Visages Villages (1) : La hipótesis narcisista
Algo que en principio no se encuentra en Visages villages (en adelante, VV): cómo financia JR sus obras. Sin embargo, no fue nunca Agnès Varda persona insensible a las condiciones económicas de sus protagonistas. Pero, al tratarse de arte, o quizá debido a la cercanía de la muerte, tantas veces nombrada, pareciera importarle otra cosa: la imaginación, como Varda herself comenta a alguien que pregunta sobre el sentido de una obra. La creación, no sus condiciones materiales.
¿Quién paga? ¿Paga la fábrica? ¿Pagan las ciudades o pueblos que se ven beneficiados de los murales cara al turismo? Tampoco se apunta apenas la relevancia comercial de las obras, y prácticamente solo a tenor del mural de la amiga tímida de Varda se permite saber su repercusión social, que en el resto se limita a los pocos personajes escogidos, habitualmente los mismos protagonistas de los murales, y quien pase por allí. No hace falta, pues, el parlamento de la cineasta: es evidente que se trata, una vez más en su cine documental, del arte como un modo de habitar los espacios, y aun la propia vida, no solo con las obras sino con todo lo que hay en torno a ellas. Y en VV debe notarse en este sentido que, pese a lo enorme de los murales, hay una cierta defensa del arte pequeño en tanto abarcador de un radio limitado, muy circunscrito a un lugar a veces escondido y a un número de personas reducido. Las obras de JR devienen así grandilocuentes pero modestas. Las ve más gente de lo que parece, y además queda el registro documental, ese asesino del gesto, pero no es esa la dimensión que se quiere destacar. Así, puede haber algo pueril en la gente que se hace un selfie junto a su propia imagen o se contempla agrandada en una pared, pero también hay algo que queda entre los dos y que los directores prefieren no atender, sí empero acotar. Esa imagen permite mirar, interrogar, cambiar, provocar (en el sentido más suave de la palabra) algo en quien mira y se relaciona con ella. Ese algo puede ser extremadamente trivial, pero no importa. VV reivindica exactamente esa dimensión. Más aún, la reivindica produciéndola (aunque sea dudoso decir que la trabaja más allá de esto): no se dice nada de la financiación porque lo que la película muestra es una producción levemente distinta de la habitual en JR, una específicamente producida para la película, y parte en consecuencia de su presupuesto (obtenido por crowdfunding a través de un montón de personas incluidas en los créditos iniciales: de nuevo, el arte vinculado a un número finito de personas).
Así, dos puntualizaciones: primero, VV no es un documental sobre la obra de JR, sino un documental hecho por este y Varda a partir de aquella, reubicada en lugares que no son los habitualmente visitados por el artista. Segundo: debe hacerse notar que la emoción, ese espacio creado entre el individuo y la imagen contemplada no es propiamente atendido, indagado, hasta que la persona no es sino la misma Agnès Varda.
Hay otro elemento de la obra de JR del que apenas se habla: el tiempo. Las obras de JR son efímeras, pero tampoco se dice nada al respecto. VV es una celebración de la obra, del hacer, y allí centra su mirada. No obstante hay una excepción, que permite apreciar (y recordar, dado que no se manifiesta mucho aquí) la astucia narradora de Varda: la única ocasión en que asistimos a la desaparición de una obra, es justo aquella procedente de una antigua fotografía de la cineasta, retratando a un viejo amigo, ya fallecido. La superficie la aporta además un antiguo búnker alemán, vestigio de oscuras ambiciones pasadas, derrumbado hace décadas. La instalación de este mural ha servido para, por primera vez, poner nombre a algunos miembros del equipo de JR y exponer sintéticamente la labor material implicada en el proceso, lo que agrava el hecho de que el fruto de tal trabajo apenas dure un día. “El mar siempre tiene razón”, dice Varda, sentada junto a JR en sendas sillas en la playa, mientras el viento convierte el suelo en un mar de arena, como si todo lo sólido iniciara un inexorable proceso de disolución. Esta imagen no es nueva: la hemos visto hace poco, un flashback en el que JR, exultante de juventud, corre en moto sobre esa misma niebla de arena, afirmando su poder sobre esa realidad trémula; ahora esa imagen está en cambio impregnada de la certeza de la mortalidad. Varda fantasea que el viento va a borrarles a ambos en ese mismo instante y la película nunca podrá terminarse. Un plano último les muestra desapareciendo del plano y del espacio, ese tipo de trucaje sencillo que genera sentimiento lúdico: aún luciendo tristeza, Varda sigue jugando. El otro momento triste, el famoso final (no daré datos por si algún afortunado/a aún lo ignora), verdadero o falso, tampoco elimina el juego y permite el advenimiento del callback que todos esperábamos, resuelto con la sencillez y simpatía a que Varda nos tiene acostumbrados.
