Star Wars: El significante vacío (3/3)

¿No es acaso Star Wars -la saga- la más grande megapelícula jamás hecha? ¿El eslabón que calza perfecto entre la vieja sensibilidad del cine espectáculo serializado y la pasión por las series de tv contemporáneas que arman el espectáculo en nuestros hogares? ¿El fenómeno de masas globalizado perfecto porque se convirtió en la película de culto de mayor alcance, envejeciendo con sus fanáticos y ampliándose a cada nueva generación?

Tal vez la histeria por el estreno de The Force Awakens sobredimensione las cosas en este momento, pero ella misma parece un reflejo condicionado que pone en alerta tanto al público como a los productores de que la saga es la gallina de los huevos de oro. Que haya pasado su patronazgo del ex maverick del nuevo Hollywood setentero a manos del imperio Disney advirtió que la promesa se había concretado: el producto es más grande que el cine y el cine -lo que se sabía de antemano- es más grande que la vida. A costa de la mercantilización explosiva de sucedáneos de lo que estaba en la pantalla fue como George Lucas se convirtió en el director de cine independiente más grande y poderoso con su Lucasfilms, y por lo mismo en parte irremplazable de la industria y su funcionamiento. Llegó a instalar su puesto en el mercado de la fábrica de sueños y supo ganarle a la competencia por goleada. Dreams that money can buy.

Pero los sueños no son meras fantasías improvisadas por la irrealidad. Y el sueño no solo está anclado en los mitos narrativos del viaje del héroe, el traslado de un imaginario medieval/samurai al espacio futurista pasado por el cedazo del western, o el freudismo familiar arquetípico de grandilocuencia operática y trágica, tampoco son sólo sus alegorías culturalistas dicotómicas (el bien y el mal, el new age de “la fuerza” -reconvertido a genética en las precuelas- o la oposición imperial vs democracia monárquica), ni tampoco el merchandising de juguetes-adminículos. Es todo eso sumado, además, a la preparación interactiva del espectador acomodado al consumo cultural de fines del siglo XX. Más hijos de la tele y el video que del cine, los niños y jóvenes que vieron la primera trilogía cuando se lanzó supieron moldear el fenómeno. Como si de un parque de diversiones se tratara podían disfrutar las películas y después continuarlas a su antojo en la privacidad de su imaginación con los adminículos Kenner (la marca dueña de la franquicia de los juguetes, hoy es Hasbro) a disposición de su anhelo por tenerlos todos; la alucinación colectiva en imágenes y sonidos era también una alucinación personalizada y eterna. Esos espectadores crecieron y pasaron a otras cosas, pero todo permanecía ahí para que volvieran a jugar cuando quisieran y además estaba la promesa que la serie podía continuar. The second coming is near.

Se ofreció todo para mantener eso durante más de treinta años (El regreso del Jedi es de 1983). Cada making off, especial navideño, juguete, reposición televisada, aparición del director y los actores, etc, recordaba que Star Wars seguía ahí, no se iría jamás. Poco a poco la fruición y la demanda por más de parte de los fans adquirió la apariencia y el fondo de lo totalizante: fan-fiction, versiones alternativas, mundos e historias paralelos, continuidades y recovecos tomaron la forma de un universalismo imposible de abarcar en una sola vida. Star Wars ya no era un mundo, sino todo un universo expandiéndose infinitamente y que todavía no implosiona, ni mucho menos ahora que sale una nueva película.

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Los fans y los no tan fans quedaron prisioneros del síndrome memorial, tal como sucede con un evento intenso y universalista, por ejemplo un terremoto, el afecto quedó anclado al recuerdo: muchos pueden hablar por horas de sus Star Wars Memories. Ya sea recuerdo ordinario o se trate de algo excepcional, la carga de esa memoria está imbuida del efecto de las películas. Parodiando a Proust podríamos decir que la magdalena se volvió más importante que el tiempo perdido, recobrándolo. Eso que está entre las personas es lo que permite que se comuniquen, no importa que no hablen la misma lengua o sus territorios los diferencien, se puede echar mano de algo tan estrambótico como estas películas para que dos o más personas reunidas se comuniquen en términos comunes.

¿Cómo sucedió eso? Pienso en un concepto como zeitgeist para explicarlo, porque está claro que no son sólo las películas y lo que está a su alrededor lo que le articula. Es como la fuerza, se encuentra en todos y en todas partes, en algunos más que en otros y “tiene sus cosas buenas y sus cosas malas”; ahí está una de las claves del fenómeno. Es un significante que se puede rellenar con lo que disponga cada uno pero bajo una formalización que de evidente se vuelve transparente. Tal como en la composición multicutural (multiuniversal) de personajes alienígenas que pueblan en aumento los mundos visitados por los protagonistas y con cada nuevo objeto y diseño que van apareciendo con cada nueva película, la promesa acomodaticia de la infinitud y la pulsión vitalista que lo organiza bajo un orden universal que le da el sentido, en base a su misma posibilidad de ensanchamiento e inclusión de lo nuevo, lo inesperado y el conflicto dicotómico absoluto, el deseo no se gasta, al contrario, demanda más. Ahora bien, The Force Awakens sacia el hambre y deslumbra por un tiempo. Pero pronto induce a la sospecha que su posibilidad surgió por ser ni más ni menos que un fan-film más -por supuesto que uno oficial- y que la satisfacción no se cumplirá absolutamente. Pero está claro que, por lo mismo, no concluirá y Disney va a exprimirle todos los huevos a la gallina, por lo que, de no mediar por lo pronto un cambio en el zeitgeist, tendremos Star Wars per saecula saeculorum