Tyrel: Dinámicas de un racismo sin violencia y una violencia sin racismo

Silva pareciera recrear este escenario para manipular y condicionar nuestra disposición con los personajes, que separa rápidamente a Tyler del círculo para luego esperar el inminente chiste hiriente o prepotente. Las bromas homofóbicas por tener que compartir cama durante la estancia no tardan en llegar, lo que nos hace pensar que pronto podrían aflorar las bromas racistas. Pero estos chistes juegan con el límite de lo tolerable y nos hacen dudar, permanecer en un limbo de constante evaluación.

Tyrel, la última película del realizador chileno radicado en Nueva York, Sebastián Silva, fue estrenada el 17 de diciembre a través de la plataforma online del Cine Arte Alameda. La película ha llegado a Chile con dos años de retraso, por lo que su contexto se sitúa junto a la incipiente llegada de Trump al poder, elemento que en el transcurso de la película será crucial para abordar el racismo desde una perspectiva particular, y toma valor con las complejas situaciones de violencia racial vividas hace sólo meses en EEUU. Desde lo cotidiano, el film sirve de reflexión en tiempos en que la gran masa adhiere a los discursos anti-racistas, levantando una bandera con consignas tales como Black Lives Matter, reflejos, quizás, de un incómodo desequilibrio entre el anhelo de un bien común ya consensuado y una deuda histórica que pareciera estar lejos de saldarse.

El título de la obra, Tyrel, se esboza con un error ortográfico para presentarnos al protagonista de esta historia, Tyler (Jason Mitchell), un hombre afroamericano treintañero y católico que asiste al cumpleaños de su amigo Johnny (Christopher Abbott), que se celebrará en la casa de Eli (Michael Zegen), un amigo de nacionalidad argentina, en medio de la nieve y la montaña. Una instancia íntima de tres días y con un número de invitados reducido, en la que algunos asisten desde el primer día, otros llegan durante la tarde y otros al segundo día. Pero en estas bienvenidas los patrones se repiten, y el universo de personajes es acotado tanto para los ojos de Tyler como para los del espectador: masculino, blanco y ateo.

Las dinámicas sociales se presentan con una fluidez que evidencia un trabajo actoral y de cámara en mano, simulando la intromisión de esta y un registro de situaciones espontáneas que esconden y camuflan la presencia de un guión. Una progresión narrativa a base de pequeñas conductas sin mucha correlación, como una fiesta absorbida por los chistes de mal gusto y por el alcohol que todo lo perdona. Sentimos la incomodidad de Tyler porque la puesta en escena también lo es. Una cámara inquieta, cerrada y desencuadrada, con cortes abruptos en el montaje y un audio un tanto desnivelado de conversaciones interrumpidas. Volvemos recurrentemente a ver el rostro silencioso y observador de Tyler que, al igual que nosotros, no sabe nada de la biografía de estas personas más que sus roles dentro del círculo de amigos: “el payaso”, el amigo cumpleañero, el inmigrante argentino y dueño de casa, el más viejo y “atento”, el “exitoso y excéntrico”. Ninguno con la intención de presentarse ni conocer aspectos de la vida de Tyler, pero sí de tratarlo cómo uno más.

Silva pareciera recrear este escenario para manipular y condicionar nuestra disposición con los personajes, que separa rápidamente a Tyler del círculo para luego esperar el inminente chiste hiriente o prepotente. Las bromas homofóbicas por tener que compartir cama durante la estancia no tardan en llegar, lo que nos hace pensar que pronto podrían aflorar las bromas racistas. Pero estos chistes juegan con el límite de lo tolerable y nos hacen dudar, permanecer en un limbo de constante evaluación. Para ser justos hay que juzgar cada palabra, cada tono y cada gesto, y a la vez discernir qué comportamiento se debe o se quiere adoptar, lo que se vuelve agotador para Tyler y para el espectador. Pero la sutileza del director está en poner en la palestra quién tiene más arraigada esa prepotencia, ese rechazo al otro, o quién es responsable de aquella incomodidad. Lo cierto es que mientras avanzan los minutos nos damos cuenta que esta pregunta no excluye a Tyler; y es que, en definitiva, aquella discriminación feroz que estabamos condicionados a que lo golpeara nunca llega, y todo se vuelve un espejismo de trabas mentales y sociales del propio invitado.

Como se puede advertir al analizar la filmografía de Sebastián Silva, (La nana, Nasty baby, entre otras) las temáticas que aborda no tendrían su profundidad o coherencia si no fuese por la especificidad del nicho al que hace referencia, siempre acorde a su propia realidad biográfica. En Tyrel, nos enfrentamos a una clase acomodada, progresista, anti-Trump, anti-catolicismo. Valores que advierten que el racismo puede estar presente, a pesar de las meras intenciones, en los clichés que imperan en ciertos grupos privilegiados. Al segundo día llega el excéntrico Alan (Michael Cera), quien trae a la casa un muñeco de Donald Trump para boicotear y romper. Es entonces cuándo Tyler, quién solía abstenerse de participar en los juegos grupales, es incitado a pegarle a la figura de Trump “por racista”, a lo que se niega cordialmente, no porque no tenga rabia, no porque busque la paz, simplemente no es su lugar elegido para el ajusticiamiento.

Esta escena es ejemplificadora de la pugna invisible para este grupo de amigos, que al no tener más herramientas cae en una suerte de apropiación con una incomodidad naturalizada. ¿Cuál es su nivel de responsabilidad al dominar la escena en un cumpleaños íntimo y de saber cuándo reír, cuándo callar, cómo pelear y cómo perdonar, frente a un otro que no lo logra, que está lejos de desenvolverse de la misma forma? ¿Cómo se deconstruyen esas sutilezas creadoras de relaciones jerárquicas que tiene siglos de existencia? Sebastían Silva, con el recurso a su favor de ser un extranjero en el país expuesto a esta pugna racial por excelencia, supo observar con distancia este fenómeno en las relaciones en su propia clase social, y transportarnos a esta incomodidad latente y normalizada, acompañado de un elenco preciso y fiel a este retrato de caracteres prototípicos.

Jason Mitchell en el papel protagónico nos conduce magistralmente a las zonas subjetivas de un hombre racializado. La mirada ya no está exclusivamente en las conductas hegemónicas, sino que en la reacción de Tyler ante la ausencia de estas. En sus paranoias, en su violencia que brota por los costados de la madurez emocional y en sus actitudes indescifrables para con su amigo. A pesar de seguir todos sus pasos, nunca lo conocemos realmente: sólo sabemos que tiene una familia católica, una suegra con diálisis que deterioró su matrimonio y que ese fin de semana quería estar lejos de su casa, pero nunca lo vemos ser él, sino escapar de él. Destaca así la honestidad sin pretensiones de la película, al ir en busca de lo que probablemente se desconoce, con el cuidado por no adoptar un retrato paternalista y, finalmente, en asumir la propia supremacía blanca del director.

 

Título original: Tyrel. Dirección: Sebastián Silva. Guion: Sebastián Silva. Fotografía: Alexis Zabé. Reparto: Jason Mitchell, Caleb Landry Jones, Michael Cera, Christopher Abbott, Michael Zegen, Philip Ettinger, Roddy Bottum. País: Estados Unidos. Año: 2018. Duración: 86 min.