Titane: Todo explícito, nada porno

Como ya se ha apuntado por diferentes y buenas razones, una actualización contemporánea y novedosa a Cronenberg. La psiquis y la carne, está todo en un mismo lugar, o todo pertenece a lo mismo. La base explicativa para sus protagonistas es esa, y luego la siguiente: que al cuerpo estamos de allegados; lo que sea que seamos nosotros, no es exactamente nuestro cuerpo. Tiene vida propia, reacciones alérgicas, cambios de piel, los dedos se pueden cortar, tener espasmos; el sexo desenfrenado es también sacarse de uno mismo. “Padecemos y somos víctimas de nuestro cuerpo”, llevan como cartel todos los personajes de Ducournau. 

Pensé por un momento que era el indicado para escribir sobre Titane, la ganadora de la Competencia Oficial de Cannes del año recién pasado, porque, al igual que su protagonista, Alexia, yo también tengo titanio incrustado en el cuerpo. Resulta que por suerte hasta ahí llegan mis coincidencias. La cosa es así: a una jovencísima Alexia le instalan titanio en su cabeza, luego de un accidente que ella misma ayudara a provocar. La elipsis se salta un tajo de vida: Alexia ya es mayor de edad. Aún conserva el titanio, claro, evidenciado por una extrañísima cicatriz a un costado de su cabeza, y trabaja como bailarina en eventos que combinan la afición por las tuercas y las mujeres. Las bailarinas se visten de colores chillones y brillantes y los espectadores son hombres cargados a la testosterona. Alexia quizá sea famosa en el rubro, o quizá solo esa noche lo hizo muy bien; como fuera, al final de su show los espectadores se le acercan por firmas. Uno de ellos la sigue hasta su auto y le pide un autógrafo. Luego, por qué no, un beso en la mejilla. Como era de esperar, el insistente muchacho le roba el beso que realmente buscaba. Y muere. Este es el primero de una serie de asesinatos que alcanzamos a conocer (no sabemos, por ejemplo, si acaso es el primero que haya cometido) y que llevarán a Alexia a la fuga.

El segundo largometraje de la directora de Raw (2017), Julia Ducournau, es tanto o más brutal que sus anteriores propuestas (esto incluye a Junior, su cortometraje del 2011) y consolida un especial espíritu y propuesta que desde un comienzo se ubicó en el lado opuesto al de las dudas: una directora de mano sólida y ojo inteligentísimo. Las coincidencias temáticas con sus anteriores filmes son evidentes, el cuerpo alterado es la musa de su cámara y la mínima excentricidad de sus personajes, su motor. Tan así que tanto Raw como Titane comienzan con una escena similar: un accidente automovilístico inaugura estos particulares viajes cinematográficos. En ambos casos, los accidentes no vienen exactamente derivados de la fatalidad del azar, sino que de distintas formas de la voluntad, una más determinada que la otra. El caso de Titane es particularmente genial: en un solo evento se resume la vida y personalidad de la protagonista. Luego de esta primera escena se marca la diferencia entre las obras: donde en Raw el accidente es una forma aparatosa de encontrarse con su objeto (el canibalísmo, por resumir), en Titane es la configuración y andamiaje de la protagonista y la obra. La unión de la carne y la máquina, el cuerpo y el metal, funcionan como una base para los caminos que tomará Titane, tan así que a ratos nos olvidaremos que es eso lo que constituye a la película, pues se paseará por distintos géneros (el drama familiar, psicológico, el horror) con una naturalidad que, de hecho, solo un buen andamiaje podría permitir. 

La unión entre las tuercas y el cuerpo humano no queda solo en la placa que Alexia usará de por vida en su cabeza: en su adultez, la conexión ha alcanzado al sexo. Los brutos espectadores de twerking y tuercas buscan en el mundo automovilístico un acceso al placer, y a pesar del odio evidente que Alexia siente por ese mundo, es en algún costado del mismo en donde ella encuentra también el acceso a su propio placer. Alexia suele tener sexo con autos. Cuando ya todos se han ido, cuando ese lugar ha dejado de ser exactamente el lugar de su trabajo, los autos sí alcanzan a ser objetos sexuales. Cómo es que Alexia logra tener sexo con estas máquinas queda en el misterio, incluso si la vemos parcialmente hacerlo. Eso no es importante, importa en cambio que el orgasmo llega y una de las formas de catarsis a su caótica vida ha sido ejecutada. Dos problemas bifurcarán de todo esto: uno en la vida íntima, al menos hasta que no pueda ocultarlo más, y otro en la vida compartida, social. Al mismo tiempo en que comienza a ser buscada por la serie de asesinatos de los que es culpable, su estómago ha comenzado a crecer, y lo que en principio parece un molesto sangrado vaginal termina por ser un fluido azabache reminiscente al aceite de un motor. 

