Nadie sabe que estoy aquí (3): Un esplendoroso pasado

Desplegada la escena, se instala un juego de incógnitas, de claves que buscamos para entender el desarrollo. Se dice que el film es lento, yo diría que se tarda registrando al personaje, quien, exacerbado por un terco silencio, no ayuda mucho para darse a conocer. El personaje se vuelve misterioso, el film también. Esta ignorancia puede exasperar a algunos espíritus pero es soportable. Lo que nos espera es un juego de revelaciones con que vamos construyendo al personaje.

Nadie sabe que estoy aquí es un film que combina varios elementos sensibles: un personaje entrañable, la condición de encierro, un juego de revelaciones. Y a partir de estos elementos el director arma una narración que mantiene el interés por fuera de la lentitud del relato.

Memo (Jorge García) vive con su tío en una casa sobre el lago Llanquihue, de donde se puede observar al pueblo situado en la otra orilla, escuchar frecuentemente la sirena de los bomberos. Desde el primer momento el personaje atrapa, se impone con la misma majestuosidad de otros gordos, como Orson Welles (Sed de mal), alguien que no puede dejarte indiferente, que te provoca por presencia. Por tanto la película arranca con fuerza, prometedor. Memo se despliega por la inmensa casa de campo que habita, pasa de un cuarto a otro, pareciera seguir una rutina precisa (la de una curtiembre), pareciera vestir la casa, que va a representar una segunda presencia imponente. Lo cierto es que a esta altura ya estamos viviendo un film original, una vida muy particular vivida por un personaje particular. Y como se trata de un film chileno, uno exclama: qué bien, salimos de los estereotipos de otros films, esto no parece forzado, contiene una carga de veracidad que se agradece.

Desplegada la escena, se instala un juego de incógnitas, de claves que buscamos para entender el desarrollo. Se dice que el film es lento, yo diría que se tarda registrando al personaje, quien, exacerbado por un terco silencio, no ayuda mucho para darse a conocer. Memo usa una máquina de coser para confeccionar un vestido con lentejuelas (no sé porque me recuerda al psicópata de El silencio de los inocentes), y el traqueteo de la máquina le entrega una atmósfera singular al encierro. Luego se pinta los dedos. El personaje se vuelve misterioso, el film también, no esperamos saber adónde va la película, simplemente sabemos que va. Esta ignorancia puede exasperar a algunos espíritus pero es soportable. Lo que nos espera es un juego de revelaciones con que vamos construyendo al personaje.

Recordé otros films de encierro en que el aislamiento juega un rol esencial. Pensé en La ciudad de los piratas, ese magnífico encierro que construye Raúl Ruiz, que señala nuestra condición nacional, de vivir en aislamiento y de querer liberarnos al mismo tempo. El encierro se vuelve asfixiante, intolerable, con olor a sangre, entonces abrimos alguna ventana al horizonte, vemos el mar que nos circunda, acogemos a un ser que nos requiere. No me extrañó la irrupción de Marta, sabíamos que Memo necesitaba una mano, la mano que impulsaría el film como una lancha. Conocíamos la ternura de Memo, sabíamos que una varita mágica lo despertaría (como Peter Pan en el film de Ruiz) y que todo su ser, su nobleza, se abriría. Por eso el film es bello, porque el personaje lo es. Aquí no hay derrota, no hay lamentaciones, no hay rencor, hay nobleza de espíritu, hace bien toparse con este personaje.

El despliegue de la intriga hizo a Gaspar Antillo merecedor al reconocimiento como mejor director para una Nueva Narrativa, entregado por  el Festival Tribeca. Y desde luego que es merecido. Por la forma compacta del relato y por la forma cómo se contienen las revelaciones, dos dimensiones puestas en juego. El realizador demuestra mantener los hilos de la trama, no recargarla, dejarla que fluya sin apuro, sin quiebres, simplemente pulseando al personaje para que dé los pasos necesarios.

No es un film perfecto, otros personajes como el tío y el padre no logran desarrollarse, no alcanzan madurez, no dejan de ser los peones que el relato demanda: el tío no resulta muy comprometido con el sobrino y el padre resulta más egoísta que cruel. Marta, en cambio, vuelve una y otra vez, le lleva pan recién horneado, le da su golpecito a la espalda; él canta para disculparse, alguna ventanita que se abra en este mundo tan lóbrego y encerrado.

Cuando Memo quema el vestido algo termina, queda atrás un soñado pasado esplendoroso y algo se abre, la incertidumbre al aceptar la propuesta de un productor sospechoso, una tardía tentativa que puede resultar en un fracaso estrepitoso. Sentí que el film debería haber cerrado antes, hubiera correspondido con la expectativa que traía, pero todos sabemos que el final de los films siempre son aventurados, sino que Buñuel diga como termina Viridiana, jugando al tute con su primo y la criada.

 

Título original: Nadie sabe que estoy aquí. Dirección: Gaspar Antillo. Guion: Enrique Videla, Gaspar Antillo, Josefina Fernández. Casa productora: Fábula. Producción ejecutiva: Mariane Hartard, Rocío Jadue. Producción: Juan de Dios Larraín, Pablo Larraín. Producción general: Eduardo Castro. Fotografía: Sergio Armstrong. Montaje: Christian López, Soledad Salfate. Dirección de arte: Estefanía Larraín. Sonido: Isaac Moreno. Música: Carlos Cabezas. Elenco: Jorge García, Lukas Vergara, Luis Gnecco, Millaray Lobos, Solange Lackington, Alejandro Goic, Vicente Álvarez, Gastón Pauls, María Paz Grandjean, Eduardo Paxeco, Roberto Vander, Nelson Brodt, Juan Falcón. País: Chile. Año: 2020. Duración: 100 min. Distribución: Netflix.