Rezagadas: Berberian Sound Studio (Peter Strickland, 2012)

Quienes busquen en Berberian sound studio una película de terror de manual, o bien una extemporánea muestra del Giallo italiano a modo de reedición post mortem del género (o bien un símil del desafortunado epítome de Darío Argento del 2007, su filme Giallo que no resultó ser más que una maqueta de excesos) se sentirán decepcionados. Berberian Sound Studio surge, más que como un film con afanes apologéticos, como un ejercicio bien dotado de amor hacia el género italiano de los años 70, pero sobre todo con una férrea intención de transitar por las posibilidades de un estilo, de deformarlo, detonarlo y controvertirlo, para luego, desecho, explorar el tenor de sus posibilidades. Hay en Peter Strickland una intención de entender el terror del género  pero comprendido en nuevas claves, manufacturarlo a través de las herramientas con las que el cine contemporáneo se interpela a sí mismo, saliendo de la comodidad reivindicativa de desempolvar las estructuras de un género en desuso y replicarlas con la insípida voluntad de un memorial. Lo que aquí sucede es mucho más que la desenfadada cita tarantiniana casi emparentada con el plagio disimulado de guiño más que una voluntad de subsistencia melancólica, o una re visita mediatizada por el fanatismo de la infancia, hay un axioma fílmico que habla de cómo hacer trascender a un género, reforzar sus características e incluso sus excesos, a través del despliegue de una serie de operaciones  que actúan en sus opuestos. Peter Strickland  disimula, anula, e incluso invisibiliza las pulsiones de este género, y lo que deviene es un producto que habla metonímicamente.

Todo comienza cuando en pleno auge del Giallo en la Italia de 1976, Gilderoy, un tímido británico, Ingeniero en sonido y especialista en bandas sonoras, es invitado por Santini, una especie de director prototípico del género, mixtura  de Argento, Bava y Fulci, a trabajar en la supervisión de la mezcla de sonido de su último film, una profusión de hemoglobina donde brujas y demonios torturan de las formas más creativas a un grupo de jóvenes.  La historia transcurre en el estudio de sonido más bizarro de la industria cinematográfica italiana, entorno completamente disímil a la personalidad del introvertido Gilderoy.

Esta inserción del personaje en una atmósfera enrarecida y hostil será el primer acierto del guión. Las diferencias con el temple estridente de los italianos van a acrecentar la hondonada en la cual vemos desde un principio sumergido a Gilderoy, atrincherado en su mesura británica. El uso del inglés e italiano como claves de la comunicación acentúan el aislamiento del personaje  que en un principio se sumerge en las misivas de su madre, único lugar que le resulta inteligible y seguro.

Lo que sucede a continuación será un visionado de todo aquello que acontece en la trastienda de un film y que no es entregado resuelto en pantalla, de modo que, en primera instancia Berberian es un film que reflexiona sobre el cine, su materialidad, sobre la posibilidad de hacer de sí mismo su propia sustancia y volver a alimentarse de aquello que le pertenece por antonomasia: el ejercicio de su oficio, esta realidad puramente técnica, concreta y real que produce ficción. El horror nos será negado en su dimensión formal, ya que jamás veremos un solo fotograma de película, pero a cambio recibiremos una profusión fenoménica de mezclas de sonido, vegetales cercenados, mujeres atrapadas en la claustrofóbica experiencia de gritos reverberando en diminutas cabinas, todo aquello entregado como la dádiva de quien deja traslucir el encantamiento  del truco tras el escenario y con ello acrecienta la agresividad de la verdad. Es así como aquello que comenzó con la voluntad de una trama, va deformándose  lyncheanamente  hasta llegar a su paroxismo en un escenario enrarecido  lleno de las texturas que la violencia ofrece cuando es percibido a través de estructuras más sutiles.  La impecable actuación de Toby Jones  (Gilderoy) logra difuminar los lindes del personaje para amalgamarlo en la abstracción de un estado donde todo es artificio, y lo único real es un miedo que se propaga subrepticio, informe, casi en calidad de espíritu que busca encarnarse en la aparente verosimilitud de las imágenes. Por una parte Gilderoy ha sido vencido y la fragilidad derrotada dará luz al monstruoso develamiento de una conciencia oprimida que ha sido despertada. Por otra, el Giallo ha sido aniquilado en su estructura, la imagen es obstruida hasta desaparecer y aquello en lo cual radicaba su fuerza, la imagen abierta y descarnada, ha sido trocado por una manifestación incluso más siniestra: la constatación de que el sonido de la muerte puede ser incluso más pavoroso  que su escenificación.  Este es el último bastión al cual la historia se aferra para ser leída, lo que se convertirá  de aquí en más es puramente intuitivo, exquisitamente cinematográfico; un portentoso y profundo tránsito  hacia ese lugar del cine donde toda la verdad se construye, donde el núcleo del artificio revela a destajo aquello, que luego en la superficie nos niega.  Un sonido analógico y real, aunque manufacturado y artificial, revela la praxis fílmica y desdibuja los límites entre los que el cine oscila; la realidad y la ficción como ejercicios de fe del espectador.  El estudio sobreviene como reducto de la conciencia del protagonista, en donde las misivas de la madre van torciéndose entre el desasosiego y la pestilencia de frutas y vegetales que se pudren como carne humana y que en su degradación revelan la única manifestación material de la putrefacción a lo cual todo se precipita.

Berberian sound studio finalmente es la prueba de la capacidad del cine de debatirse en nuevos rasgos de significación, de desplazar lo aparente y lo formal para aglutinar dicha significación en otros vértices y ser capaz o lo suficientemente valiente, de desplegar, en esos vértices, un nuevo escenario.

Luna Ceballo