The Tarantino affair (3/3): Un mundo de mentiras

Desde el estreno de su primera película,  Perros de la calle (1992), a Tarantino hay que reconocerle que no sólo transformó la cara de la cinefília si no que con cada estreno suyo logró un hito indesmentible. Sólo viendo una cronología de sus películas, su primera etapa vinculada al rescate de las cintas “b” y explotation  re-mixadas en guiño cinéfilo, violencia splatter y disfrute narrativo (en 1991 Pulp Fiction y la elegante Jackie Brown de 1997) y años después  su “renacer” operático  en Kill Bill (2003-2004), reconvertido en spaghetti western, coreografías de artes marciales,  estallido de formas narrativas e indagación en el sótano del surf rock. Sumaba a esta segunda etapa un claro tono de venganza, leitmotiv de Kill Bill y luego en sus dos siguientes filmes Bastardos sin gloria (el rescate, ahora, de la propaganda americana antinazi y filmes de guerra) y Django Unchained (el western cruzado con la historia de la esclavitud), este clima revanchista apuntaba al roce irónico con la Historia, cierto panfletarismo de la cultura americana desde la celebración  infantil y brutal de la violencia.

Esto último le valió, cierto, una lupa de sospecha desde sectores de la crítica cuestionando el pastiche histórico y  las cargas políticas de la representación, cuestión  que con sabiduría había previamente logrado equilibrar en el rescate contra-cultural de Jackie Brown a modo de homenaje al blaxplotation (películas de bajo presupuesto pensadas para comunidades específicas afroamericanas, de la década del 70), una operación termita con un toque de godardismo punk. Todo ese tejido se fue difuminando posteriormente en una actitud celebratoria y gozosa que ganaba para sí un efecto-masivo de sus películas. En el Tarantino del dosmil ganaba la melancolía,  la celebración del matiné y un cita cinematográfica más cercano a wikipedia que al apropiacionismo político.

Creo que este recorrido previo no es inocuo para llegar a  Los ocho más odiados, más aún, pienso que estamos ante un intento del propio director por mostrar cierta solidez narrativa e ideológica. Algo así como un intento de “ir al grano” en la que podría ser una película de tono más adulto (no tanto tampoco, sigue siendo Tarantino), centrada en un alto porcentaje en diálogos y en el manejo de los puntos de vista narrativos.

Vamos a lo primero. A primera vista, pareciera un “fuera de escena” dramatúrgico de una de Sergio Leone (la anti-épica del hombre infame), recordando a ratos la senda western de un Boetticher o un Monte Hellman: verás violencia, pero aquí lo que importa son los personajes, los climas narrativos, los conflictos puestos en juego y el trabajo con el espacio. Todo esto Tarantino lo hace con maestría, un director dueño de los tiempos, en una trama de personajes que sabe dosificar e ir presentando de a poco, una tribu de delincuentes  y caza recompensas, sobrevivientes de la guerra de Secesión, luchan por su supervivencia y por obtener un par de dólares más por un grupo de cadáveres. Aquí se van presentando a lo largo de la primera hora la tribu completa, primero en un viaje en una diligencia en la nieve donde dos caza recompensas  se encuentran (John Ruth y Marquis Warren), mientras el primero de ellos lleva a una fugitiva -(Daisy Domergue)- a ser entregada al pueblo de Red Rock. Un tercer encuentro en el camino  agrega el elemento político a lo que está en juego.  Yendo a la trama, esta toma forma a la llegada a la Mercería de Minnie, lugar donde deben refugiarse debido a la nieve y donde se encontraran con otra tropa de personajes que los esperan y donde empieza todo un juego de complot.

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Como decíamos, este es un Tarantino que busca hacer gala de construcción de personajes, diálogos y puntos de vista narrativos, reluciendo en un guión que funciona perfecto en el des-granamiento de la información y la forma de ir presentándolos, algo así como su “distribución actancial” en el juego de roles. Y luego es en el trabajo con el espacio donde Tarantino busca enfatizar los conflictos concentrando esto en un lugar -la cabaña de Minnie- y utilizando lo escénico de forma acuciosa. Un trabajo con las luces, por ejemplo, distribuyendo fuentes de luz que guían teatralmente la acción; o la cámara y sus trabajos de encuadre y puntos focales, hechos con precisión y claridad respecto a aquello que está puesto en juego en la acción central. Un clasicismo sobrio que es contrastado con los estallidos repentinos de violencia.