VV está hecha entre dos personas, y no cabe dudar de ello, por mucho que sea Varda la cineasta importante y su peso mayor, así que para que no haya dudas de la labor común ambos se escenifican a sí mismos como personajes. Artistas los dos, amantes al parecer de hablar sin más con quien quiera responder (aunque Varda añade el interés por los animales), aprovechan sus diferencias para presentarse como un dúo cómico, una suerte de Laurel y Hardy distinguidos ahora por altura y edad, por el contraste entre la vitalidad y humor retador del joven y el ingenio, aliado a la melancolía (que no tristeza) de la anciana. No sé cómo será JR, pero la Varda que conocemos opta por potenciar y destacar los rasgos melancólicos de su personalidad, sin duda para marcar la diferencia respecto a su partenaire y construir una película que se mueva en constante vaivén entre vida y muerte, o creación y pérdida. Por lo demás, ella claramente ama la juventud y a JR le gustan los ancianos. Hacen buena pareja y en ocasiones se bromea con que lo sean, de hecho el comienzo daría para una simpática comedia romántica y hay un momento en que incluso se escenifica una discusión. Y esta es la palabra: escenificación.
Varda y JR son tipos. La película hace manifiesto cómo ambos son artistas con una estética personal, esto es: con una imagen personal, identificable a simple golpe de vista. La vitalidad y la melancolía, sí, pero también la anciana y el joven, el alto y la baja, el veloz y la lenta. Ella con su eterno peinado, ahora en dos colores ordenados horizontalmente, él con su sombrero y gafas negras. Este carácter de personajes es espoleado por la reiterada presentación de los dos cuerpos sentados, filmados de espalda, tan netamente distinguibles, hablando de esto y de aquello recortados sobre el fondo. VV no es solo, así, una película hecha por dos personas, sino una película donde también estas se ponen en escena a sí mismas.
Esto no es raro en Varda, y VV pareciera culminar una tendencia: si en Los espigadores y la espigadora (2000) grababa sus manos y su cuerpo en plano detalle, y aquello que veía e imaginaba, en Dos años después (2002) aparece reiteradamente ante la cámara como protagonista en plano general de su propia película, y más aún, por supuesto, en Las playas de Agnès (2008). Hay un momento incómodo, así, donde suceden dos cosas: que Varda se hace famosa y sus encuentros con los demás ya no son del todo los de una igual, y que ya no hace películas desde ella sino sobre ella, o mejor dicho, si Varda miraba su mundo valorizando ese mirar sin necesidad de mostrarse mirando, tal poder parece desaparecer a partir de Dos años después, y pareciera haber en sus películas dos miradas: la de Varda y la que mira a Varda. Y ambas, debe decirse, con talentos muy desiguales.
VV muestra la labor muralística, pero no la cinematográfica. No el juego específico del cine. Por supuesto, no hay deber de ello, pero es sintomático de cómo, en el momento en que precisamente más empieza Varda a tomarse a sí misma como tema, a raíz del enorme éxito de Los espigadores y la espigadora, su cine deja de mostrar cómo hace las cosas para solamente mirar a la persona que las hace, no siendo ya ni el mundo ni el arte los lugares de la imaginación y el encuentro, sino Varda misma (aquí, con la adición de JR). Y quizá por ello son tan breves, tan sumarias, tan circunstanciales, todas las intervenciones de los diversos entrevistados, incluidas diríase por motivación principalmente cuantitativa: su función no es la de hablar, la de dar algo a conocer. Su sentido en la película no radica en lo que dicen o hacen, sino en ser meros índices de la espontaneidad y el encuentro que los realizadores reiteran como sentido de su labor. El problema es que, en el modo en que VV nos muestra a Varda y JR mirando al mundo, todo acaba reduciéndose a Varda y JR mirándose a sí mismos mirar, de tal modo que el encuentro no permite encontrar nada y la película deviene finalmente nítido dedo señalando un mundo desenfocado.
Nota comentarista: 6/10
Titulo original: Visages Villages. Título de estreno en Chile: Rostros y Lugares. Dirección: Agnès Varda, JR. Guión: Agnès Varda, JR. Fotografía: Roberto De Angelis, Claire Duguet, Julia Fabry, Nicolas Guicheteau, Romain Le Bonniec, Raphaël Minnesota, Valentin Vignet. Edición: Maxime Pozzi-Garcia, Agnès Varda. Música: Matthieu Chédid. Reparto: Agnès Varda, JR, Jeannine Carpentier, Clemens van Durgern, Marie Douvet, Jean-Paul Beaujon, Nathalie Schleehauf, Vincent Gils. País: Francia. Año: 2017 Duración: 94 min.