Desde aquí, una segunda vida a la película, y un nuevo personaje con una fuerza que bien podría permitirle ser el protagonista de su propio film. Vincent (interpretado por el gran Vincent Lindon) ha coincidido con Alexia en su intento de fuga y ha encontrado en ella a Adrien, su hijo perdido hace años. El conflicto de toque filial trastoca y se confunde (como la película misma y sus diferentes géneros) con una perturbadora relación de co-dependencia que alcanza ribetes violentos a ratos, eróticos en otros, y que tiene sus diferentes formas de ser según la historia de cada uno. Al poco tiempo entenderemos que Vincent está dispuesto a reemplazar como sea a su hijo perdido con Alexia y que su necesidad de protegerlo, de segunda oportunidad, es derechamente enfermiza y desesperada, pero a la vez honesta. Alexia juega el papel de Adrien, el hijo, en varias y distintas etapas (primero porque no le queda otra, luego lo rechaza, luego se resigna…). El paralelismo entre ambos personajes es diverso y fundamentalmente ubicado en el cuerpo, aquel espacio de intervención en el que Ducournau se maneja con tanta soltura e inspirada tozudez. Así como Alexia vive un sorpresivo embarazo metálico, Vincent se inyecta lo que probablemente sea algún tipo de anfetamina para exigir a su ya fortalecido cuerpo (a pesar de sus 60 y pico años) o se quema el torso medio sin interés en las consecuencias. Un par de escenas denotarán la afección corporal de cada uno como un padecimiento, pero además en una forma que parece ser inherente a todo padecimiento corporal: que la afección es ajena y es uno quien la sufre. La pregunta del «por qué esto a mí», venida también desde Junior y Raw, sus anteriores obras, es la explicación para la creación de sus personajes, y es allí donde yace la particularidad del cine de la directora, su gran novedad como cineasta en el mapa de realizadores contemporáneos. 

Aunque en TItane hay algo, además del componente tuerca, que la vuelve particular: la división entre el sujeto (su mente o su autopercepción o lo que sea que tenga que ver con algo que constituiría un «yo») y su cuerpo es aún más radical. En Raw, la necesidad por la carne cruda viene de un deseo que si bien la protagonista no entiende (y si bien también es corporal), está mucho más cercano a un «yo» si se le compara con el cambio físico en Alexia, que le es completamente ajeno, una adición innecesaria a la resolución de sus pulsiones. El lugar de coincidencia entre ambos está justamente en el deseo: en una, el deseo inexplicable por la carne cruda, en otra, el deseo inexplicable por follar con autos y asesinar personas. Sin embargo, el conflicto en TItane está ubicado en las consecuencias del cumplimiento del deseo, y la posterior necesidad de suprimir de forma torpe y violenta esas consecuencias. Ahora bien, a los ojos de la directora pareciera no haber tanta diferencia. Ocurre que para Ducournau el cuerpo es la carne, la sangre, el sexo, pero también ese oscuro espacio psíquico en donde de forma secreta y caprichosa el deseo toma fuerza. Las vísceras se entrelazan físicamente con la psíquis. Como ya se ha apuntado por diferentes y buenas razones, una actualización contemporánea y novedosa a Cronenberg. La psiquis y la carne, está todo en un mismo lugar, o todo pertenece a lo mismo. La base explicativa para sus protagonistas es esa, y luego la siguiente: que al cuerpo estamos de allegados; lo que sea que seamos nosotros, no es exactamente nuestro cuerpo. Tiene vida propia, reacciones alérgicas, cambios de piel, los dedos se pueden cortar, tener espasmos; el sexo desenfrenado es también sacarse de uno mismo. “Padecemos y somos víctimas de nuestro cuerpo”, llevan como cartel todos los personajes de Ducournau. 

La diversidad temática enriquece su cine. Desde lo tratado previamente se van sumando conceptos y temas que le dan fuerza y carácter a cada película. El género y la identidad (a modo amplio y hasta en juego, pero también muy en serio) ocupan buena parte de la pantalla en Titane. Una escena genial, incómoda y liberadora, se dará hacia el último cuarto de la película, en el que Alexia vuelve a ser algo de la Alexia que fue antes, en público, aún “dentro” del machacado cuerpo que la llevó a ser Adrien, un baile de showgirl incomodará a sus demasiado-masculinos compañeros de trabajo —que asumen que Alexia es Adrien, hombre—, el mismo estereotipo que antes disfrutaba de sus bailes es incapaz ahora de reaccionar de la misma manera ante su destreza erótica. 

Ducournau viaja por sus personajes con gracia, de la catarsis de una fiesta pasa rápidamente a la violencia y de la violencia también es posible derivar hacia la ternura. A veces el orden de los factores cambia, pero la constante es la virtuosa destreza de la directora para manejar a sus protagonistas, la cámara y los ánimos. Todo es explícito y nada es pornográfico. Todo es grotesco y nada es provocación vacía. Considerando el mapa de directores facilones, adheridos a la sordidez como un fin, lo de Ducournau es una luz que se filtra entre las vísceras que adornan su cine. Algunos preferirán Raw, otros encontrarán en la ganadora de Cannes un avance. Lo importante, al final, es la alegría de tener a una realizadora joven en quien el cine de género (o de géneros) ha encontrado a una aliada y una renovación. 

 

Título original: Titane. Dirección: Julia Ducournau. Guion: Julia Ducournau. Fotografía: Ruben Impens. Montaje: Jean-Christophe Bouzy. Música: Jim Williams. Reparto: Agathe Rousselle, Vincent Lindon, Garance Marillier, Myriem Akeddiou, Dominique Frot, Nathalie Boyer, Théo Hellermann, Mehdi Rahim-Silvioli, Anaïs Fabre, Lamine Cissokho, Céline Carrère, Mara Cisse. País: Francia. Año: 2021. Duración: 108 min.