Máquina voladora (2): Rolf, el hombre-pájaro

Hoy volaremos, y como dos águilas nos elevaremos en el espacio”. Ese fue el mensaje que Dédalo le dio a su hijo Ícaro mientras se encontraban prisioneros por la orden del rey Minos, quien lo acusó y posteriormente castigó con el encierro. El único camino para su escape y el de su hijo era llegar al cielo, precisamente porque el lugar estaba bajo absoluto resguardo por centinelas. Y para emprender el vuelo, las alas diseñadas por Dédalo fueron la posibilidad para abrazar otra vez la libertad que mutó hacia la tragedia luego de la muerte del joven Ícaro, quien en su ascenso se encandiló con el sol lo que ocasionó el derretimiento de la cera de sus alas y su caída al vacío.

Ícaro se fascinó con la odisea personal, aunque fue derrotado por alcanzar un sueño. Y Rolf Behncke Soublette, quien temporalmente fue vencido por un accidente automovilístico que lo condujo a la amnesia, no puede evitar la atracción y el movimiento total hacia su anhelo de volar. Ícaro y Rolf son mucho más aves que humanos. Y Rolf persiste en esa idea pese a que su constitución corpórea diga lo contrario.

Máquina voladora, documental de Vicente Barros -también autor de Perdida Hija de Perra (2008)-, transita por la biografía de un Rolf hijo, padre, amigo, quien con 33 años de edad no ha logrado ajustarse en una sociedad, y que solamente ha podido almacenar doce años de memoria presencial tras la pérdida de sus reminiscencias. De igual forma, circula en la localización de lazos, relatos, archivos familiares, reencuentros, cuestionamientos, inquietudes; desde la hiperactividad de su protagonista, y desde un convencimiento: el viaje de un hombre-pájaro que seguramente quiere pasar a la posteridad.

Esta naturaleza es la que le atrajo a Barros luego de que Rolf fuera seleccionado como uno de los personajes a seguir para un proyecto televisivo que nunca salió al aire. Un primer encuentro que se inició en 2011 y al percatarse, junto con parte del equipo, de las singularidades de Behncke y de los próximos escenarios adversos que tendría que enfrentar, persistió en un seguimiento que se prolongó por algunos años. Desde estos atributos, los aspectos formales del mismo proceso del trabajo se alejaron de una estructura de rigidez, principalmente por los movimientos y las oscilaciones de su protagonista.

En su prólogo el documental introduce a un Rolf alzando su cabeza para observar el cielo como si encontrara todo en ese sitio, como si su pasado diluido se concentrara en esa inmensidad teñida con las especies voladoras que, aparentemente, le resultan más familiares que su mismo núcleo que se ha encargado de prepararle un pasado que se extravió tras sufrir un daño axonal difuso. Así lo narra: “Mi cabeza choca contra el vidrio. Se quiebra el vidrio. Las neuronas se mezclan, y la información que había en el cerebro… desapareció”.

Rolf fue un niño carismático, hiperquinético frente a múltiples estímulos y con un considerable entusiasmo hacia los portales de la creación. He aquí cuando el montaje se vuelve una clave indiscutible para enfrentar a un Rolf que quizás tempranamente estaba esperanzado por conquistar el mundo, y que ahora se podría “salvar” con una ambiciosa utopía que se ha ensamblado desde un territorio de elaboración: mediciones, estudios sobre la gravedad, énfasis en la física del vuelo, esbozos y proyecciones detalladas de su nave propulsada por la fuerza humana mientras que, en paralelo, se deja llevar por las improvisaciones en su faceta musical.

Rolf -siempre Rolf- es un individuo que pulula en una cotidianidad que no es de su interés. Sus pequeñas hijas, al igual que las aves y los insectos, son las que más lo logran adecuar en un espacio que le parece distante gran parte del tiempo. Y a partir de la misma fauna, se puede precisar que las dimensiones de la naturaleza en todos sus matices -desde el desastre, su ira, su fuerza, hasta su ley apacible-, evidencian con energía su proceso neuronal y los estados que fueron definiendo a su cerebro en su ingreso al cuadro de amnesia. Una idea reforzada con la voluntad de involucrar otros archivos que examinan manifestaciones naturales y de orden científico, que “encadenados” incluso permiten aproximarse a un ejercicio de tono experimental que resulta sugestivo, complejizando no solo el hemisferio de reflexión sobre la categoría del hombre en sus alteraciones e incertidumbre, sino que también el formalismo exacto del documental.

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Es indudable el atractivo de la “arquitectura” de un discurso metafórico de la identidad como recurso decisivo cuando nuestro personaje en cuestión deja de pensarse desde su calidad de ser humano. He ahí otra capa que se encumbra en su planteamiento como sujeto que se atreve a renunciar a su condición y el des/conectarse de un sistema socio-cultural-mercantilista demandante en el que si no se responde, se dirige a sancionar. Justamente, y ampliando esta última arista, el hombre sin memoria o la memoria desmemoriada no son los que de forma exclusiva conforman los pilares de la obra de Barros. Ese nivel de estancamiento, del transitar en círculos sin tener el olfato preciso para detectar una escapatoria o algo que permita salir de ese vicio, es otra de las piedras basales de esta construcción.

Esta especie de Peter Pan de Máquina voladora  se localiza en ese intento de proyectarse -a su manera-, en ese intento de que sea mejor acogida su perspectiva, en ese intento de alcanzar una reinserción no forzada para no chocar más contra el mundo y contra sí mismo. Para quizás no descansar permanentemente en los brazos de su madre que ocupa un lugar preponderante en su vida.

Rolf Behncke Soublette pudo reactivar su mente gracias a la asistencia de sus cercanos mediante la incorporación de la idea del montaje. Él la aprecia así, puesto que el engranaje de archivos, recuerdos creados y armados debió asumirse como real. Asimismo, el sueño y la obstinación son dominantes. Y los disfraces de Ícaro y de Peter Pan lo cubren. Máquina voladora nos puede distanciar de ese idealista porque parte de su memoria está ausente, pero las ilusiones, la incomodidad, la calidad de outsider, de estar en ocasiones fuera de lugar, y el desánimo, más de alguna vez han habitado en nosotros. Más de alguna vez hemos transitado hasta sumergirnos entre la frustración y el anhelo.

 

Nota comentarista: 7/10

Título original: Máquina voladora. Dirección: Vicente Barros. Guión: Tomás Vicuña, Vicente Barros. Fotografía: Simón Torres, Vicente Barros. Montaje: Mayra Morán.  Música original: Rolf Behncke. Sonido: Diego Aguilar. País: Chile.  Año: 2016.  Duración: 72 minutos.