Moonlight (1): Decidir quién se quiere ser

Cuando conocemos a Chiron, el protagonista de Luz de luna, nos enfrentamos junto a él a algo que parece ser parte de su cotidianidad. Sufre de bulling por parte de sus compañeros de colegio y busca la manera de escapar de ellos, pero en un lugar como Miami, en un barrio azotado por las redes de venta de droga, no resulta tan fácil hacerlo. La única forma de evadirlo es encerrándose, ya sea literal o figuradamente. Chiron es un experto en lo segundo y se esconde del mundo externo yendo hacia dentro de sí mismo. Es un niño de pocas palabras que vive sus días junto a su madre drogadicta, y por lo tanto, la primera interacción que tiene con Juan, un jefe de la droga con una ética que lo aleja del estereotipo, tiene más silencios que diálogos. La relación entre ellos se forja a través de esas miradas y actitudes, en donde Juan se convierte en una figura representativa para Chiron, permitiéndole además comprender una verdad que cruzará toda su vida: llega el momento en que uno debe decidir por sí mismo quién es.

A través de tres actos relacionados con las etapas de madurez de Chiron, el director Barry Jenkins nos permite conocer el proceso de aceptación del protagonista respecto a su homosexualidad, pero también respecto a otras situaciones que lo rodean, su lugar en el mundo, la relación con su madre, con sus amigos y con la realidad del entorno. Estos temas en un inicio se encuentran delineados delicadamente, pero van cobrando fuerza durante el transcurso de la película.

Estos tres actos se mueven en torno a tres hitos en la vida de Chiron, en donde cada uno presenta un quiebre en su vida cuyo resultado es un paso más en la conformación de su personalidad. Una personalidad que se va transformando a medida que el protagonista toma decisiones que en este contexto resultan ser vitales, sobre todo en lo que sucede entre el primer y segundo acto.

El personaje de Chiron va más allá del adolescente en conflicto consigo mismo. Durante su niñez, la introspección que lo caracteriza también lo salva de los elementos más duros de su realidad. Si podemos asimilarlo de esa forma, los recuerdos que genera desde su infancia tienen más que ver con la protección recibida por Juan y su novia que por los incidentes con su madre, que curiosamente aparece desdibujada en gran parte de esta etapa. Es durante su adolescencia y adultez que la figura materna se va haciendo más imponente y cobrando protagonismo en la vida de Chiron, elemento que también tiene que ver con las responsabilidades que este va tomando.

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Hay una necesidad por parte del director -y también guionista- de situar al espectador desde el punto de vista de Chiron. Seguimos al personaje a través de la cámara para acompañarlo en su descubrimiento del mundo, invitándonos a ir recorriendo junto a él su ruta en viajes aparentemente erráticos, pero que tienen sentido a la hora de concluir. Esa insistencia en el deambular, que nos remite a las miradas de Rossellini en la postguerra o incluso a Los 400 golpes de Truffaut, se revela también como un viaje en donde, tarde o temprano, Chiron deberá tomar las decisiones que anticipaba Juan. Estas elecciones vitales se hacen mucho más complejas frente a lo fracturadas que se encuentran sus relaciones, y por lo mismo, resulta conmovedora la forma en la que el protagonista va tratando de retomar esas relaciones, tanto con su madre como con su antiguo amigo Kevin, que juega un rol fundamental en el proceso de Chiron.

En Luz de luna las decisiones por parte de Barry Jenkins -que incluyen contar con un elenco exclusivamente compuesto por actores afroamericanos- no hacen más que transmitir la sensación asfixiante de personas que no pueden escapar de la realidad que viven. De hecho, el único momento en que vemos -muy a la distancia- a personas de raza diferente es en el último encuentro de Kevin y Chiron, anticipando que ellos se encuentran en otro momento de sus vidas, lejos del lugar donde crecieron. La forma en la que filma el entorno desde la altura de Chiron, sin grandes imágenes panorámicas, nos obliga a centrarnos en él, y permite escudriñar en el personaje para poder apropiarnos de sus inquietudes. Hay un trabajo actoral notable por parte de los tres intérpretes en distintos momentos de la vida de Chiron, en donde cada uno se presenta como la misma persona, contando con las mismas cargas emocionales, con una angustia que subyace y trasciende todo el filme.

Pese a lo anterior, Jenkins no cae en el melodrama y nos obliga a completar la información con pequeñas alusiones hechas por los mismos protagonistas. Esto que parece ser una elección estética del director, no hace más que recordarnos que como espectadores jamás tendremos acceso a la totalidad del contexto que nos plantea. Hay una pequeña fisura entre lo que observamos y las circunstancias que vive el personaje, las que él mismo tiene derecho a guardarse para sí. Sabemos que vive días de dolor ("lloro tanto a veces que creo que me convertiré en gotas"), pero no los vivenciamos directamente, volviendo a situar a la realidad como un espacio que se encuentra más allá de lo que podemos percibir.

Jenkins se vale conscientemente de eso, y de otros guiños, para hablar sobre el origen de cada uno y su significado, los recuerdos y cómo ellos influyen en lo que somos. La ejecución que presenta el filme permite tener una experiencia que va más allá de la sala de cine, lo que convierte a Luz de luna en una de esas obras que terminan por anidar en nosotros, para ir siendo descubiertas, capa por capa, muchos días después de haber sido vistas.

Nota comentarista: 9/10

Título original: Moonlight. Dirección: Barry Jenkins. Guión: Barry Jenkins. Fotografía: James Laxton. Reparto: Trevante Rhodes, Naomie Harris, Mahershala Ali, Ashton Sanders, André Holland,Alex R. Hibbert, Janelle Monáe, Jharrel Jerome, Shariff Earp, Duan Sanderson,Edson Jean. País: Estados Unidos. Año: 2016. Duración:111 min.