Spencer (2): Fantasías proletarias

Spencer, en cambio, declara una búsqueda que va más allá de la mitología de Lady Di, una especie de regreso a la “esencia” reprimida desde su entrada a la familia real. Aún así, Larraín no es ingenuo al respecto; ir más allá de la mitología también implica proponer una nueva versión de esta.

Hace unos meses, Pablo Larraín aseguraba al Podcast de Variety que concluiría su incursión en el género biográfico con una última película sobre “una mujer en tacones” para dar forma a una trilogía. Curiosamente, Larraín prometió una futura tercera entrada como continuación a Jackie (2016) y Spencer (2021), descartando así a Neruda (2016) del grupo o de una posible tetralogía. A falta de explicaciones detalladas de esta decisión, se puede especular que Larraín busca, por un lado, cerrar su trilogía con protagonistas femeninas y, por otro, que las tres películas sean en inglés y conformen una primera entrada unificada a su apertura internacional. Más allá de estas decisiones que probablemente guarden mayor relación con el marketing, sacar o incluir a Neruda en su lectura del género biográfico puede servir para entregarnos algunas pistas del discurso en torno a la biopic que Larraín continúa en Spencer.

En primer lugar, se puede observar una progresión en la selección de los títulos. Neruda invocaba al nombre de ficción por el que es famoso el poeta, no a Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, no una exploración del hombre “detrás” del nombre de fantasía Pablo. Trabajando de forma deliberada con las superficies, el Neruda de la película se dedica a declamar repetidamente sus poemas más famosos y a exacerbar los rasgos más conocidos de su personalidad, mucho más ícono e imagen que persona. Jackie, por su parte, juega en un terreno intermedio al utilizar el nombre real de la primera dama más famosa de Estados Unidos, al mismo tiempo que su historia en la película está inscrita en el universo de la familia Kennedy desde la escena inicial del tiroteo. Aparece su nombre de pila sin el apellido Kennedy, aunque tampoco llegamos a escuchar su nombre anterior, Jacqueline Lee Bouvier.

Spencer, en cambio, decide titular la película según el nombre original de su protagonista, no por el más famoso título posterior de Diana de Gales o, más notoriamente, por su apodo Lady Di. Inmediatamente esta decisión marca una distancia con los dos retratos anteriores del Neruda estereotipado (una invención exagerada, por lo demás, en la mente del detective semi-ficticio de Gael García) y de la Jackie Kennedy que declara a los periodistas, consciente de la construcción de su propia figura, que “no es historia hasta que alguien la escriba”. Spencer, en cambio, declara una búsqueda que va más allá de la mitología de Lady Di, una especie de regreso a la “esencia” reprimida desde su entrada a la familia real. Aún así, Larraín no es ingenuo al respecto; ir más allá de la mitología también implica proponer una nueva versión de esta.

La primera escena inicia con una inscripción que pocas reseñas han podido esquivar como alusión o cita al hablar de la película: “Una fábula basada en una tragedia real”. Así como el personaje de Portman hacía explícita la estrategia narrativa que implica retratar a Jackie Kennedy, el trabajo de fabulación de Spencer queda claro desde antes de la aparición de Diana. Hasta cierto punto, la frase funciona como una guía de lectura: el envoltorio de película de terror y las alucinaciones que tiene la Princesa son parte de un juego ficcional, de una lectura personal “a través” del ícono. Por lo mismo, este formato de biopic se puede combinar con otros géneros. Así como Neruda adquiría una estructura de película noir a modo de juego, Spencer se parece, de forma casi explícita en algunos planos, al devaneo alterado de Jack Torrance por las habitaciones de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980).

Gracias a esta presentación de terror sicológico, también comprendemos que gran parte de lo que vemos está filtrado por la cabeza de Diana. Incluso cuando no se trata de situaciones distorsionadas por su imaginación, el tratamiento se encuentra en el terreno de lo semi-subjetivo; vemos las situaciones por fuera, pero al mismo tiempo entendemos que se trata en parte de imágenes mentales. En esta aproximación existe otro tipo de filiación, más cercana a la idea del terror doméstico y al “monstruo femenino” propuesto por Barbara Creed. La distorsión terrorífica del palacio real se acerca más a películas como Repulsión (Roman Polanski, 1965) que al clásico de Kubrick, es parte de una tradición de crisis femeninas convertidas en películas de horror, algo que nuevamente la emparenta con la densidad de Jackie y la aleja del tratamiento lúdico de cine B que tiene a ratos Neruda, esta vez en torno a una crisis masculina.