Es un Tarantino menos compulsivo y con pasión narrativa, pasión que traspasa en gran parte a los personajes, transformándolos en sujetos parlantes que pueden pasar de la parsimonia al insulto denigrante en largos y extendidos relatos. Es aquí, donde Tarantino se “luce”, usando toda la vulgaridad que le caracteriza, sumando a esto una detención sádica y morbosa en los detalles,  donde se exponen relaciones de poder y violencia que pasan rápidamente del habla al acto y viceversa, especialmente entre blancos y negros, y de hombres hacia mujeres.

Pero es sin duda en el clima de contención que avanza hacia el estallido de la violencia lo que mantiene todo el filme, momento que funcionaría en el espectador como una especie de liberación de “instintos primarios”, devenidos luego en disparos, acuchillamientos,  descuartizamientos, muertes de todo tipo en el plano de la imagen. Toda la última hora va de eso, un festín de estallidos repentinos y exposición festiva, detenido específicamente en los juegos de poder y sometimiento, aquella misma que ha hizo gala en Perros de la calle en tono splatter y en la dialéctica amo/esclavo de Django Unchained e insistente aquí en el goce físico/orgánico/material del cuerpo en escena, aquello que tomó del gore o del giallo, sin despercudirse del juego adolescente.

Al Tarantino unchained se le opone un tono de cierto grado cero formal e ideológico, pero que no evita que en términos estrictamente narrativos pueda hacer realmente lo que quiera, desde hacer ingresar a un metanarrador over al gratín a distender y retroceder en el tiempo de los hechos; todo ello muestra a un director que lleva a un punto de máxima expresión el guión, los juegos de puntos de vista, el manejo de información (su experticia), así como los juegos de mentira y verdad que llevan tras de sí la persuasión, la elocuencia y la dilucidación desde la potencia del habla, todo ello lo hace con manejo de recursos e inevitable autoconciencia formal.

Vamos a lo ideológico:  fue el exceso revanchista el que le valió una crítica severa  por el clima post  2001  y la guerra de Afganistán, así como las distintas identidades sociales las cuales eran presentadas como maquetas en una versión infantil de la historia, el filme presenta esta vez un discurso sobre la justicia que trafica en los códigos del western, bastante misoginia y una revisión del racismo después de la guerra de secesión, donde Warren cumple un rol de pivote parecido al de Django. El mundo de Los ocho más odiados se juega en códigos de supervivencia, e intenta definir, más que en ningún otro filme, una especie de “posición” respecto al mundo histórico.

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Quizás el nudo central de esto se encuentre en la carta de Abraham Lincoln a Warren, la que primero hace de Warren un tipo de honor, luego un astuto mentiroso, aunque esta termina siendo leída en un paisaje devastado por la revancha y la ambición, por dos exconfrontados de la guerra que agonizan desangrándose, y un cuerpo ahorcado del techo. ¡Cuánta parsimonia señor Tarantino!

La carta de Lincoln es en Los ocho más odiados es la exhibición del límite político del pastiche, aquí puesta a jugar como “falso” documento que termina siendo verosímil. Tengo la intuición que es en el poder de su fabulación desde donde Tarantino busca una salida política, vinculada a la potencia parlante de la persuasión y la mentira, aquí transformado en un sangriento y festivo monumento.

 

Nota comentarista: 8/10

Título original: The Hateful Eight. Dirección: Quentin Tarantino. Guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Montaje: Fred Raskin. Música: Ennio Morricone. Reparto: Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Demian Bichir, Walton Goggins, Tim Roth, Bruce Dern, Michael Madsen, James Parks, Dana Gourrier, Zoë Bell, Channing Tatum, Lee Horsley, Gene Jones, Keith Jefferson, Craig Stark, Belinda Owino. País: Estados Unidos. Año: 2015. Duración: 167 min.