Mátalos suavemente (Killing them softly, Andrew Dominik, 2012)

Las revisiones y actualizaciones del noir, luego del verdadero desmontaje visual y narrativo por parte de Quentin Tarantino, se encontraban, por un lado, estancadas en un pastiche cínico que ha dado para que algunos directores de buena factura y poco más hicieran de ello su sello ( es el caso de Guy Ritchie, por ejemplo) o en la repetición del canon Scorsese, desde que situara desde los `90 un verdadero punto de tope con Casino y Los buenos muchachos, ambos filmes cuya imaginación cinematogràfica comprendía la necesidad de insertar el “lado b” de la mitología norteamericana en una trágica visión del poder, la  corrupción y el dinero.

Matalos suavemente posee la ambición temática de Scorsese, y tiene la intuición que “algo” del noir debe finalmente, comprenderse en una dimensión politico-cultural. Dominik parece comprender eso, comprender también la necesidad de un cierto clima de desencanto económico y político- clima cultural que cruza sus narrativas, sus series televisivas, sus premios Oscar- sumado a la estilización del pastiche. De paso, parte de la plana mayor de la serie The Sopranos -Gandolfini, over all- se pasea en esta cinta de estafas, matones, y venganza.

Un relato que no solo coral, si no arbitrario en un buen sentido, que tiende a re-focalizar su punto de vista de forma aleatoria, aumentando o ralentizando los tiempos a su antojo, provocando suspenses -extendidos, tanto que tienden a la anamorfosis del guión y del lente. Su galería de personajes pasa por una tribu de junkies fracasados, matones sin moral y mafiosos deprimidos. Pero donde Dominik gana es en la crudeza y crueldad de sus personajes, mirados sin grandes consentimientos ni compasiones. Su estética fría y un humor que pasa del cinismo al nihilismo, donde la ciudad es apenas una “jungla de asfalto”, donde el más grande se come al más chico, donde finalmente, si cometes un error, tarde o temprano, pagas por ello.

Su justificación, finalmente, pareciera literal y casi obvia. Frente al optimismo de un republicanismo democrático del “yes, we can”- explicitado una y otra vez durante todo el filme vía discursos de Obama- los Estados Unidos siguen siendo lo que son: debajo de la imagen de unidad, se encuentra una patria donde la sangre, la ambición y el dinero amenazan cualquier idea de integridad. El noir adquiere así, como nunca, su color negro, un color negro que tiñe la historia y la posibilidad de una reconciliación.