La sicosis de la Diana de Kristen Stewart, entonces, está marcada por las situaciones objetivas (el desprecio de parte de la familia real, el control que se ejerce sobre su vida y tiempos) y sus interpretaciones mentales de la situación. Spencer funciona in crescendo respecto a esta progresión sicológica, aumentando la presencia de escenas oníricas de a poco, al mismo tiempo que la muy presente música de Jonny Greenwood sugiere un desajuste desde el comienzo. Así como Jane Campion utiliza las disonancias sutiles de la música “de cámara” de Greenwood en El poder del perro (2021) siguiendo la presencia inestable del personaje de Cumberbatch, Larraín también aprovecha la impresión inquietante que añaden las distorsiones del músico para acompañar el estado anímico de su protagonista. Además de su versión siniestra de la música sinfónica, aparecen algunos motivos jazzeros con trompetas que rozan lo desagradable, una idea que remite a una versión menos rimbombante del arreglo hecho anteriormente con Radiohead en “Life in a Glasshouse”.

Además de este tratamiento anímico, Spencer bien podría ser la película más objetual de Larraín. La chaqueta del padre, el collar de perlas y el libro biográfico sobre Ana Bolena se convierten en el centro simbólico de la historia. Cada uno aparece en más de una ocasión, con distintas variaciones para reflejar la opresión o acercamiento a la libertad de parte de Diana, dependiendo de la escena. La conexión con Bolena, por ejemplo, pasa desde el guiño histórico a la discusión explícita de su figura, para terminar directamente en un montaje paralelo entre las corridas de Diana y la invocación física de la reina decapitada. Posteriormente, la restitución de la chaqueta de la infancia y la destrucción del collar de perlas, que ya había sido protagonista de la grotesca escena de la cena, también se unen hacia el final para sintetizar la salida de Diana hacia la libertad.

Esta libertad, por supuesto, esconde también un guiño siniestro al sugerir el final trágico de Lady Di en el futuro. Este escape de en la carretera al ritmo de “All I Need is a Miracle” de Mike and the Mechanics –única canción pop de la película y prácticamente la única pieza musical sin disonancias— supone un cambio repentino y brusco en el tono, desde el terror sicológico a una feel good movie donde la protagonista finalmente consigue lo que estábamos esperando desde el comienzo. El siguiente plano muestra a Diana disfrutando los placeres del pollo frito de KFC junto a sus hijos, la antítesis gastronómica de las dietas planificadas por la guardia real. Esta especie de desvío camp hacia otro tipo de cine es difícil de descifrar en el conjunto, casi como si se tratara de una liberación doble: Diana librándose de la familia real y Larraín finalmente desechando las ataduras del cine “respetable” durante los minutos finales.

Sin embargo, en este terreno Larraín parece estar más cerca de Ema (2019) que de sus juegos autoconscientes con la biopic. Mike and the Mechanics y el pollo frito sirven como una descarga contra lo que no estaba permitido dentro del palacio real, por un lado, pero, sobre todo, como una especie de puente de conexión con el sentir de la clase obrera. Así como el reguetón (o la versión sofisticada de este que aparecía en Ema) era una forma de remecer los modales burgueses de Gastón (Gael García Bernal), en este caso, el pop rock y la comida rápida son los vehículos de Diana para contradecir su destino de clase, como si la experiencia popular fuese una especie de llave de liberación para la aristocracia. Aún así, como el lanzallamas Ema, se trata de gestos de rebeldía cuyo blanco de ataque no queda del todo claro. 

Título original: Spencer. Dirección: Pablo Larraín. Guion: Steven Knight. Fotografía: Claire Mathon. Montaje: Sebastián Sepúlveda. Música: Jonny Greenwood. Reparto: Kristen Stewart, Jack Farthing, Timothy Spall, Sally Hawkins, Sean Harris, Richard Sammel, Amy Manson, Ryan Wichert, Michael Epp, Olga Hellsing, Wendy Patterson, Niklas Kohrt. País: Reino Unido. Año: 2021. Duración: 116 min.