visual a un estudio que opta, generalmente, por caminos más conservadores. Sin alcanzar el nivel de las sagas de Pixar, se trata de una de las mejores secuelas concebidas por Disney.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Ralph Wrecks the Internet. Dirección: Rich Moore y Phil Johnston. Guión: Phil Johnston y Pamela Ribon. Fotografía: Nathan Warner. Montaje: Jeremy Milton. Música: Henry Jackman. Reparto: John C. Reilly, Sarah Silverman, Gal Gadot, Taraji P. Henson, Jack McBrayer, Jane Lynch, Alfred Molina. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 112 min.