Nosotros: Cuando el análisis sociopolítico anula el horror

Para Jordan Peele, los mecanismos que detonan el horror según los formatos usuales del género son impensables fuera de la óptica de la crítica social. Es como si el horror de Viernes 13 o los toques slasher de Pesadilla en la calle Elm se sostuvieran solamente en esa ética o noción de justicia en la que los asesinos en serie castigan con la muerte a todas aquellas mujeres de vida sexual “liviana” o que se entregan fácil a los hombres. Para Jordan Peele, tanto en ¡Huye! como en Nosotros, ser afroamericano tiene un peso determinante y condiciona el desarrollo de las historias y los componentes del género. Es decir, ser afro en un EE.UU. gobernado por blancos (en la llamada era Trump) ya de por sí es un indicador de que las cosas andan mal, y en ello radica la posibilidad de que emerja el horror.

Desde los cimientos en que forja su cine, el tema racial y clasista asoma con fuerza, pero no para ser el corazón de los elementos del género (el extraño, la amenaza del mal, el suspenso, los golpes de efecto, el origen de lo sobrenatural) sino para dar contexto, ya que sin este no habría manera de que el film funcione. Y, en este sentido, Nosotros es muy inferior a ¡Huye!

En Nosotros, el cineasta nos ubica en 1986, donde la pequeña Adelaide se pierde en un parque de diversiones y vive un momento traumático dentro de un salón de espejos. Luego, Peele nos traslada unos años después donde una Adelaide adulta (Lupita Nyong'o), casada y con dos hijos, se va de vacaciones al mismo lugar de los incidentes de su infancia. Este retorno es planteado por el director como una vuelta al trauma, que poco a poco irá aflorando, hasta el momento en que este “verse” en el espejo se materializa en una horrible certeza de que ese “nosotros” es un desdoblamiento maligno.

El inicio de Nosotros, que recuerda a las atmósferas de Funhouse de Tobe Hooper, habla sobre el miedo de una niña perdida en un salón de espejos de un parque de diversiones, mientras que minutos después, ya en el futuro, nos topamos con una familia confrontada ante su clon “blanco” (el esposo e hijos de Lupita Nyong'o  versus el clan frívolo de Elisabeth Moss, su amiga). Hasta esos momentos, Jordan Peele parece estar claro en sus intenciones, que hermanan este emprendimiento con el de ¡Huye!: los afroamericanos de clase media yendo de vacaciones a un balneario donde encuentran a sus doppelgängers blancos. Hasta allí parece que cobra peso la necesidad de introducir este componente social y satírico, la de la sala de los espejos “actualizada”: mientras la familia negra luce amable, ideal, sublimada; la blanca convive con los efectos del alcoholismo y la devoción a las cirugías plásticas. Pero luego viene el verdadero castigo: que el mal que asoma no es propio del mundo blanco, sino se traduce en un grupo de dobles de la familia afroamericana, pero en una versión bizarra, empobrecida y trillada. Este reverso de la familia buena onda de Lupita Nyong'o está conformado por desclasados, outsiders, una suerte de homeless que de alguna manera quieren hacer un tipo de justicia simbólica ante la perfección de la familia que imitan o clonan.

nosotros (1)

Y es en esta parte del film que podría asomar una posibilidad jugosa pero que Peele se encarga de echar por la borda: la crítica a los subsistemas de la comunidad afro, que se ven absorbidos por la alienación del sistema económico predominante, o dentro de ese cuestionado “acting white”, término usado peyorativamente para aquellos que traicionan a su cultura asumiendo expectativas sociales de grupos dominantes. Cuando Peele va desmenuzando este experimento de laboratorio en un búnker en el subsuelo, con los dobles de la familia blanca y con otras piezas y extras que van fortaleciendo la idea de la conspiración o nuevo ataque de zombis dobles, ya la crítica racial hace agua y se evapora con poca fortuna. Todos tienen sus dobles malos y merecen morir.

En la parte más lograda del film, en que aparecen los clones al acecho, se percibe este juicio social, pero no es hasta que aparece esa frase de “también somos americanos” que la posibilidad de un Funny Games sórdido se desinfla para dar paso a la urgente “comprensión” social. Entonces, el problema no es racial, sino que la inequidad afecta a todos. Como si hubiera un temor a repetir la insanía de ¡Huye!, y aquí Peele optar por trasladar lo específico (el caso de una mujer traumada en su infancia que logra materializar a los fantasmas del doble que la acecha) a una problemática macrosocial: la tesis del film no es psicológica sino que habla de una conspiración política, de ámbito nacional. Y es hacia el final del film, que esta tesis se desinfla a raíz de una enrevesada conclusión.

Y aquí entran a jugar algunos elementos simbólicos que no están en la película de casualidad. En 1986, se realizó una campaña solidaria que tuvo como modus operandi lograr que millones de personas se unieran en una gran cadena humana que atravesara el inmenso EE.UU. para ayudar a niños sin recursos. Y es este spot benéfico que la pequeña Adelaide ve antes de ir al parque de diversiones. Años después, esta cadena humana persiste pero como disparate, como confirmación, según la tesis de Peele, de que hay un submundo de justicieros imaginarios que hacen acciones samaritanas en un mundo cada vez menos humanizado. Así, los Otros no encarnarían solo el mal o la justicia contra ese mundo frivolizado y capitalista, sino a aquellos desclasados y arrojados a una vida marginal que poco a poco obtendrán su lugar en esa sociedad real, y que el personaje de Lupita Nyong'o, al final de cuentas, toma por la fuerza. La trampa como única opción.

 

Nota comentarista: 4/10

Título original: Us. Dirección: Jordan Peele. Guion: Jordan Peele. Fotografía: Mike Gioulakis. Montaje: Nicholas Monsour. Música: Michael Abels. Reparto: Lupita Nyong'o, Winston Duke, Elisabeth Moss, Tim Heidecker, Yahya Abdul-Mateen II, Anna Diop. País: Estados Unidos. Año: 2019. Duración: 120 min.